ADVERTENCIA
Ha tiempo tuve el proyecto de escribir una historia completa de la Patria Vieja, entendiendo por tal el período de la revolución de Chile que comienza el 18 de setiembre de 1810 y concluye en octubre de 1814. En estos cuatro años se meció la cuna de la República, tuvieron lugar los primeros esfuerzos que nuestros padres hicieron para emanciparnos del extranjero, se dieron combates memorables con reclutas que no tenían más táctica que el heroísmo, más disciplina que la unidad de miras y más ideal que la independencia de la patria, se soportaron inmensos sacrificios para romper con la esclavitud e ignorancia del coloniaje, y se echó la primera piedra de nuestra nacionalidad.
Acopiados ya los materiales de trabajo, resolví ejecutarlo en otra forma, diversa en el título y en el plan, pero igual en la idea dominante y en el fondo. En las investigaciones que tuve que hacer en los sucesos de esa época, encontré a un jefe distinguido cuya biografía no ha sido escrita con la extensión que merece y un acontecimiento que es digno de ser narrado con la abundancia de datos y detalles de una historia particular. Me refiero al hábil general Juan Mackenna y a la batalla de Rancagua.
Mackenna, que llegó a Santiago en 1809, figura entre los protagonistas del gran drama de la Revolución de la Independencia desde que se inició hasta julio de 1814. En la parte final de la vida de Mackenna se desarrollan los principales sucesos de las primeras campañas. Sólo faltan los que con súbita rapidez se verificaron desde el golpe de estado que dio José Miguel Carrera el 23 de julio de ese año hasta que Osorio estableció de nuevo el poder real con la reconquista. Estos hechos posteriores caben en una historia especial de la batalla de Rancagua, tumba gloriosa de la Patria Vieja.
Nuestro proyecto primitivo ha quedado reducido, pues, a bosquejar, alrededor de Mackenna y de la batalla de Rancagua, la historia completa del primer período de nuestra Revolución.
Hoy doy a luz el segundo de estos libros y próximamente, si para ello tengo tiempo y fuerzas, que en cuanto a voluntad y entusiasmo me sobra, daré a la imprenta la Vida del general Juan Mackenna.
Para que se tenga una idea clara de las causas verdaderas de la derrota de Rancagua, he creído indispensable exponer a la ligera los acontecimientos que la precedieron, comenzando con la deposición de José Miguel Carrera del mando del ejército patriota y el nombramiento en su reemplazo de Bernardo O’Higgins el 27 de noviembre de 1813, porque en esta fecha aparecen en la escena política los dos partidos que fueron el origen de la reconquista española. Hablamos del partido o’higginista y del carrerino. Con el cambio de general vienen las divergencias en el seno mismo de la revolución, las discordias que levantaron odios tan implacables, y las divisiones intestinas que produjeron tantas desgracias.
Inútil me parece decir que al escribir la historia de las hazañas y faltas de los hombres que aparecen en aquel período histórico, me siento con la fuerza moral bastante para permanecer en el terreno de la más absoluta imparcialidad y para ser un juez frío, tranquilo y desapasionado.
No soy ni o’higginista ni carrerino; no persigo ni los aplausos ni los ataques de nadie.
He preparado con perfecta serenidad de espíritu el proceso de aquella época y después de comparar pieza por pieza, de analizar los documentos más importantes, de comprobar las diversas opiniones y de trasladarme con la imaginación al tiempo mismo en que pasaron los sucesos narrados, llego a conclusiones y doy fallos que he tratado siempre de ajustar a la lógica al buen sentido y a la más estricta verdad histórica.
Para arribar a estos fines he estudiado cuanto se ha escrito sobre la materia, cuanto existe en los archivos públicos y privados que tenga relación con lo acontecido y cuanto papel de algún interés he podido proporcionarme. También me he consultado con personas que conocieron a varios de los protagonistas de los hechos que narro.
Para formarme un juicio más exacto de la batalla de Rancagua y de los planes propuestos por Carrera y O’Higgins para resistir a Osorio, he recorrido personalmente el terreno y las localidades. Así, conozco como testigo ocular la Angostura de Paine, los caminos de Aculeo y de Chada, la ciudad de Rancagua con sus alrededores, los ríos Maipo y Cachapoal y los fundos y senderos que unen el pueblo de Rancagua con la hacienda de la Compañía que en aquel entonces fue teatro de importantes operaciones.
Habiendo sido mi ánimo hacer un verdadero proceso a los hombres de este período, quise en un principio escribir según el sistema ad-probandum; pero muy luego comprendí que tal método sólo se puede aplicar cuando los hechos y acciones que van a ser analizados en el crisol de la filosofía y de la crítica están comprobados de un modo que no quepa controversia acerca de la autenticidad y existencia de ellos. Esto no se verifica en el caso actual. La mayor parte de los sucesos de aquel tiempo, sobre todo, los que ser relacionan directamente con la batalla de Rancagua, son oscuros y a veces contradictorios, al extremo que hay serias divergencias entre los historiadores.
Hay sobre los hombres y acontecimientos de 1814 muchos problemas por descifrar, muchos enigmas casi impenetrables.
Por eso he adoptado en lo posible un sistema ecléctico: expongo y discuto; narro y analizo: doy cuenta minuciosa de los hechos y a la vez los estudio a la luz de los preceptos que en las investigaciones aconseja la filosofía de la historia.
En mi corazón de chileno rindo culto a la memoria de los esclarecidos patriotas que algo hicieron por la libertad e independencia de Chile. Respeto y confundo en un mismo cariño a O’Higgins y San Martín con los tres Carrera y Manuel Rodríguez. Todos sin excepción, éstos por un camino y aquéllos por otro, han hecho laudables esfuerzos y soportado amargos infortunios por hacer de esta lonja de tierra que corre entre el Pacífico y los Andes un país libre, honrado, laborioso y grande. La igualdad de miras, de ideal y de aspiraciones, y la obra que con su sangre y sus sacrificios realizaron, hacen olvidar las debilidades inherentes a los hombres que viven entre los oleajes de una revolución entre las sacudidas y vaivenes de la política.
Al reprochar los actos de alguien en el curso del libro, no es, pues, por odios ni rencores preconcebidos; es porque así lo cree mi conciencia después de investigar a fondo los hechos.
Cuando analizo algún punto oscuro o de suma responsabilidad histórica, antes de emitir mi juicio, acostumbro exponer las opiniones tanto del inculpado como de los que han escrito a favor o en contra de él. Si este procedimiento rompe de cuando en cuando el hilo de la narración, en cambio es una prueba de mi imparcialidad.
Al concluir esta Advertencia quiero dejar estampado mi sincero agradecimiento al señor Diego Barros Arana por la benevolencia con que ha atendido varias preguntas que le he hecho y al señor Vicuña Mackenna por su generosidad al disiparme algunas dudas y al facilitarme sus archivos que son los más ricos que existen en el país.
Bibliografía.
Estimo de importancia para las personas que deseen estudiar el período histórico que abraza este libro, poner a continuación el título de los trabajos principales que me han servido para consultar y conocer los diversos sucesos narrados.
1. Historia General de la Independencia de Chile, por Diego Barros Arana. Es una obra notable por los datos, el plan, el elevado criterio, la honradez en los juicios y por las concienzudas investigaciones. La batalla de Rancagua está descrita según documentos curiosos y según las noticias verbales que dieron al autor el coronel Ballesteros, Manuel Barañao, Antonio García ayudante de Maroto, Antonio Millán y Nicolás Maruri.
2. Diario Militar de José Miguel Carrera (Manuscrito). Es una pieza histórica curiosa y preparada con sumo talento y excelente acopio de datos. Está probado que fue escrito mucho después de los sucesos que narra. Fue hecho en Buenos Aires y Montevideo. En general procura defenderse de los cargos que le hacían en su tiempo acerca de sus actos a contar desde el 25 de mayo de 1810 hasta después de la batalla de Rancagua. Es muy apasionado cuando ataca a O’Higgins, Mackenna, San Martín y demás enemigos personales de él. En resumen vale mucho como noticias y poco como juicios.
3. Primeras Campañas de la Guerra de la Independencia de Chile, memoria presentada a la Universidad por Diego José Benavente. Esta historia ha sido calcada sobre el Diario de Carrera y la Historia de la Revolución Hispano-Americana, por Torrente. Está escrita con cierto brillo y habilidad, aunque demasiado parcial. Compañero de Carrera en las campañas, no pudo olvidarlo al redactar esta memoria histórica. Prohija algunas calumnias contra O’Higgins que hacen desmerecer mucho al autor como publicista. Tiene, sin embargo, el interés de que narra sucesos que ha visto como testigo ocular.
4. La Reconquista Española, por Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui. Es una memoria bien escrita, aunque creemos que los autores se han presentado como miembros del partido carrerino. En datos es de lo más completo que existe sobre la materia. Es un estudio que honra las letras nacionales
5. Revista de la Guerra de la Independencia de Chile, por don José Ballesteros. Es un libro mal escrito; pero lleno de noticias curiosas. Tiene la importancia de que el autor fue el jefe de la 1ª división del ejército de Osorio y que escribe en gran parte lo que ha visto.
6. La Dictadura de O’Higgins, por Miguel Luis Amunátegui. Una de las obras más notables de este historiador. La batalla de Rancagua y sus antecedentes están tratados sumariamente.
7. Vida del Capitán general de Chile don Bernardo O’Higgins, por Benjamín Vicuña Mackenna. Esta historia por demás interesante, llena de documentos preciosos y escrita con una elegancia de estilo extraordinaria, es una segunda edición más detallada y completa de El Ostracismo del general O’Higgins que el mismo autor dio a luz el año 1861. Este último libro comprendía la vida de O’Higgins desde su nacimiento hasta 1823 en que fue desterrado. La otra obra, más reciente, abraza el mismo período, más lo que falta en la vida de tan eminente ciudadano a contar desde 1823 a 1842, fecha de su muerte. Sobre la batalla de Rancagua hay documentos muy exactos y además el autor reproduce unos Apuntes de don Juan Thomas, íntimo amigo de O’Higgins.
8. Vida del general Juan Mackenna, por Benjamín Vicuña Mackenna. Hay datos curiosos acerca de las primeras campañas de la independencia.
9. Historia de la Revolución Hispano-Americana por Torrente. Ha sido escrita principalmente para sostener la causa de España.
10. Historia Física Política de Chile, por don Claudio Gay. Tiene buenos datos acerca de la independencia, así como la parte de la colonia está plagada de errores, Gay conoció personalmente y tuvo largas consultas con O’Higgins, Freire y varios otros generales de la revolución. El Gobierno le facilitó también los archivos oficiales. De aquí por qué es de interés consultar esta parte de su historia.
11. Memoria de los principales sucesos de la revolución de Chile desde 1810 a 1814. (Manuscrito). Es atribuida a Bernardo O’Higgins. Fue regalada por doña Rosa O’Higgins, hermana del general, a don Manuel Cerda Campos. Ambos han asegurado que fue redactada por O’Higgins. Hay datos buenos entre muchas inexactitudes. Está escrita con demasiada pasión y con poco esmero en el estilo como en el plan. Parece que fue trabajada después de los sucesos. De todos modos es necesario consultarla para imponerse de algunos detalles episodios. Se encuentra en la Biblioteca Nacional.
12. Memoria Histórica de la Revolución de Chile, por el padre Melchor Martínez. Vale mucho por los documentos sobre las primeras campañas de la independencia.
13. Memoria del Exmo. señor don Bernardo O’Higgins, Capitán general de la República de Chile, Brigadier en la de Buenos Aires, Gran Mariscal en la del Perú y socio protector en la Sociedad de Agricultura. Fue mandada escribir por la Sociedad de Agricultura al socio don Casimiro Albano, que fue amigo de O’Higgins que en consecuencia ha podido dar a luz noticias nuevas. Sin embargo tiene grandes vacíos y errores de consideración.
14. El Chileno instruido en la historia topográfica, civil y política de su país, por el reverendo padre fray José Javier Guzmán. Es un libro lleno de faltas; pero con algunas noticias de Interés Como testigo ocular, narra lo que vio en Rancagua después de la batalla y cuenta lo que oyó de boca de varios de los que asistieron a ella. Por lo demás la obra vale poco.
15. Manifiesto que hace a los pueblos de Chile, el ciudadano José Miguel Carrera. Es un volumen de 64 páginas que publicó dicho general el año 1818 para hacer violentos cargos a O’Higgins y a otros jefes, y para vindicarse. Reproduce algunos documentos y tiene el mérito de ser la expresión de un testigo.
16. El parte oficial que sobre la batalla de Rancagua presentó el virrey Abascal el coronel don Mariano Osorio. Al lado de algunos detalles de interés, tiene errores de mucha monta.
17. Don Bernardo O’Higgins, apuntes históricos de la Revolución de Chile. Serie de artículos publicados en El Araucano por don Manuel Gandarillas el año 1834. Aunque están redactados con marcado odio contra O’Higgins y demasiada parcialidad hacia los Carrera; sin embargo, valen por las numerosas piezas históricas que se reproducen.
18. Hoja de servicios y Certificados del coronel don Nicolás Maruri. (Manuscrito).
19. La Corona del Héroe. Reunión de estudios, datos y preciosos documentos sobre Bernardo O’Higgins, publicada bajo la inmediata dirección de don Benjamín Vicuña Mackenna.
20. Archivo de los generales O’Higgins y Carrera. Es una reunión de la correspondencia de dichos jefes que está en poder del señor Vicuña Mackenna. Sin cuestión que es el más completo e importante que existe en el país.
21. Apuntes sobre la batalla de Rancagua, hechos por don Juan Thomas y publicados por el señor Vicuña Mackenna en el Ostracismo y en la Vida del general O’Higgins. Tiene datos muy curiosos y están escritos con suma elegancia de estilo.
22. Épocas, hechos memorables de Chile, por don Juan Egaña. Este hábil publicista fue comisionado por Bernardo O’Higgins para hacer una historia de la Independencia. Por diversos motivos no pudo dar cima a su obra; pero dejó estos puntos cronológicos que son indispensables para precisar las fechas y los acontecimientos principales de los primeros tiempos de la revolución. Están publicados en El País al año 1857.
23. Biografía del doctor José A. Rodríguez Aldea, por Francisco de P. Rodríguez Velasco. Hay documentos curiosos.
24. Conducta militar y política del general Osorio. Folleto publicado en 1814 por dicho jefe español. Entre los documentos figuran algunos de indisputable mérito.
25. Diario de los sucesos ocurridos en Santiago de Chile desde el 10 al 21 de setiembre de 1810 por el doctor Argomedo. De mucha estimación. Fue publicado en El País el 18 de setiembre de 1857.
26. Memoria sobre los antecedentes y progresos de la Revolución de Chile. Se ignora el autor y solo se conserva una parte. Aunque inclinado a la causa real, está bien escrita y con abundancia de datos. Fue publicada en El País el año 1857.
27. Relación de la conducta observada por los padres misioneros del Colegio de Propagan da Pide de la ciudad de Chile desde el año 1808 hasta fines del 1814, que hace su prelado el reverendo padre fray Juan Ramón, en virtud del oficio que para ello le pasó el reverendo padre fray Melchor Martínez, comisionado por el superior gobierno del reino para la colocación histórica que manda S. M. se haga de los sucesos acaecidos en este Chile, desde su ausencia de la monarquía, hasta su restablecimiento en el trono. Es una pieza histórica de suma importancia y no se pueden conocer bien los hechos de aquella época sin tenerla a la vista. Fue publicada en El País en 1857.
28. Carta sobre el desembarque de Pareja, por el Gobernador de Talcahuano don Rafael de la Sota. Es un documento de interés que tiene el mérito de narrar lo que ha sido visto y palpado por el autor.
29. Apuntes sobre la guerra de Chile, por el Brigadier español Don Antonio Quintanilla. Tiene algunos datos; pero varios errores y vacíos. Arranca su mérito de que el autor asistió a todos los hechos de armas de que da cuenta.
30. Diario de las operaciones militares de la división auxiliar mandada por el coronel don Juan Mackenna, por el capitán don Nicolás García. Es una narración bien detallada de lo que ejecutó la división mencionada desde su salida de Talca el 19 de diciembre de 1813 hasta el 3 de mayo de 1814.
31. Diario de las ocurrencias del ejército de la patria que lleva el mayor general don Francisco Calderón y da principio el día 14 de marzo de 1814. Es una de las piezas históricas de más autenticidad que se han conservado de aquellos tiempos.
32. Diario de las ocurrencias que tuvieron lugar en la defensa de Talca en mayo de 1814 hasta su ocupación por los realistas. Es de algún interés.
33. Diario de las operaciones de la división que a las órdenes del Teniente Coronel don Manuel Blanco Cicerón, salió de la capital de Chile para recuperar a la ciudad de Talca el día 9 de marzo de 1814. Es dictado por un oficial que sirvió en dicha división hasta su derrota.
34. Tratados de Lircay. Fragmentos de un diario de O’Higgins que comprende los hechos sucedidos en abril y mayo de 1814. Tiene un valor histórico notable.
35. Bosquejo histórico de la Constitución del Gobierno de Chile durante el primer período de la Revolución desde 1810 hasta 1814, por José Victorino Lastarria. En su género es lo mejor que se ha hecho hasta el presente. Hay noticias y documentos que valen mucho para conocer el espíritu y tendencias de la época.
36. Archivo de Manuscritos de la Biblioteca Nacional. Hay piezas de trascendental importancia.
37. Además he recorrido los periódicos publicados desde 1812 para adelante y he estudiado las hojas de servicio de varios de los próceres de la independencia.
38. Acusación pronunciada ante el Tribunal de Jurados de Lima, por el doctor Juan Ascencio, contra el Alcance al Mercurio Peruano publicado por don Carlos Rodríguez y denunciado por el Gran Mariscal del Perú don Bernardo O’Higgins. Hay algunos documentos y noticias de interés.
39. Un aviso a los pueblos de Chile, por José Miguel Carrera. Este folleto como el Manifiesto y algunas hojas sueltas, tienden a un mismo fin, es decir, a atacar a sus enemigos y a defenderse de los cargos que se le hacen.
40. Colección de leyes y decretos del Gobierno desde 1810 hasta 1823. Su sólo título manifiesta su valor histórico.
41. Galería Nacional o colección de biografías y retratos de hombres célebres de Chile, escrita por los principales literatos del país, dirigida y publicada por Narciso Desmadryl, autor de los grabados y retratos. La revisión corrió a cargo de don Hermógenes de Irisarri. Esta es una obra de absoluta necesidad para conocer los hombres de la época.
42. Historia general de la República de Chile desde su Independencia hasta nuestros días. En los tomos 1º y 2º que comprende las memorias de Tocornal, de Benavente y de los señores Amunátegui, hay notas preciosas y documentos justificativos publicados por el señor Benjamín Vicuña Mackenna.
43.El general Freire por Diego Barros Arana. Tiene noticias del todo nuevas.
44. Informe sobre los Carreras, publicado en el núm. 15 de El Duende, por Juan Mackenna.
45. Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile, por Camilo Henríquez. Vale poco (Manuscrito).
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CAPÍTULO PRIMERO
Primeras operaciones de la Revolución.- Sitio de Chillán.- Destitución de José Miguel Carrera del mando del ejército patriota y nombramiento de Bernardo O’Higgins.- Desembarco de Gabino Gaínza.- Juan Mackenna se atrinchera en Membrillar.- Lentitud de O´Higgins y causas de ella.- Batalla del Membrillar.- Combate del Quilo.- Unión de O’Higgins y Mackenna.- Paso del Maule.- Defensa de Quechereguas.- Estado de la revolución en la América española.- Llegada a Chile del Comodoro Hillyar.El 18 de setiembre de 1810 Chile formó la primera Junta Nacional y entró en el camino de la revolución, rompiendo así con el gobierno español.Cuando Abascal, virrey del Perú, tuvo conocimiento de los propósitos que animaban a los caudillos de este país y cuando vio que el movimiento entrañaba un gran peligro para la causa del monarca, envió con presteza al general Pareja con la orden de ahogar en su cuna la sublevación y de castigar con severidad a los rebeldes.Después de los combates de Cancha Rayada y San Carlos, los realistas fueron obligados por los insurgentes a encerrarse y fortificarse en la ciudad de Chillán. En el curso de las operaciones militares de la campaña, agobiado por crueles y amargas decepciones y por dolorosa enfermedad, sucumbió Pareja, sucediéndole en el mando el tenaz y porfiado capitán Juan Francisco Sánchez.Los patriotas, dirigidos por José Miguel Carrera, apoderados de Concepción y Talcahuano, pusieron sitio a Chillán, que estaba hábilmente defendida con trincheras y empalizadas, el 8 de julio de 1813.El sitio se abrió en el rigor del invierno. Los patriotas establecieron su campamento a la intemperie, sin más techumbre que los cielos, recibiendo de frente las lluvias torrenciales, el rocío de las noches y los vientos helados de la cordillera. Tenían que batirse, emprender asaltos y resistirlos a su vez, sumidos en el barro y en anchas pozas de agua que cubrían la tierra a causa de las lluvias. A pesar del hambre, del frío y de las resistencias de la naturaleza, los insurgentes se batían mañana y tarde, dormían con el arma en el brazo y el lanzafuego encendido a los pies de los cañones. La situación llegó a ser desesperante. No hay colores bastantes vivos para pintar aquel cuadro de horror.A la naturaleza se agregó la fatalidad. Un proyectil enemigo cayó en uno de los parques del ejército sitiador e hizo volar las últimas municiones con que se contaba para seguir el bombardeo de la plaza. Inútiles fueron los viriles esfuerzos de Carrera, O’Higgins y Mackenna. El 7 de agosto, la irresistible fuerza de los acontecimientos hizo que los patriotas levantaran el sitio, y que, diezmados, sin caballos, abatidos por las inclemencias del tiempo, pero con el alma entera, se replegaran a Concepción.Este sitio verdaderamente desastroso para la patria, comprometió el prestigio de José Miguel Carrera a los ojos de los oficiales y sobre todo en la capital en donde se diseñaron disgustos que luego se tradujeron en cambios y medidas de alta trascendencia para la marcha de los acontecimientos. En Santiago llegó a tal extremo la oposición contra Carrera, que se acordó que la Junta de Gobierno, compuesta de los esclarecidos patriotas José Miguel Infante, José Ignacio Cienfuegos Agustín Eyzaguirre, se trasladase a Talca con plenos poderes para dar nueva organización al ejército y vigoroso impulso a la campaña. Los actos de la Junta eran inspirados por el enérgico revolucionario José Miguel Infante, cuyo carácter inquebrantable, cuyo corazón ardiente y pasiones vigorosas, lo arrastraban a obrar con valor y audacia.Apenas la junta se persuadió que podía contar con oficiales y soldados en número bastante para vencer las resistencias que pudiera oponer Carrera, envió a éste el 9 de noviembre de 1813 una larga nota que concluía exigiéndole la renuncia de su puesto de general en jefe. Más tarde, viendo la Junta que Carrera vacilaba y aun pensaba resistir las órdenes superiores, no trepidó en dar, el 27 del mismo mes y año, cuatro decretos por los cuales destituía de sus cargos respectivos a los tres hermanos Carrera y nombraba en lugar de ellos a personas que le inspiraban plena confianza. Fue designado para general en jefe, don Bernardo O’Higgins que con tanta bravura y modestia se había batido en el sitio de Chillán y en diversas campañas a la frontera araucana. El 1º de febrero de 1814, don José Miguel Carrera entregó el mando del ejército a su sucesor.Un día antes, el 31 de enero, había desembarcado en el puerto de Arauco el brigadier español don Gabino Gaínza que venía del Perú en reemplazo de Pareja, trayendo consigo víveres, armas y municiones en abundancia. Apenas puso pie en tierra, procedió a agitar con energía las operaciones de la campaña, se incorporó a las tropas de Sánchez, se hizo reconocer como jefe del ejército con solemnidad, se puso al habla con los mejores oficiales para penetrarse de la situación de los beligerantes, mandó organizar guerrillas a los intrépidos Ildefonso Elorreaga y Manuel Barañao, y dio las órdenes necesarias para romper las hostilidades.O’Higgins, tomado el mando y sabido el desembarco de Gaínza, desplegó los recursos de su gran voluntad y patriotismo a fin de organizar sus soldados profundamente abatidos con el sitio de Chillán y divididos con el cambio reciente de jefes. El ejército patriota estaba distribuido en dos partes, la una en Concepción con O’Higgins y la otra en Quirihue a las órdenes de Juan Mackenna.El secreto de la victoria estaba en la unión de ambas divisiones, circunstancia que no se escapó a la mirada escrutadora de Mackenna ni al ojo de experto soldado de O’Higgins. Gaínza comprendió también que el secreto del triunfo de las armas realistas estaba en batir en fracciones a los patriotas.Concebir el plan y proceder, fue algo simultáneo en el jefe español. Al efecto, desparrama ágiles guerrillas en la extensa zona que separa las divisiones patriotas y, dejando cubierta su retaguardia, avanza contra Mackenna. Este experimentado oficial, luego que supo los propósitos de Gaínza, abandonó a Quirihue y acampó en el Membrillar, punto estratégico muy bien escogido y que Mackenna atrincheró de un modo admirable. Fortificado allí por la naturaleza y el arte, dirigió repetidas notas a O’Higgins, su superior e íntimo amigo, exigiendo de él la pronta movilización de sus tropas para que así ambas divisiones se unieran antes que Gaínza las destrozara en detalle.O’Higgins, que estaba en perfecto acuerdo con Mackenna en cuanto a la rápida concentración de los patriotas, no podía levantar su campamento con la presteza deseada por carecer de caballos, municiones, víveres y medios que le permitiesen lanzarse en socorro de su subalterno en peligro. Sin embargo, haciendo heroicos sacrificios y esfuerzos sobrehumanos, dejó 200 hombres en Concepción y marchó a reunirse con Mackenna.La marcha fue muy penosa al través de campos recorridos sin cesar y en todas direcciones por las guerrillas y montoneras enemigas. Después de sobrellevar con paciencia mil amarguras y contratiempos, de resistir con evangélica resignación los rigores de una naturaleza que parecía haber firmado pacto de alianza con los realistas y de vencer los golpes de mano y las celadas que le tendían los españoles, pudo llegar el 19 de marzo a las escabrosas alturas de Ranquil y derrotar el mismo día en Quilo a una gruesa partida de 400 soldados que al mando de Manuel Barañao estaban encargados de impedir la unión de los patriotas.La lentitud en los movimientos de la división de O’Higgins, ha sido criticada con dureza por el hábil historiador don Benjamín Vicuña Mackenna, tanto en la Vida del general Mackenna, como en la Vida del Capitán General de Chile don Bernardo O’Higgins y en las notas que el año 1867 puso a la Memoria que, con el título de Primeras Campañas de la Guerra de la Independencia de Chile, presentó a la Universidad don Diego José Benavente.En la Vida del General Mackenna, el señor Vicuña llega a decir estas palabras respecto de O’Higgins:“La confusión, la flojedad, la contradicción aún y una irresolución extraña en sus disposiciones, eran la causa de su demora, que iba a perder el país si la Providencia no hubiese inspirado a Mackenna, en los momentos en que debió sucumbir, una calma heroica, y a sus soldados el denuedo de la desesperación”.Para ensalzar la conducta de Mackenna en la gloriosa defensa del Membrillar, no hay necesidad de reprochar tan acerbamente a O’Higgins.El sucesor de Carrera tuvo razones muy poderosas para no acudir al llamado de su compañero de armas y amigo con la rapidez que se lo pedían sus propios deseos y su patriotismo. Que alimentaba idea de obrar con más ligereza, lo demuestran las cartas citadas por el mismo señor Vicuña y escritas más con el vivo anhelo del alma que con la pluma.¿Por qué entonces no ejecutaba sus planes y realizaba sus aspiraciones?Porque su ejército estaba en el peor estado de disciplina, de moralidad y de falta de recursos que imaginar se puede. Las penurias del sitio de Chillán primero y las disensiones que nacieron con el cambio de jefes después, lo habían reducido a una situación por demás precaria y en consecuencia o imposibilitaban para abrir una campaña difícil, en medio de las inclemencias del tiempo y contra un enemigo más o menos fuerte y organizado.Don Claudio Gay, en el Tomo VI de su Historia Física y Política de Chile, hablando de la situación del ejército de O’Higgins, dice:“Su marcha fue tan lenta como penosa. Muchos soldados de caballería estaban desmontados desde la derrota de Hualpén, los víveres eran tan escasos que los soldados se mantenían con uvas, que merodeaban en los campos inmediatos”.Pero démosle la palabra al Mayor General de la división de O’Higgins, don Francisco Calderón, que como protagonista, es el mejor juez sobre la materia. En una nota de su Diario de las ocurrencias del ejército de la Patria que da principio el 14 de marzo de 1814, pieza histórica notable que permaneció manuscrita en poder de don Diego Barros Arana hasta que éste la publicó en el número 79 de El País, periódico que dirigía el mencionado historiador el año 1857, que dice:“Nada se ha dicho del estado en que salió el ejército de Concepción. El ejército desnudo, las armas en muy mal estado, sin plata, víveres ni auxilios, escasos de todo, y la tierra que pisábamos enemiga, porque la poseía el godo: así fue que nos habilitábamos con las bayonetas, marchábamos con cuanto pillábamos. Se amansaban yeguas, potros y hasta burros con lo que nos habilitábamos”.O’Higgins, por su parte, en la Memoria sobre los principales sucesos de la Revolución de Chile, que está manuscrita en la Biblioteca Nacional y cuya redacción es atribuía a él, a la letra dice:“Esta poca tropa (la de Concepción) estaba tan inmoral como indisciplinada, sin armamento, desnuda y entregada a sí misma, la caja militar y la del tesoro no tenían un peso ni arbitrios de donde sacarlo, los oficiales divididos en facciones, los pueblos exasperados y reducida Concepción a una Babilonia inentendible”. (1)Conocido esto: ¿hay derecho y justicia para lanzar sobre la memoria de O’Higgins, siquiera la duda, de que no tuvo la pericia y voluntad suficientes para comprender la necesidad de unirse con Mackenna y de que pudo tener “una irresolución extraña en sus disposiciones”?No, mil veces no.El hecho es que como pudo y sobrellevando dificultades enormes y, para otro jefe de menos coraje y patriotismo, insubsanables, llegó a Ranquíl y se cubrió de laureles en Quilo.Gaínza, al siguiente día de estos últimos sucesos, es decir, el 20 de marzo, cargó con bríos y desesperación a Mackenna que bizarramente se defendió con un puñado de valientes en los reductos del Membrillar. Este lugar, escogido con talento y atrincherado con arte, permitió a los patriotas equilibrar en parte la desigualdad que tenían en el armamento y el número de combatientes respecto de los realistas. Mackenna en persona construyó las barricadas y distribuyó los pocos cañones y soldados que había a sus órdenes.En este asalto que duró cuatro horas fue derrotado Gaínza por el valor y habilidad estratégica de Mackenna.El 22 del mismo mes, O’Higgins, unidos los ejércitos patriotas, pudo felicitar personalmente al vencedor del Membrillar.Chile estaba salvado sólo en parte.Gaínza no se arredró con los últimos desastres. Con audacia superior a su carácter y al temple de su alma, concibió un proyecto que sin duda se lo inspiraron los avezados capitanes que militaban a sus órdenes. Se propuso concentrar sus tropas y, en seguida, a marchas forzadas dirigirse a la capital que estaba desguarnecida, para dar así un golpe mortal en el corazón mismo de la revolución.O’Higgins comprendió con facilidad las intenciones del enemigo y resolvió, como era de esperarlo, impedir que Gaínza llevase a cabo el plan, cualquiera que fuera los obstáculos que hubiera que vencer, cualquiera los sacrificios que se tuviera que soportar y cualquiera los combates que hubiera necesidad de resistir. La cuestión era de vida o muerte para el país.Casi a un tiempo realistas y patriotas levantan sus campamentos y vuelan con dirección al caudaloso Maule a fin de cruzarlo lo antes posible, burlando el más diestro al que por su poca actividad quedase a retaguardia.Los ejércitos marchaban como en dos líneas paralelas, desplegando los oficiales de ambos una cautela, un sigilo y una constancia propias de la empresa que llevaban entre manos. Se reposaba lo muy necesario. En las noches, los centinelas y las avanzadas sondeaban el horizonte y tenían el oído atento a cualquier ruido sospechoso que en sus alas trajese el viento. Los infantes dormían arma al brazo, los artilleros con el lanza-fuego encendido y los soldados de caballería al pie de sus cabalgaduras.En un mismo día y a una misma hora llegaron a las márgenes del río disputado y lo cruzaron, los realistas en cómodas embarcaciones y los patriotas con el agua hasta el pecho.Al amanecer del 4 de abril se encontraron los dos ejércitos en la orilla opuesta. La victoria era del más activo. Comprendiéndolo así O’Higgins, siguió a paso redoblado su marcha al norte, venció en el encuentro de Tres Montes una partida realista, atravesó a tiro de pistola de las guerrillas enemigas el río Claro y, aventajando en táctica y rapidez a Gaínza, acampó en la hacienda de Quechereguas. Allí dio descanso y buen alojamiento a sus tropas mortificadas con tantas evoluciones y contratiempos.Sólo en a mañana del 8 de abril se presentó Gaínza con miras hostiles, guiado por la resolución de obtener por la fuerza de las armas lo que no pudo ganar con ágiles movimientos. La empresa no era tan hacedera. Los patriotas estaban fuertemente atrincherados en las casas de la hacienda. Debido a esto y sobre todo el valor de los defensores, los asaltos emprendidos por los realistas ese día y el siguiente fueron infructuosos, al extremo de haber experimentado una completa derrota que contribuyó a desmoralizarlos. Gaínza, perdidas sus esperanzas de victoria, evaporadas sus ilusiones y sus sueños militares, despechado con tantos desastres e infortunios: concentró su ejército, reunió las fuerzas disponibles y, triste, sombrío, sintiendo en el alma el escozor de amargas decepciones y divisando en la cima de sus proyectos de reconquista tan sólo negro caos, se dirigió a Talca a fin de encerrarse allí y entregarse a las veleidades del destino.Al pasar revista a sus tropas, notó con viva sorpresa que el descontento no tenía límites, que los últimos combates las habían casi aniquilado, que en la caja militar no existía dinero para pagar los sueldos, que los víveres estaban escasos y que la mayor parte de los soldados ansiaban volverse al seno tranquilo de sus hogares. Aquellos hombres, arrancados de los brazos de sus familias y de las chozas queridas con falaces promesas, sentían en el corazón los desgarradores efectos de una verdadera nostalgia.El ejército patriota, por el contrario, había recibido de la capital el auxilio de una división mandada por Santiago Carrera y una buena cantidad de provisiones de boca y de guerra. Había en él más moralidad y entusiasmo que en sus adversarios.Pero, si es cierto que la situación de nuestros soldados era hasta cierto punto lisonjera, en cambio, en el horizonte político de la Europa y de la América se diseñaban graves acontecimientos que eran un peligro para Chile y una amenaza para su libertad e independencia. En el diáfano cielo de las esperanzas y triunfos de los patriotas, se dibujaban a lo lejos pequeños puntos negros y fugaces nubecillas, precursores de la tempestad.En efecto, los ingleses y los españoles que se habían aliado con el propósito de expulsar de la Península a los franceses, habían obtenido sobre las tropas de Napoleón I dos espléndidas victorias en los Pirineos y en Vitoria. Estos sucesos hacían esperar con fundamento una próxima restauración de Fernando VII, quien al empuñar de nuevo su cetro de hierro, enviaría a Chile expediciones capaces de apagar hasta la última chispa de insurrección y capaces de encadenar hasta el último patriota que alimentase entre las ilusiones más queridas las nobles ideas que entrañan las palabras libertad e independencia.En América sucedían hechos de no menos trascendencia. El león ibero no soltaba su presa. Los argentinos habían sido derrotados en Vilcapugio y Ayouma; la infortunada Venezuela había sido reconquistada a sangre y fuego; el virrey del Perú, con las victorias que Pezuela obtuvo contra las tropas mandadas por Belgrano, podía sin peligro organizar otra expedición que viniera a Chile a sofocar la rebelión deshojando así las esperanzas que como esmaltadas flores habían brotado en el alma de los patriotas.A pesar de esto, O’Higgins organizaba sus soldados para lanzarse a Talca y atacar a Gaínza hasta en sus últimos atrincheramientos.Pero de repente, en medio de sus preparativos, tuvo que suspender sus movimientos a causa de una orden expresa recibida del gobierno de la capital.¿Qué podía detener nuestras bayonetas que, inclinadas hacia el sur, esperaban ansiosas la hora del combate y de la victoria?Notas:1. Creemos la utilidad citar todavía la nota que envió O’Higgins desde concepción el 3 de febrero de 1814, el mismo día que tomo los inventarios del ejército a Mackenna, dándole cuenta del estado de las tropas: “Con esta fecha noticio al Exmo. Gobierno Supremo del Estado, mi llegada a esta ciudad el día de ayer a las seis y medía de la tarde e igualmente quedar recibido en las divisiones de este ejército por general en jefe del Restaurador, en virtud de la orden dada el día 1º cuya copia dirigí a Ud. desde a Planchada de Penco; asimismo detallo en globo el lamentable estado de estas tropas, su desnudez y créditos pendientes a su favor. Los ningunos víveres para su subsistencia escasez de caballada para entrar en acción y últimamente el desagradable aspecto que de este conjunto resulta. Ello es que si no se socorren con mano franca estas urgentes necesidades, el ejército se destruye y el pueblo perece. Mi honor queda comprometido y de sus funestas consecuencias no podré ser responsable: todo lo que noticio a US. para que continuando sus sacrificios en servicio de la patria, active con su notorio celo las diligencias a fin de que tenga efecto a la mayor brevedad la remisión de caballos, vacas, víveres, dinero y vestuario, pues el pequeño número que de los citados artículos conduje, sabe Ud. muy bien es reducido al consumo de pocos días. Sin estos auxilios nada se puede avanzar sobre las operaciones militares contra el enemigo ni menos poner a las tropas en el indispensable y esencial requisito de una ciega subordinación cortando al mismo tiempo la raíz infecta de los demás vicios que son consiguientes y de que se hallan corrompidos hasta lo sumo.Dios guarde, etc.- Concepción, febrero 3 de 1814.- Bernardo O’Higgins.- Al señor general de la división auxiliadora señor Juan Mackenna”.
Toma de Talca por los españoles.- Nombramiento de Francisco de la Lastra de Director Supremo.- Instrucciones y misión del comodoro Hillyar.- Estado del ejército patriota.- Situación general de Chile.- Se nombran plenipotenciarios de Chile para negociar con Gaínza a Bernardo O’Higgins y Juan Mackenna.- Preliminares y discusiones entre los agentes de ambos ejércitos para llegar a un avenimiento.- Tratados de Lircay.
CAPÍTULO III
José Miguel Carrera abandona a Concepción y se dirige a Penco.- Medidas que toma el enemigo para aprisionarlo.- Asalto que Lantaño da a José Miguel y Luis Carrera.- Estos jefes patriotas son conducidos a Chillán y encarcelados.- Lo que hay de cierto sobre las estipulaciones celebradas entre O’Higgins y Gaínza sobre los Carrera en los tratados de Lircay.- Fuga de los Carrera de Chillán.- Llegan a Talca en seguida marchan hacia la hacienda de San Miguel.- Lastra ordena la prisión de los Carrera sin poderlo conseguir.- Captura de Luis Carrera.
José Miguel Carrera, de acuerdo con varios partidarios de la capital, hace los preparativos de una revolución.- Se conquista algunos cuerpos para la guarnición.- Golpe de Estado dado a las 3 de la mañana del 23 de julio de 1814.- Carrera se apodera del palacio de Gobierno.- Prisión de muchos patriotas.- En Cabildo abierto se nombra una Junta de Gobierno.- Destierro de varios jefes y ciudadanos.- El nuevo Gobierno aprueba los tratados de Lircay.- Causas de la revolución.
Llega la noticia de la revolución de Carrera al Cuartel general de O’Higgins.- Se reúne una Junta de Guerra.- Se acuerda marchar al norte a reponer el gobierno caído.- Al dirigirse a Santiago, O’Higgins no tuvo conocimiento del desembarco de Osorio.- Carrera se prepara a resistir a O’Higgins.- Luis Carrera al mando de las tropas de la capital se atrinchera en Maipo.- Combate entre ambos ejércitos.- Derrota de O’Higgins.- Da éste orden para concentrar sus tropas.- ¿Quién es responsable del combate de Maipo?
CAPÍTULO VII
Llega al campo de O’Higgins un parlamentario de Osorio.- Intimidación del jefe español.- Contestación de Carrera.- O’Higgins propone un arreglo amistoso a Carrera.- Primeras negociaciones entre ambos patriotas.- Entrevista a O’Higgins y Carrera.- Se establece la paz.- Proclama que juntos dirigen al ejército.- O’Higgins se dirige a Maipo a organizar su división.- Análisis del arreglo entre los dos jefes.El general del ejército del Sur, estaba vivamente preocupado en la concentración de sus tropas, diseminadas en ancha zona de territorio, cuando vinieron a darle cuenta de la llegada de un oficial realista.Al principio no le dio importancia al hecho; pero, luego que se puso al habla con él, supo que se llamaba Antonio Pasquel y que era un parlamentario enviado, en compañía de un corneta, por Osorio que hacía pocos días había desembarcado en Talcahuano con numeroso ejército. Venía en comisión para entregar una nota que en el fondo era un ultimátum. O’Higgins conversó largo rato con Pasquel a quien había conocido antes en el sur, y, después de recoger abundantes noticias de la nueva expedición, le dijo que nada podía hacer y que marchase a Santiago a donde encontraría a quien entregar los pliegos de que era portador, para lo cual le ofrecía toda clase de facilidades.Al amanecer del 27 de agosto estaba Diego José Benavente ocupado con la tropa de su mando en la honrosa misión de enterrar a los muertos habidos en la acción de Maipo, “cuando por el lado de Cerro Negro se oyó el sonido de una corneta, cuyo instrumento no se había adoptado entre nosotros. Reconocida esta ocurrencia se encontró al oficial Antonio Pasquel”.Presentado éste a José Miguel Carrera, puso en sus manos una nota de Osorio, que, como muestra de las costumbres de la época, la trascribimos a continuación:“Habiendo desaprobado en todas sus partes el Excmo. señor virrey de Lima el convenio celebrado en 3 de mayo último entre don Bernardo O’Higgins, don Juan Mackenna y el brigadier don Gabino Gaínza, por no tener éste tales facultades, ser contrario a las instrucciones que se le dio, a la nación y la honor de sus armas y habiendo en consecuencia tomado yo el mando de ellas en este reino, debo manifestar US. que si en el término de diez días contados desde esta fecha no me contestan estar prontos a deponerlas inmediatamente, a renovar el juramento hecho a nuestro soberano el señor don Fernando VII, a jurar obedecer durante su cautividad la nueva constitución española y el gobierno de las cortes nacionales y admitir el que legítimamente se instale para el reino, daré principio a las hostilidades, y si, por el contrario, dan desde luego las órdenes y toman todas las providencias necesarias para que tengan efecto mis justísimas proposiciones, les ofrezco nuevamente un perdón general y olvido eterno de todo lo sucedido, por más o menos parte que cada uno de los que hayan estado mandando haya tenido en la revolución.Supongo a Uds. poseídos de los sentimientos que caracterizan al hombre de bien, y amante de la felicidad de su patria, en cuyo concepto espero que mirando por ella abrazarán los partidos que la misma razón y religión dictan, evitando la efusión de sangre y desastre de los pueblos de este desgraciado país, haciendo a Uds. responsables ante Dios y el mundo, de las funestas resultas que son consiguientes al errado y equivocado sistema que contra toda probabilidad, sin la menor esperanza de buen éxito quieren seguir y sostener.Autorizado como estoy para el perdón y olvido de lo pasado, puede tener efecto una reconciliación verdaderamente fraternal, a que me hallo pronto; si ciegos a la voz de la naturaleza, no diesen oídos a mis ofrecimientos me veré precisado a usar de la fuerza y poner en práctica los grandes recursos que para obrar ofensivamente tengo a mi disposición, en cuyo caso, ni Uds. ni los particulares, ni todo el reino tendrá que quejarse de los funestos resultados que les sobrevengan, por no haber reflexionado con tiempo en su bienestar.Yo, los oficiales y tropa que hemos llegado a este reino, venimos o con la oliva en la mano, proponiendo la paz, o con la espada y el fuego, a no dejar piedra sobre piedra en los pueblos que sordos a mi voz quieran seguir su propia ciega voluntad.Abran todos, pues, los ojos, vean la razón, la justicia y la equidad de mis sentimientos, y vean al mismo tiempo, si les conviene, y prefieren a su bienestar el exterminio y desolación que les espera si no abrazan inmediatamente el primero de los partidos.Con el capitán don Antonio Pasquel, portador de ésta, espero la citada contestación.Dios guarde a Uds. muchos años.- Cuartel general de Chillán, a 20 de agosto de 1814.Mariano Osorio.A los que mandan en Chile”.Impuesto Carrera del contenido de este reto audaz y perentorio, a la vez de las palabras poco parlamentarias con que explicó el alcance de ellas Pasquel, envió en el acto a éste a la cárcel y contestó a Osorio en términos que hablan muy alto de su carácter altivo, de su fe inquebrantable en la justicia de la causa de Chile y de su profundo orgullo como hombre y como ciudadano. Copiamos a continuación la respuesta, para que el lector se imponga por completo de los detalles y de los acontecimientos que se acercan con demasiada rapidez:“Los enemigos del pueblo americano cada día presentan nuevas pruebas en su conducta siempre contradictoria, de que un interés particular y el encono del espíritu privado, son la única regla de sus procedimientos. Chile había sacrificado a los deseos de la paz cuantos hasta la época de las capitulaciones fueron manifestados por el virrey de Lima, que en todas sus partes las han desaprobado, según el oficio de Ud. de 20 del corriente. Un nuevo reconocimiento de Fernando VII, y el de la regencia, y la remisión de diputados que sancionasen la Constitución, alejaba hasta las apariencias del título de insurgentes que se ha querido hacer valer para saciar en la sangre de los hijos del país el odio implacable de los que sin duda nos han considerado como un grupo de hombres sin derechos, indignos de ser oídos, y despojados de todas las prerrogativas de un pueblo.Cuando Ud. trata nuestro sistema de erróneo y absurdo desearíamos saber ¿cuál es el que UD. sigue? No puede ser el de la obediencia a Fernando VII, a la regencia ni a la constitución española supuesto que se anulan los pactos compresivos de este reconocimiento. Ud. tampoco se presta al de los gobiernos populares que durante la cautividad del rey (que rompió el vínculo que recíprocamente unía a los vasallos a un centro común) era el único adoptable a las circunstancias, y se aceptó en España con la instalación de las juntas provinciales. Así es necesario confesar que el solo sistema de Ud. es el de la desolación y la muerte con que nos amaga, negando hasta el tratamiento que inspira la cortesía, y enviando un conductor tan insultante que el gobierno ha empeñado toda su moderación para no escarmentar su insolencia, como al del coronel Hurtado que ha fugado quebrantando las obligaciones que le imponía su condición de rehenes. En lugar de aquél hemos dejado a éste, y el conductor es el trompeta.Por otra parte, la comunicación de Ud. no está acompañada de más credencial que su palabra desacreditada otra vez en la falsa intimación al Huasco.“La Gaceta original del Janeiro que le adjuntamos, le avergonzará en la complicada conducta que preside las operaciones de los antiguos mandatarios de América. Fernando VII anula la constitución de las cortes y decretos de la regencia: deja constituidas las autoridades hasta la resolución de un nuevo congreso, y declara reos de lesa majestad a los que defrauden los efectos de esta resolución. Tales son nuestros invasores: y la nueva agresión de Ud. le hará criminal delante de Dios, del rey y del mundo entero; si en el momento no desiste (desamparando nuestro territorio) de un proyecto vano, y que será confundido a impulsos del gran poder a que se ha elevado la fuerza de Chile, puestos en movimientos los copiosos recursos de que un gobierno débil no supo aprovecharse oportunamente. Su oficio de Ud. ha sido una proclama excitadora del valor y energía de nuestras tropas, y de los dignos pueblos que están resueltos a repulsar la invasión con el último sacrificio.Haga Ud. el que es debido a la religión, a la justicia y a la humanidad, evitando la efusión de sangre, y las desgracias consiguientes a su escandalosa e injusta provocación, de que le hacemos responsable: y tenga Ud. por efecto de nuestra generosidad esta contestación; cuando no siendo Ud. de mejor condición que el general Gaínza, se atreve sin credenciales a dirigirnos otras proposiciones, al paso que aquél no se ha creído facultado para que las que celebró bajo la garantía del comodoro Hillyar que documentalmente acreditó la autoridad para mediar, y la que había conferido al general Gaínza ese mismo virrey que hoy anula sus tratados. Esto más parece una farsa que una relación entre hombres de bien y de honor.- Dios guarde a Ud. muchos años.- Santiago, 29 de agosto de 1814.José Miguel de Carrera.- Julián Urivi.- Manuel de Muñoz y Urzúa.A don Mariano Osorio”.O’Higgins que, tanto en sus actos públicos como en los privados, tenía siempre por divisa la patria, que sobre el mar agitado de sus pasiones hacía flotar siempre el propósito de servirla con desinterés, y, que al través de las sombras de sus debilidades y flaquezas colocaba siempre como estrella fija el amor a Chile; apenas tuvo conocimiento del desembarco de Osorio, sepultó en lo más hondo de su alma los deseos de presentar nuevo combate, echó a tierra sus justos resentimientos y escribió en la misma noche a Carrera una carta en la que le decía que estaba resuelto a entrar en cualquier arreglo y tomar el puesto que se le designase a costa de salvar el país. Esta nota fue llevada a su destino por el coronel Estanislao Portales.El 31 de agosto contestó Carrera por el mismo conducto en términos vacilantes y vagos.O’Higgins le hizo entonces nuevas proposiciones, dominando en todas ellas el vehemente anhelo de tranzar las rencillas habidas, de abrir ancha tumba a las discusiones del pasado con sus cóleras, sus enconos, sus pequeñeces y sus miserias.Casimiro Albano, que medió en las negociaciones habidas entre ambos caudillos, sostiene en la Memoria que le encomendó la Sociedad de Agricultura, que O’Higgins le dio a Carrera el siguiente recado:“Dígale UD. a Carrera, en fin, que en nada miro mis empleos cuando se trata de salvar el país de la suerte que le amenaza. Un lugar en sus filas, aunque sea de soldado, es cuanto ambiciona O’Higgins”.Estas palabras son un destello del noble corazón de tan ilustre y benemérito patriota y soldado.No hay que olvidar que quien suplicaba de este modo, tenía bajo sus órdenes tropas suficientes para imponer por la fuerza su voluntad. En Maipo se habían batido sólo sus vanguardias.Para acentuar más sus intenciones escribió a Carrera la siguiente carta que pone de manifiesto su hidalguía:“Cuando dicté el oficio que condujo el coronel don Estanislao Portales, creí preparado el corazón de US. a cualquier sacrificio que se diese en ventaja del reino: en aquellos momentos palpitaban aún los cadáveres de las inocentes víctimas sacrificadas en aquella aciaga tarde, y creí un deber mío aprovechar la ocasión que me pareció favorable: entre tales anuncios me prometía que US. propusiese algún expediente capaz de conciliar la divergencia ya total de los ánimos. Por el oficio que contestó nada de esto descubro; pero como en él se refiere US. a lo que debe decirme verbalmente el enviado, lo he examinado escrupulosamente sobre este objeto sin alcanzar el logro que me lisonjeaba. En tal combinación congregué la oficialidad del ejército desde las más pequeñas graduaciones, por cuyos votos han sido siempre nivelados mis pasos, y después de oídos sus dictámenes, y de varios debates que tuvieron algunos interesados en vengar la sangre derramada, se adoptó por la totalidad el medio humano y conciliatorio de aproximar las fuerzas del ejército a la capital en igual distancia a la que debe estar el ejército del mando de US.: que en tal disposición de las fuerzas, que no puedan violentar la elección, se elija por el pueblo un gobierno provisorio, presidiendo dicha elección con facultades de calificar los votos el cabildo depuesto, siendo precisa condición que a esta asamblea libre no concurra individuo alguno de los dos ejércitos, y que se restituyan inmediatamente para que sancionen este acto en unión de los demás los ciudadanos que estuvieren expatriados por sus particulares opiniones: que establecido el gobierno en los términos propuestos, estoy pronto a entregarle al mando sean quienes fueren electos. Yo no temo que US. se resista a tan justas proposiciones que combinan la liberalidad de nuestro sistema y el bien del reino con el ahorro de mucha sangre inocente que debería derramarse de otro modo. Espero satisfactoria la contestación de éste con el teniente coronel graduado don Venancio Escanilla, que a este efecto pasa a esa ciudad.- Dios guarde a US. muchos años.- Hacienda del Hospital, 31 de agosto de 1814.Bernardo O’Higgins.Señor brigadier don José Miguel de Carrera”.El jefe revolucionario contestó rechazando las proposiciones de su adversario y exigiendo del patriotismo de él una entrevista para arreglar definitivamente los puntos en desacuerdo.Aceptada la idea de Carrera, los dos insignes patriotas se reunieron el 2 de setiembre a medio día en un lugarejo de los callejones de Tango. Allí se reconciliaron y se acordó en definitiva que José Miguel Carrera quedaría de general en Jefe, conservando O’Higgins el mando de su división que se designó como la primera que debía entrar al fuego en defensa de la patria (1).El 3 de setiembre se presentaron a la capital, se pasearon del brazo por las avenidas principales, se alojaron en una misma casa y firmaron juntos una entusiasta proclama al pueblo y al ejército que terminaba con estas palabras:“Conciudadanos, compañeros de armas, abrazaos venid con nosotros a vengar la patria, a afianzar su seguridad, su libertad, su prosperidad con el sublime triunfo de la unión”. (2)Pasadas las manifestaciones de alegría y regocijo, el 5 de setiembre O’Higgins cruza las calles de la capital y al galope de su caballo se dirige a Maipo a unirse con su división para organizarla y ser el primero en salir al encuentro de los famosos Talaveras y probarles que para ser héroe no se necesita ni táctica ni disciplina, basta con tener en el pecho un corazón que reboza amor a la patria, y en el alma una voluntad que no se arredra ni ante la muerte ni ante los peligros.Sin duda que en los arreglos que mediaron después de Maipo, la palma del patriotismo, de la elevación de miras y del desinterés se la lleva O’Higgins. Este jefe contaba “en el momento de la reconciliación sinó más tropas, más aguerridas que las de Carrera” (Vicuña Mackenna).En verdad en el combate anterior sólo puso en línea el batallón de Infantes de la Patria, el escuadrón de Dragones de Freire, dos cañones y algunas guerrillas de caballería. En cambio dejó atrás a los granaderos, a los Húsares, el parque con el resto de la artillería y otra sección de dragones. En una palabra O’Higgins contaba con elementos para batir con éxito a Carrera y vencerlo. José Miguel Carrera no disponía más que tropa indisciplinada y recién formada. Estos hechos se confirmarán mejor cuando más adelante estudiemos la composición del ejército que se iba a batir en Rancagua.Conocido esto, O’Higgins, fue todo corazón y todo nobleza al ceder a cuanto se le exigió, es decir, a que se le entregara sólo el mando de una división, sin darle participación alguna, ni a él ni a sus amigos, en el gobierno. Olvidó sus ambiciones, para no pensar más que en la patria.Carrera, por el contrario, en lugar de estrechar entre sus brazos a O’Higgins para formar entre los dos un gobierno y en lugar de aceptar cualquier otro temperamento que hubiese siquiera en apariencias disfrazado sus ardientes deseos de mando, se mantuvo inflexible, exponiendo así al país a seguir en una guerra civil de incalculables consecuencias.La lógica de los sucesos y la justicia hacen aparecer como un gigante en aquellas circunstancias a O’Higgins, y a Carrera sólo como un soldado que se dejó llevar demasiado lejos por su ambición personal.Notas.1. Carrera describe en su Diario la conferencia con su competidor, en los siguientes términos: “A las once del día nos juntamos en los callejones de Tango, que era el paraje destinado. Aunque tratamos hasta oraciones, ni yo sé lo que nos quitó tanto tiempo. O’Higgins puso todo su esmero en que pusiéramos a Pineda de vocal de la Junta por Concepción, separando para esto a Uribe; pero viendo que me oponía con razones sólidas y que no cedería, me dijo por último, que su oficialidad estaba contenta con que se destruyese la Junta y fuese yo director. Le expuse otras muchas razones y nos separamos comprometiéndose él a escribir a Uribe para que cooperase a este paso. Cuando llegué a mi cuartel encontré muy alarmada la gente porque recelaban de mi tardanza y mucho más porque me vieron salir sólo con una ordenanza y un ayudante. Entregué a Uribe la carta de O’Higgins que contestó en los términos que acordamos, negándose claramente a entrar en otra composición que no fuese reconocer la Junta y recibir de ella su palabra de echar un velo por todo lo pasado”.2. He aquí esta famosa pieza histórica:“¿No habría sido una gloria para los enemigos de la causa americana ver empeñada la discusión civil en que se prometían ser los terceros de la discordia y los árbitros de nuestra suerte? ¡Infames! Ese bárbaro cálculo de nueva agresión y la franca comunicación de nuestros sentimientos han abierto las puertas del templo de la unión, sobre cuyas aras hemos jurado solemnemente sacrificarnos por el solo sistema de la patria, y consagrarle el laurel de la victoria, a cuya sombra augusta se escribirá el decreto que ha de fijar su feliz destino. Hemos sellado ya el pacto de una eterna conciliación. El ejército de la capital está identificado con el restaurador del sur: en un mismo deseo, un mismo empeño, un mismo propósito anima el corazón de nuestros generales y de toda la oficialidad. La seguridad personal de ésta, de sus puestos y mérito, es garantida sobre nuestro honor. Nada exigimos de la probidad que les caracteriza, sino aquella deferencia más obligatoria que generosa al voto de la justicia y de la unidad. Ella es la que preside las deliberaciones del Gobierno: su instalación queda sancionada, y el espíritu sólo se reanima para resistir con dignidad a unos invasores que en la desaprobación de los tratados de paz nos han justificado a la faz del mundo. Ellos no pueden señalar el motivo de la guerra. La hacen sólo para saciar su odio implacable con la sangre americana. Mancharán sus manos sacrílegas en la inocencia de las víctimas; pero ese mismo furor es el que reclama imperiosamente la venganza de nuestras armas, y la cooperación de todo el que no quiera cambiar el noble título de ciudadano por la humillante y feroz cobardía de aquellos espíritus turbulentos que se han entregado a la única pasión del bajo rencor. Si hay entre nosotros almas tan ruines y execrables, avergoncémonos de que hayan nacido sobre el mismo suelo que profanan nuestros agresores: cuéntense con estos en la lista proscripta de los enemigos de la patria: jamás tengan lugar en el libro cívico de los verdaderos hijos de Chile; y abandonados a una excomunión civil, perezcan envueltos en la infamia y el remordimiento. La muerte será el término preciso del que recuerde las anteriores disensiones condenadas a un silencio imperturbable. En la memoria de los hombres generosos no queda un vacío para especies capaces de entibiar la cordial fraternidad que nos vincula. Con ella volamos a extinguir el fuego de ese resto de tiranos que ha protestado no dejar piedra sobre piedra en el precioso Chile. Compatriotas, se acerca el dieciocho de Setiembre; el aniversario de nuestra generación repite aquellos dulces días de uniformidad que sepultaron la noche del despotismo. Acordaos que nuestro valor supo renovarlos en la invasión de Pareja, enérgicamente repulsada por la conformidad de los defensores del pueblo chileno. Conciudadanos: compañeros de armas, abrazaos y venid con nosotros a vengar la patria, y afianzar su seguridad, su libertad, su prosperidad en el sublime triunfo de la unión. Este será el título de la victoria, y con él ha de celebrarla la aclamación universal.- Santiago, 4 de setiembre de 1814.José Miguel Carrera.- Bernardo O’Higgins”.
Abascal desaprueba los tratados de Lircay y envía a Osorio.- Antecedentes del Coronel Mariano Osorio.- Desembarco en Talcahuano.- Organiza el ejército en cuatro divisiones.- Luis Urrejola.- Ildefonso Elorreaga.- José Ballesteros.- Manuel Montoya.- Rafael Maroto.- Manuel Barañao.
Coronel Elorreaga con milicianos: 200.
Teniente coronel de milicias Quintanilla con su escuadrón Carabineros de Abascal: 150.
Coronel Carvallo, con su batallón de Valdivia: 502.
Coronel Lantaño, batallón de Chillán: 600.
Total: 1.452.
La caballería constaba, pues, de 350, a las órdenes de Elorreaga.
La infantería de 1.102, al mando en jefe de Carvallo.
Además tenía la vanguardia 4 cañones de campaña.
Jefe, coronel de ejército, José Ballesteros, con batallón voluntarios de Castro: 800.
Batallón Concepción, mandado por José Vildósola: 600.
Total: 1.400.
Jefe, coronel de ejército, Manuel Montoya, con el batallón de Chiloé: 500.
Batallón auxiliar de Chiloé: 550.
Total: 1.050.
Con 4 cañones de campaña.
Jefe, coronel de ejército, Rafael Maroto con el batallón Talaveras: 550.
Dos compañías del Real de Lima al mando del comandante Velasco: 200.
Escuadrón de Húsares a las órdenes del comandante Manuel Barañao: 150.
Total: 900.
Con 6 cañones de campaña.
Osorio emprende su marcha al norte.- Plan de los realistas.- Se recibe orden de Abascal para reembarcarse y hacer arreglos de paz.- Osorio reúne una junta de oficiales.- Se acuerda desobedecer al virrey y seguir.
Los patriotas preparan la defensa.- Trabajos en la capital.- Medidas de la junta de Gobierno.- Se pone a precio la cabeza de Osorio.- Se da libertad a los esclavos que se incorporen al ejército.- Estado moral del ejército patriota.- Opiniones diversas sobre esta materia.- Se distribuyen las tropas en tres divisiones.- Opiniones encontradas sobre el número de soldados de cada división.- O’Higgins ocupa la plaza de Rancagua.- Juan José Carrera con la segunda división acampa en la chacra de Valenzuela.- Luis Carrera con la tercera se estaciona en los Graneros de la Compañía.
Artilleros: 84 plazas.
Batallón número 2º: 177 plazas.
Batallón número 3º: 470 plazas.
Dragones: 280 plazas.
Milicias de caballería: 144 plazas.
Total: 1.155 plazas.
Comandante en jefe: Bernardo O’Higgins.
Artilleros: 84 plazas.
Granaderos o número 1º: 664 plazas.
Caballería de milicias: 1.253 plazas.
Total: 2.001 plazas.
Comandante en jefe: Juan José Carrera.
Artilleros: 84 plazas.
Infantes: 195 plazas.
Húsares nacionales: 687 plazas.
Total: 966 plazas.
Autores.
Diego Barros Arana: 1.100.
Miguel Luis y Gregorio V. Amunátegui: 1.155.
Diego José Benavente: 1.155.
José Miguel Carrera: 1.155.
Bernardo O’Higgins en la memoria que se le atribuye: 500.
El padre Guzmán: 900.
José Ballesteros: 900.
Estados pasados por O’Higgins el 24 de septiembre: 961.
Apuntes de Juan Thomas, publicados por el señor Vicuña Mackenna: 550.
Benjamín Vicuña Mackenna, en una nota puesta en El Ostracismo de O’Higgins: 550.
Barros Arana: 1.800.
Señores Amunátegui: 1.861.
Benavente: 1.861.
José Miguel Carrera: 2.001.
Barros Arana: 1.000.
Señores Amunátegui: 915.
Benavente: 915.
José Miguel Carrera: 966.
O’Higgins: 1.500.
El padre Guzmán: 2.000.
José Ballesteros: 2.000.
CAPÍTULO Xl
Opiniones diversas que hay sobre los planes de batalla.- Plan de O’Higgins.- Plan de Carrera.- Documentos que comprueban la existencia de dichos planes.- Notas de O’Higgins.- Lo que Carrera dice en su Diario.
Por la disparidad de opiniones que tienen los que han narrado el sitio de Rancagua en cuanto al número de soldados y a la cuota que de estos correspondió a cada división, se podrá colegir las divergencias que habrá acerca del plan, detalles y episodios de aquella memorable y grandiosa acción de armas. Pocos son los que han escrito a este respecto libres de las influencias poderosas de los dos partidos que, desde la destitución de los Carrera del mando que ejercían en el ejército antes de los pactos de Lircay, se diseñaron con rojos colores en la vida política del país: hablamos del carrerino y del o’higginista.
Por esta razón, y para no aparecer ni siquiera como sospechosos y sí como neutrales en la solución de los enmarañados problemas con que a cada paso nos vamos a encontrar, procuraremos exponer con lealtad los diversos juicios, y no daremos nuestra opinión sin que previamente los hayamos confrontado con perfecta calma y serenidad.
Los caudillos del ejército patriota, José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins, concibieron dos planes de campaña, acordes en un punto y opuestos en la base fundamental de ellos.
El de O’Higgins tenía dos fases diversas:
1ª. Defender el paso del Cachapoal y
2ª. En seguida, encerrarse en Rancagua y luchar allí hasta vencer o morir. El de Carrera se componía a su vez de dos partes principales:
1ª. Defender el paso del Cachapoal, en lo que estaba de acuerdo con su rival. y
2ª. Presentar en seguida la batalla definitiva en la Angostura de Paine.
Comprobaremos estas afirmaciones.
O’Higgins en nota de 14 de setiembre, desde Maipo, escribió al general en jefe el siguiente oficio:
“Número 327.
Excmo. Señor: Las reflexiones que hace el teniente coronel don Bernardo Cuevas en carta que a VE, adjunto, sobre el interés que debe tomar el enemigo en posesionarse de la villa de Rancagua, son muy conformes a razón y a lo mismo que otra vez tenía insinuado a V. E. en este particular. El punto de Rancagua es de suma importancia para aquél, y para nosotros no hay otro igual en todo el reino. Se puede hacer en él una vigorosa defensa sin exponer mucha tropa, ni aventurar la acción aun cuando nuestra fuerza sea la quinta parte menor. Estamos todavía en tiempo de poderlo salvar; pero para ello se han de activar tanto las cosas que antes de dos días pueda marchar el ejército hacia aquel destino.
Dios guarde a V. E., muchos años.
Maipo, setiembre 14 de 1814.
“Señor don José Miguel Carrera. Setiembre 14.
(ocho de la mañana)
Mi amigo:
Nos toma el enemigo el único lugar de defensa, el punto de Rancagua: desde el momento que suceda, casi preveo la infeliz suerte de Chile. Las Angosturas de Paine no son suficientes para contenerlo hay otro camino por Aculeo, que aunque difícil para artillería gruesa, no lo es para la de montaña, y dirigiéndose por él pueden dejar burlada la división de las Angosturas. Ya es tiempo de reunir el grande ejército. Usted debe ocupar el lugar de generalísimo: es preciso salvar a chile a costa de nuestra propia sangre: yo a su lado serviré ya de edecán, ya dirigiendo cualquiera división, pequeña partida o manejando el fusil: es necesario para la conservación del Estado no perdonar clase alguna de sacrificios. El influjo de Ud. en el ejército, alguno pequeño mío reunido, será alguna ayuda. Si aguardamos al enemigo en el llano de Maipú, soy de dictamen es ventajoso a los piratas, así por el mejor manejo de armas en las nuevas tropas invasoras, como porque las nuestras se corromperán en Santiago y se desertarán a sus casas. Rancagua es el punto que debe decidir nuestra suerte. No quiero demorar el correo.
Adiós, mi amigo, soy el de siempre.
Iguales ideas expresaba en otras notas fechadas el 18, 21 y 22 de setiembre. Para que se siga conociendo el temple de alma de este oficial cuyo valor personal es legendario en nuestro país, léase lo que decía en la del 18:
“Con mil hombres de infantería, trescientos de caballería de fusil; igual número de lanceros, la culebrina de a ocho y el obús, yo soy responsable a que el enemigo no penetrará (en Rancagua) jamás”.
En otro oficio del 22, desde Rancagua, dice:
“Si llega el caso de que toda la fuerza del enemigo, avance sobre esta villa, y yo presuma con fundamento que no pueda resguardarla con la que está a mi mando, haré la retirada hasta la Angostura en los mismos términos que V. E. me ordena en carta de hoy, aunque el verificarlo con orden es lo más difícil para nuestras tropas por su impericia militar. Estoy cierto de la actividad infatigable de V. E. y que sólo su celo podrá salvar a la patria en las críticas circunstancias. Es ciertamente este punto el mejor que presenta el reino para hacer una defensa con ventajas, y sería muy sensible perderlas; pero si las circunstancias así lo exigen y la prudencia lo dicta, me veré en la precisión de retirarme hasta encontrar el refuerzo.”
Esta nota es contestación a una que le envió Carrera y que en lo principal decía:
“Si son iguales los enemigos, y tenemos la fortuna de impedir su progreso a Rancagua (por medio de la defensa del Cachapoal?) antes de unirnos, este será el mejor punto para sostenernos. Si las fuerzas enemigas avanzadas no se presentan con esta ventaja, la prudencia dicta replegarse, aunque sea doloroso perder una posición tan favorable, por no perderlo todo.”
El plan de Carrera, que ya se manifiesta muy a las claras en la carta anterior, tenía, como hemos dicho, un punto de contacto con el de O’Higgins --la defensa del paso del Cachapoal-- la discrepancia consistía en el lugar en donde debía hacerse la resistencia definitiva. Mientras el jefe de la vanguardia optaba por Rancagua, el generalísimo prefería la Angostura de Paine.
Demostremos estos asertos.
José Miguel Carrera en su Diario, dando cuenta que el día 24 de setiembre había salido de Santiago la segunda división al mando de su hermano Juan José, agrega:
“Recibió las mismas órdenes que O’Higgins para replegarse a la Angostura en caso de no poder impedir el paso del Cachapoal.”
En estas tres líneas está encerrado todo su plan de campaña.
A fin de ser más explícito, adelantaremos un episodio del drama que se acerca, a fin de que se conozcan con exactitud las ideas del general en jefe.
Hablando en su Diario del efecto que produjo en él la noticia de que Osorio había cruzado sin obstáculos el Cachapoal, dice:
“Encargué a mi ayudante el coronel Sota que fuese a Rancagua con la posible brevedad y dijese a los jefes de las divisiones: que por el camino de la Compañía se retirasen a la Angostura, aun cuando les fuese preciso clavar toda la artillería y perderla con la municiones; que serían sostenidos por la 3ª división que distaba sólo una legua.”
Aunque la confesión de parte es prueba plena; sin embargo, para que no se crea que podemos dar una falsa interpretación a las palabras de Carrera, expondremos la opinión de algunos distinguidos historiadores.
“Era el plan de Carrera, dice Benavente que era uno de los intimo amigos de José Miguel y que pertenecía a la 3ª división, defender el paso del caudaloso Cachapoal, y en caso de ser forzado por el enemigo, replegarse sobre la Angostura de Paine.”
“Su plan (el de Carrera) para conseguirlo era sencillo, dicen los señores Amunátegui en la Reconquista Española. Disputarían a los realistas el paso del Cachapoal; y en caso de ser rechazados, se replegarían a la Angostura de Paine, que a causa de la naturaleza del terreno, si Osorio cometía la imprudencia de atacarla, sería las Termópilas de Chile.”
“El general Carrera, por su parte, dice el señor Barros Arana, pensaba de muy distinto modo. Menos resuelto y decidido que O’Higgins, él creía que su deber le mandaba demorar una acción decisiva, para disciplinar sus tropas y burlar al enemigo. Su plan de campaña se reducía a disputar a los realistas el paso del Cachapoal; y en caso que esto lo forzasen, los insurgentes debían replegarse al sitio denominado la Angostura de Paine, estrecha garganta de terreno plano, cortada por dos cordones de cerros bajos.” (1)
-- Constatados de un modo evidente los planes de ambos jefes, pasamos a estudiarlos a la luz de la lógica, de la conveniencia militar y de los claros preceptos de la estrategia.
Notas.
1. El señor Vicuña Mackenna, tanto en su obra Ostracismo del general O’Higgins publicada en 1861, como en la Vida del capitán general de Chile don Bernardo O’Higgins, dice: Carrera había designado como el punto en que debía darse la batalla el desfiladero de Paine; pero O’Higgins insistía que debía defenderse la dilatada línea del Cachapoal.” Sigue todavía disertando en el sentido de que era de O’Higgins, solamente, el plan de defender el paso del Cachapoal. Las opiniones documentos que hemos reproducido, demuestran que Carrera, con más energía que O’Higgins, sostenía la conveniencia de impedir el paso del Cachapoal y prueban a la vez el error involuntario en que ha caído el ameno historiador y fecundo publicista.
Análisis del plan de defender el paso del Cachapoal.- Este río es vadeable y de difícil defensa.- Defensa en la Angostura de Paine.- Descripción del terreno.- Hay dos caminos más que unen a Rancagua con Santiago.- La defensa en la Angostura es inaceptable.- Defensa en el río Maipo.- Batalla campal en el llano del mismo nombre.- Ambos proyectos son contrarios a la estrategia.- Paralelo de ambos ejércitos beligerantes.- Opiniones de algunos escritores sobre estos puntos.- Defensa en Rancagua.- Estudio de esta localidad.- Es preferible este lugar al de Angostura.- Paralelo de ambos puntos.
Pues bien, esta nota no envuelve ninguna orden perentoria, es sólo una instrucción condicional y potestativa. Si ciertas cosas se verificaban, O’Higgins sería el juez para decidir si convenía o no ejecutar tales y cuales operaciones: he aquí el fondo de esta carta.CAPÍTULO XIII
¿O’Higgins desobedeció al encerrarse en Rancagua?.- Opinión del señor Vicuña Mackenna.- Carrera permitió tácitamente el atrincheramiento en Rancagua.- Opinión del señor Benavente.- Opinión del señor Barros Arana.- Nota dirigida por Carrera a O’Higgins sobre la cuestión debatida.- No hubo orden.Habiendo existido discrepancia en las opiniones de ambos jefes, fluye de por sí una duda. ¿O’Higgins desobedeció a Carrera al encerrarse en Rancagua?El señor Vicuña Mackenna con su franqueza habitual dice en la Vida del General O’Higgins: “Por lo demás, la batalla de Rancagua considerada militarmente, no es sino un absurdo y una insubordinación del brigadier O’Higgins, que no era ya el general en jefe, sino un comandante de división, sujeto a superiores facultades”.No hemos podido encontrar ni nadie ha citado documento oficial alguno que justifique este cargo hecho por tan honorable historiador.¿Dónde está la orden perentoria de José Miguel Carrera en la cual se dijera a O’Higgins que se replegase a Paine? ¿Dónde el mandato formal y categórico?En ninguna parte.Lo que hubo entre ambos, como lo demuestra la serie de notas y cartas que reproducimos en el capítulo once, fue diferencia tranquila de opiniones y de ideas; pero al fin, implícitamente y en el hecho, Carrera aprobó el plan, sea por galantería, sea porque triunfaron las razones de su rival, sea por temor de que hubiese un choque entre los dos, sea por cualquier otro motivo.Si no aprobó la defensa del Cachapoal y de Rancagua ¿por qué permitió sin protesta que O’Higgins ocupara esa ciudad i la atrincherara el 20 de setiembre, es decir, once días antes que llegara Osorio? ¿Por qué envió en la misma dirección a la 2ª división de Juan José Carrera? ¿Por qué él, personalmente, en compañía de su hermano Luis, se puso también en marcha hacia el mismo punto?En apoyo de nuestra opinión, citaremos algunas autoridades históricas dignas de fe y de crédito.Don Diego José Benavente, exaltado apologista de Carrera, declarado adversario de O’Higgins y uno de los jefes de la caballería de la 3ª división que decidió con hábil maniobra el combate de Maipo, en su memoria sobre Las primeras campañas de la guerra de la independencia, dice: “No pudo el general Carrera resistir a tanto empeño, u oponerse a tantas seguridades como daba O’Higgins, ya fuera porque llegase a desconfiar del acierto de sus planes, ya por no disgustar a un jefe con quien acababa de reconciliarse. A pesar de sus convicciones y sin revocar por un momento las órdenes dadas, quedó fijado e/punto de Rancagua para la defensa, y por consiguiente para nuestra ruina”.El señor Barros Arana en su Historia General de la Independencia, a la letra agrega: “Sea por la convicción de la ineficacia de su plan, o por una prueba de deferencia al parecer de O’Higgins, el general Carrera aceptó al fin la propuesta de este jefe para posesionarse de Rancagua antes que el enemigo pasase el Cachapoal. Allí debía colocarse con la división de su mando, fortificarse, defender el paso del río, y sostenerse si era atacado en el pueblo, hasta que las divisiones del centro y de retaguardia llegasen en su socorro”.El señor Vicuña Mackenna no funda en ningún documento su aseveración. Es muy posible que se haya apoyado en lo que se deja vagamente traslucir en las cartas de Carrera copiadas antes y en una que otra expresión vertida por el mismo en su Diario; pero, en la nota que se trasparenta más el pensamiento de Carrera, es en la que dirigió a O’Higgins el 20 de setiembre y que en lo principal dice: “Si son iguales los enemigos, y tenemos la fortuna de impedir su progreso a Rancagua antes de reunirnos, este será el mejor punto para sostenemos. Si las fuerzas enemigas avanzadas no se presentan con esta ventaja, la prudencia dicta replegarse, aunque sea doloroso perder una posición tan favorable, por no perderlo todo”.
O’Higgins hace construir trincheras en Rancagua.- Carrera manda fortificar la Angostura de Paine.- Se envía al capitán Freire y a Cuevas a reconocer al enemigo.- Se unen las dos primeras divisiones del ejército patriota.- Se ocupan los vados principales del Cachapoal.- Marcha de Osorio.- Cruza el ejército realista el río.- Juan José Carrera se encierra en Rancagua.- O’Higgins se encierra tras él.- Derrota y fuga de la caballería de Portus.- Plan de Osorio.- Número exacto de los defensores de Rancagua.
“El brigadier Carrera, sea por un acto de deferencia por el jefe de vanguardia, o, lo que es más probable, porque no se hallaba con ánimo para dirigir la resistencia, cedió a O’Higgins la parte que le correspondía en el mando de las tropas”.CAPÍTULO XV
Descripción de la ciudad de Rancagua.- Descripción y número de las trincheras mandadas construir por O’Higgins.- Distribución que éste da a sus tropas y cañones en la plaza.- O’Higgins toma el mando en jefe de la ciudad.- O’Higgins hace colocar banderas negras.- Despliegue de las fuerzas enemigas.- Distribución que Osorio da a sus tropas.- Rodea la ciudad con las cuatro divisiones.La ciudad de Rancagua era en aquel tiempo un villorrio de corto número de habitantes, edificado, a un paso del rumoroso Cachapoal, sobre el valle dilatado y hermosísimo alfombrado de rica y variada vegetación, dividido en su mayor parte en grandes haciendas, cubierto de bosques profundos, encajonados entre montañas de regular altura y unido al de Santiago por la Angostura de Paine. Las casas de adobes, de tabiques o de otro material más ligero aún. En los alrededores y extramuros se empinaban numerosas chozas pajizas en donde vivía mucha gente pobre y menesterosa.Este fue el lugar escogido por O’Higgins para hacer una defensa memorable y sublime.La plaza principal de Rancagua mide una cuadra cuadrada de superficie y desembocan en ella cuatro calles en lugar de ocho como sucede en la demás de la República. Tiene la forma de figura geométrica denominada cuadrado que, como se sabe, consta de cuatro lados iguales y de cuatro ángulos rectos. Pues bien, las calles que afluyen a la plaza mencionada, en vez de abrirse entrada en los ángulos de las esquinas, penetran por el centro de las líneas laterales cortándolas perpendicularmente por mitad.El 20 de septiembre había ordenado O’Higgins construir en las cuatro calles anteriores, pero a una cuadra más adelante de la plaza, trincheras especiales con adobe, barro y maderas, que tenían más o menos un metro de altura y el espesor necesario para resistir proyectiles de poco calibre, no así de cañones de sitio que por felicidad no poseía el ejército invasor. Estas especies de barricadas habían sido levantadas en la pequeña lonja de terreno en donde las primeras calles de atravieso, más inmediatas a la plaza, se cruzan y cortan horizontalmente con las que desembocan en ella. De aquí por qué cada trinchera tenía tres frentes: uno que miraba hacia la prolongación en línea recta de la calle que se unía a la plaza, otro que miraba a la derecha de la calle atravesada, y el tercero a la izquierda del mismo punto.O’Higgins distribuyó sus doce cañones y sus tropas de la siguiente manera; la trinchera de la calle de la Merced, al norte de Rancagua, la confió al capitán Santiago Sánchez a cuyas órdenes puso cien soldados y dos cañones; la de la calle de San Francisco, al sur, la puso al mando de los capitanes Antonio Millán y Manuel Astorga con doscientos hombres y tres cañones; la de la calle de Cuadra, al oeste, la entregó al capitán Francisco Molina con dos cañones y ciento cincuenta patriotas; y la de la calle del este fue dada al capitán Hilario Vial con otros dos cañones y cien infantes. En la plaza se colocó el resto de las fuerzas y la caballería mandada por Ramón Freire y el capitán Rafael Anguita, a fin de acudir al punto más amagado o más en peligro (1).Para proteger las obras de defensa de la ciudad e impedir que el enemigo atacase por las calles circunvecinas, desparramó por sobre los tejados y tapias de las casas y sitios cercanas a las trincheras, numerosos fusileros encargados de dar fuego de manpuesto y hacer imposible los asaltos con éxito.En varios edificios hizo perforar las murallas y abrir troneras en los tabiques, colocando en los huecos intrépidos guerrilleros que tenían la misión de secundar la defensa general de la ciudad.O’Higgins, por su parte, espada desnuda y a caballo, esperaba la hora del ataque rodeado de sus ayudantes Astorga, Flores y Urrutia (2).A las nueve de la mañana del sábado 1º de octubre la defensa de Rancagua estaba organizada.Hasta ahora hemos visto que era O’Higgins quien daba las disposiciones del combate, siendo que Juan José Carrera era jefe más antiguo y en consecuencia le tocaba por la ordenanza el mando supremo del ejército. Sin embargo lo que pasó fue que al entrar con su división a Rancagua, Juan José se dirigió a O’Higgins y le dijo:- General y amigo: Ud. tiene toda la fuerza a su mando, pues, aunque no tengo órdenes para entregarle mi división, considero que Ud. le dará la dirección acertada que siempre acostumbra y porque sé que mis granaderos lo han de seguir a Ud, a donde quiera guiarlos (3).Juan Thomas en sus bellos y muy interesantes Apuntes pinta así la distribución y los preparativos de la defensa: “De los doce cañones que poseen ambas divisiones, coloca dos en cada trinchera y los restantes los deja en la plaza (esto es una equivocación manifiesta) de respeto, así como el parque y reserva de infantería. Corona las torres de las iglesias y los tejados de las casas anexas a las trincheras, con pelotones de fusileros y destaca otra parte de la infantería a la protección de los cañones detrás de los parapetos; asigna a cada trinchera sus jefes, encomendando la de la calle del sur formada junto a la iglesia de San Francisco a los capitanes Astorga y Millán; la opuesta del norte al capitán Sánchez; la del este al capitán Vial; y la del oeste al capitán Molina. Sitúa la caballería en unos corrales espaciosos al mando de los capitanes Freire y Anguita, y él mismo toma su puesto en la sala del Cabildo, con sus ayudantes Astorga, Urrutia y Flores”.O’Higgins, por más ilusiones que se formara del valor de los suyos y de un auxilio de la 3ª división, no pudo menos de comprender que Rancagua, dado el número de los enemigos y la dispersión de las milicias de Portus, era, en lugar de una prenda de victoria, una tumba grande como su heroísmo e inmensa como su amor a la patria.Por eso hizo poner en las banderas más visibles que flameaban en las torres y trincheras de la ciudad, negros crespones en señal de que ni daba ni recibía cuartel. Aquellos emblemas de color de la noche, más parecían adornos de un funeral. Eran a la vez, un reto desesperado al enemigo y el triste luto que con anticipación ponían los hijos a la madre patria antes de morir cubiertos de glorias inmortales entre las ruinas y el incendio de Rancagua.El miedo no cabía en O’Higgins. No esquivó el mando, lo aceptó gozoso porque ya había tomado la resolución inquebrantable de vencer o morir. Y esta resolución no era hija de un arrebato del momento: era la consecuencia lógica de aquella alma que en los peligros parecía recibir de los cielos sublimes inspiraciones y de aquel soldado que en medio del fuego y del bullicio del combate sentía crecer sus facultades, ensancharse la vida, dilatarse el corazón. O’Higgins, como el mar, era imponente cuando las tormentas se desencadenaban sobre él.Antes que la batalla empezara, el héroe de Rancagua subió a la alta torre de la iglesia de la Merced, desde la cual se dominaba el campamento español y a la vez se divisaba allá en lontananza los vivac de la 3ª división, a fin de penetrarse del plan de ataque de los realistas y de seguir los movimientos de José Miguel Carrera en el caso que viniese a socorrer a la plaza. Devoraba el espacio con sus miradas y observaba las maniobras del enemigo con la estoica calma de un valiente y con la impasible serenidad de espíritu que debe tener un jefe en los peligros. Impuesto de los propósitos de su adversario, bajó de la torre, dejó de vigía en ella a un oficial y subiendo de nuevo a caballo arregló las últimas disposiciones. Los subalternos de O’Higgins, entusiasmados con la voluntad del jefe, esperaban ansiosos la hora de morir por la libertad e independencia del país que los vio nacer.¿Qué hace entretanto Osorio?Lanza sus cuatro divisiones sobre las cuatro calles que dan a la plaza, coloca parte de sus caballerías a las órdenes de Elorreaga y Quintanilla en la cañada de Rancagua, y él con su estado mayor se sitúa en una casa del lado sur de la población, fuera de todo peligro. Elorreaga tenía la misión de impedir con sus escuadrones las comunicaciones de la plaza sitiada con la capital y de estar alerta a cualquier movimiento sospechoso que hiciese la 3ª división.Las fuerzas realistas fueron distribuidas de este modo:A Maroto, Velasco y Barañao con los Talaveras, el Real de Lima, los Húsares de la Concordia y seis cañones, que hacían un total de novecientos hombres, se les confió el ataque de la trinchera que defendía la calle de San Francisco. Como antes hemos dicho los patriotas tenían en este punto a los capitanes Millán y Astorga con doscientos defensores y tres piezas de artillería.Lantaño y Carvallo a la cabeza de mil dos infantes de los batallones Valdivia y Chillán y además cuatro cañones, penetraron por la calle de la Merced a batir al capitán patriota Sánchez con sus cien rifleros y dos piezas de artillería.Montoya con las mil cincuenta plazas de los dos batallones de Chiloé y cuatro cañones se prepara para asaltar la trinchera que cierra el paso de la calle de Cuadra al oriente y que está a cargo del capitán Molina con ciento cincuenta patriotas y dos piezas de artillería.En fin el coronel Ballesteros, con cuatro cañones y los batallones Concepción y voluntarios de Castro que sumaban mil cuatrocientos soldados, rompió su marcha en dirección a la calle del oriente cuya barricada estaba defendida por el capitán Hilario Vial con dos piezas y cien infantes.Notas.1. En esta distribución he seguido al señor Barros Arana, porque él la ha tomado de los datos de viva voz que le dieron Antonio Millán, Maruri, Freire y otros oficiales salvados de la batalla. En la Memoria atribuída a O´Higgins, se describe la distribución de las tropas de la siguiente manera:“Una división de trescientos infantes con cuatro piezas de artillería puso (O´Higgins) al frente de la calle de San Francisco a una cuadra de la plaza mayor, al mando del capitán Manuel Astorga. Doscientos hombres con dos cañones colocó al lado opuesto en la boca-calle de la Merced a las órdenes del capitán don Santiago Sánchez. Cien infantes con otras dos piezas de artillería colocó en la boca-calle del oriente al mando del capitán don Hilarión Vial; y otras dos piezas con ciento cincuenta hombres destacó al occidente de la plaza al mando del capitán don Francisco Molina y el resto de las divisiones quedó en la plaza mayor, de reserva”.2. El valor y la serenidad de O’Higgins en la batalla es proverbial. San Martín hablando del coraje de este jefe, desde Francia en carta particular decía:“O’Higgins tenía el valor del cigarrito, esto es, era capaz en medio de un combate, cuando las balas llevaban la muerte a todos lados, de preparar su cigarro y de fumarlo con tanta serenidad como si estuviera en su habitación, enteramente libre de temor”.Su émulo, José Miguel Carrera, había también dicho de O’Higgins en el parte oficial del combate del Roble, que era “un soldado capaz en sí solo de reconcentrar y unir heroicamente el mérito de las glorias y triunfos del Estado chileno”.3. Palabras puestas en los apuntes atribuidos al mismo O’Higgins.Según Juan Thomas, las que dijo Juan José Carrera al jefe de la 1ª división fueron:- “Aunque yo soy brigadier más antiguo, Ud. es el que manda”.El señor Barros Arana, refiriéndose a este incidente, dice:
Francisco Calderón”.CAPÍTULO XVI
Osorio corta el agua de la ciudad.- Se da la orden de ataque.- Son las diez de la mañana.-Carga de los Talaveras.- Son despedazados por los defensores de la trinchera de la calle de San Francisco.- Altivez de Maroto.- Pericia de los patriotas.- Las demás divisiones son derrotadas también en el primer asalto.- Actitud de O’Higgins.- Indignación de Osorio al saber de la derrota de los Talaveras.- En despecho ordena a Barañao una carga con los Húsares.- Barañao carga con sus caballo y es destruido por la metralla.- Barañao se rehace y dispersa sus soldados por las casas y techos.- El capitán San Bruno construye una barricada protegido por Barañao.- Barañao recibe una herida grave.- Admirable salida de Maruri e Ibáñez.- Destruyen parte de la barricada enemiga.- Pasan a cuchillo a una partida de Talaveras y vuelven a la plaza.- Documentos sobre este suceso.- Maruri es hecho capitán en el campo mismo de batalla.- Concluye el segundo asalto de los realistas con seria derrota.- Al anochecer emprenden un tercer ataque y de nuevo son rechazados.- La ciudad de Rancagua durante la noche del primer día de combate.Antes de principiar el ataque general, Osorio tuvo la previsión de cortar la acequia que suministraba agua a la ciudad, con lo cual reducía a morir de sed al ejército patriota a los habitantes de la villa. El jefe realista, apenas tuvo conocimiento que en la ciudad se habían puesto en las banderas tricolores, negros crespones, se sonrió y ridiculizó lo que él llamaba petulancia de los sitiados. Estaba tan confiado en el poder irresistible de su ejército, en el valor y pericia de sus oficiales, y abrigaba tal desprecio por las tropas de O’Higgins, que creía de buena fe que le bastaría presentarse a la plaza para rendirla.Los hechos van a probarle lo contrario.A las 10 de la mañana del 1º de octubre, Osorio imparte con sus ayudantes la orden de que las cuatro divisiones, que ocupan ya sus puestos de combate, se lancen a la carga en columnas cerradas de ataque.Los jefes divisionarios no se hicieron dar segunda orden. En el acto arreglan sus tropas y se dirigen llenos de varonil entusiasmo al asalto de las trincheras.Es muy digno de llamar la atención la carga de los Talaveras. Su activo y orgulloso comandante, el coronel Rafael Maroto, español desde la bota al kepi, hizo que su cuerpo, formado en columna cerrada y fusil al brazo como en día de ejercicio, marchase a posesionarse de la trinchera sur. Al cruzar Maroto por delante del jefe del Real de Lima, este le dijo:- Mi coronel ¿cómo ataca Ud. en columna cuando estamos sobre las trincheras?El altivo Maroto, con tono agrio y ceño adusto, le contestó diciéndole: “que a un jefe español no se le hacían advertencias y que los bigotes le habían salido en la guerra contra Napoleón”.En honor de la verdad, Velasco tuvo más respeto por la estrategia al hacerle la pregunta al comandante de los Talaveras. Si asaltar trincheras con infantes lanzados en columna cerrada es un arrojo sobrehumano, no deja por ello de ser también una monstruosidad en táctica militar.El hecho es que los bravos defensores de la trinchera sur, luego que a lo lejos de la calle de San Francisco notaron el avance impasible de los Talaveras, cargaron de metralla hasta la boca de los cañones y, poniendo de mampuesto los fusiles, hicieron las punterías con la mayor certeza posible. En esta situación quedaron en profundo silencio, esperando con fría calma que el enemigo estuviese a tiro de pistola.Cuando esto se verificó, a la voz de ¡fuego! ¡fuego! dada simultáneamente por los capitanes Astorga y Millán, salió de la trinchera un torrente de balas de fusil y de metralla que cayeron, como puestas con la mano, al frente de las espesas columnas de los Talaveras. Estos al principio se detuvieron, después vacilaron, y al fin, acribillados, hechos pedazos, procuran salvarse y huir. Esta tarea no era tan sencilla. Envueltos ellos mismos en la angosta calle como entre las mallas de una red, sofocados por el humo de la pólvora, aturdidos con el estampido de los cañones disparados a boca de jarro, detenidos los unos por los otros en medio de la mayor confusión, seguidos de cerca por el fuego incesante de los patriotas, tropezando con los cadáveres y heridos que caían de momento en momento: aquellos bravos tuvieron que esperar que los de retaguardia volviesen atrás y se corriesen por las calles circunvecinas. En cambio los de vanguardia, abandonando sus filas, se apoyan como pueden en las paredes, se ocultan los unos tras de los otros y se arrastran por el suelo hasta conseguir despavoridos refugiarse en las casas y calles laterales.Mientras parte de la primera división realista sufría tal descalabro, los que atacaban las trincheras del norte, oriente y poniente, después de poner en juego un valor extraordinario fueron despedazados por los patriotas que imitaban a los defensores de la calle de San Francisco en heroísmo o habilidad. Entre los asaltantes merecen especial atención los capitanes Marqueli y Casariego que llegaron con su tropa a las mismas barricadas y tuvieron que ser expulsados con la culata de los fusiles y la punta de las bayonetas.O’Higgins con sus ayudantes, durante este primer asalto general, corría en todas direcciones, alentaba a los débiles, hacía recoger a los heridos para conducirlos a una casa que estaba al frente de la iglesia de la Merced y que había sido destinada para hospital de sangre, mandaba personalmente auxilios a los lugares más amagados, entusiasmaba a los bravos de las trincheras con su palabra, su ejemplo, su patriotismo.Este primer ataque duró cerca de una hora, teniendo los sitiadores que replegarse no antes de haber dejado el campo sembrado de cadáveres.Osorio, que charlaba tranquilamente con varios oficiales del Estado Mayor en una casa que había escogido para guarecerse y descansar mientras sus valientes soldados morían en sus puestos, tuvo muy luego conocimiento de la derrota de los Talaveras. Su cólera no tuvo valla. Se desbordó como torrente comprimido en su alma y lleno de despecho, ciego de furor, llama al bizarro Manuel Barañao, comandante de los Húsares de la Concordia, y le da de palabra la terrible orden de cargar a caballo, tercerola a la espalda y sable en mano, sobre la trinchera de San Francisco, advirtiéndole que arrancase y clavase los cañones que allí había.Esta enormidad estratégica, sin nombre en la historia de los errores militares, demuestra de sobra la pequeñez de miras que como soldado y jefe tenía Osorio.El intrépido Barañao tuvo que obedecer, aunque con experto juicio comprendió que se le lanzaba al fondo de un abismo sin salida. En tan dolorosa emergencia, perora a su escuadrón, lo organiza como puede, y diciendo a Maroto que estaba cerca de él, --de esta suerte se pelea en América--, se dirige a carrera tendida sobre la trinchera saltando cadáveres, pedazos de madera y cuanto obstáculo encuentra a su paso.Como era de esperarse, Millán y Astorga en lugar de intimidarse se sonrieron al ver aquella barbaridad de Osorio. Inmediatamente los cañones y fusiles de la trinchera vomitan sobre el ardoroso Barañao una lluvia de fuego que lo dispersa y lo hace girar sobre sí mismo para buscar protección en las calles de atravieso. Barañao se cubrió de gloria cargando a la cabeza de sus Húsares; pero nada consiguió.Osorio hablando de esta carga, se expresa así en su parte oficial: “Luego que el tiempo lo permita daré a V. E. la noticia correspondiente, ciñéndome por ahora a recomendar a V. E. a los jefes de las divisiones, al valiente Barañao que a la cabeza del Escuadrón con el fusil a la espalda y sable en mano entró a escape por la calle que mira al sur, en donde fue herido gravemente por una bala de metralla en el muslo izquierdo, habiéndolo sido antes su caballo por una de fusil”.Estos desastres probaron a los realistas que Rancagua no era presa tan fácil de tomar y que era preciso emprender el asedio de la plaza de un modo más en armonía con los preceptos elementales de la táctica militar.El primero en pensar y obrar así fue Barañao, quien mandó echar pie a tierra a sus Húsares, los hizo salir a los tejados y allí, agazapados y protegidos por los aleros, dio la voz de fuego contra los defensores de la trinchera sur. Fue en esos momentos cuando tan digno oficial, honra del ejército enemigo, recibió la herida grave de que habla Osorio y que lo imposibilitó para seguir al frente de sus tropas.Casi junto con Barañao y protegido por éste, el capitán de Talaveras Vicente San Bruno, tan famoso más tarde por las atrocidades y crímenes que cometió durante la luctuosa Reconquista Española en expiación de los cuales fue fusilado por los patriotas después de Chacabuco, San Bruno, decimos, valiente por naturaleza, cruel hasta el delirio, hábil como soldado y fanático como buen español de aquella época, se puso a construir a una cuadra de la trinchera mencionada una especie de barricada o reducto compuesto de vigas, líos de charqui, muebles y troncos, y colocó sobre ellas cañones resguardados por sus tropas(1).Concluida la tarea, a las dos de la tarde se rompen los fuegos por ambos lados, a la vez que se da comienzo al segundo asalto general de las divisiones realistas.O’Higgins tuvo en esta circunstancia una escapada que el vulgo apellidaría milagrosa y providencial. Estaba cerca del hospital de sangre de que hemos hablado, censurándole acremente a un cirujano Morán su falta de valor al ocultarse durante el primer ataque, cuando “una bala de cañón pasa por entre ambos sin herirlos”.Después de este incidente, O’Higgins siguió su camino con dirección a la trinchera de San Francisco. Allí tuvo conocimiento de la barricada construida por San Bruno y comprendió con facilidad el gran peligro que había en dejarla en pie. Resolvió entonces ejecutar una salida para arrasarla.Al efecto llama al denonado subteniente de la legión de Arauco Nicolás Maruri y al alférez de Dragones Francisco Ibáñez, les da cincuenta soldados escogidos (2), les señala con su espada el punto que deben atacar, los anima con su voz, hace descargar a un mismo tiempo los tres cañones de la trinchera para que los asaltantes salgan protegidos por el humo, y les dice que confía en que han de clavar la batería enemiga.Aquel puñado de hombres inspirados por un amor sublime a la patria y movidos por un heroísmo que sólo dan la desesperación y un respeto caballeresco por el honor de la bandera que se defiende, se lanzan como leones embravecidos sobre la barricada, acuchillan con su afiladas bayonetas a los Talaveras, principian a destruir las empalizadas y se preparan para clavar los cañones cuando San Bruno, alentando con el ejemplo a sus soldados, los hace volver a la carga en mayor número y obliga a Maruri a buscar su salvación en las casas vecinas y en las calles laterales.Millán entretanto barre con sus piezas la calle e impide así el avance del enemigo y la reconstrucción de la barricada. O’Higgins presencia en persona esta lucha de titanes desde la trinchera patriota, y organiza con increíble actividad los medios para proteger la retirada de Maruri. Como puede, por encima de los tejados o por el interior de las casas, envía a aquel heroico oficial una granada de mano, algunas municiones y el aviso de que los realistas le preparan una emboscada. En verdad, San Bruno no era hombre que se dormía sobre sus laureles. Rechazado el ataque de los patriotas, resuelve impedirles la vuelta a la plaza, cortándoles la retirada y batiéndolos hasta exterminarlos. Prepara con dicho objeto una partida de Talaveras, les da un cañón y los manda por dentro de las casas a fin de salir de atravieso a Maruri cuando intente replegarse a la trinchera de Millán. El oficial designado para ejecutar este golpe de mano cumplió al pie de la letra las instrucciones y, cruzando cercas y tapias horadadas al efecto, se pone en acecho en el patio de una casa.Maruri, por anuncio de O’Higgins y por inspección personal, tuvo pleno conocimiento del plan de San Bruno y tuvo la feliz inspiración de sorprender a los Talaveras en su propio escondite. Concebir tan audaz proyecto, prueba elocuente del excepcional temple de alma de aquel bravo oficial, y ponerlo en práctica sobre la marcha, fue obra de segundos.Acompañado de los sobrevivientes del asalto de la barricada realista, escaló los tejados de las casas, y arrastrándose en profundo silencio, se colocó en las alturas de los techos que rodeaban el patio en donde los Talaveras, arma al brazo y lanzafuego encendido, esperaban ansiosos el momento de cumplir su misión.Una granada de mano arrojada al medio del patio por el mismo Maruri y que al estallar en mil pedazos produjo un estrépito horrísono, fue la señal de ataque de los patriotas y el despertar de los realistas sorprendidos. Tras del estallido de la granada, viene el fuego de los rifleros y tras de éste los osados insurgentes bajan bayoneta calada y acuchillan a cuanto talavera encuentran a su paso, escapando sólo dos.Realizado este verdadero prodigio, Maruri volvió a la ciudad trayendo consigo un cañón, dos prisioneros y laureles inmortales. O’Higgins lo estrechó entre sus brazos y lo hizo capitán sobre el campo de batalla (3).Igualmente rechazadas fueron las divisiones en las otras trincheras, después de dos horas de un batallar encarnizado y sangriento. Este segundo asalto terminó a las cuatro de la tarde.El radiante sol que durante varias horas había iluminado aquel campo de lucha y de exterminio, poco a poco, sin sentir, se hunde en el horizonte, dejando tras sí arreboles de oro que a su vez son disipados por las sombras de oscura y tenebrosa noche.Mientras los cielos parecen pedir silencio y reposo, los realistas reúnen de nuevo sus tropas y al anochecer dan un tercer asalto, tan infructuoso y tremendo como los anteriores. Se estrellan impotentes contra las bayonetas de los patriotas.A las nueve de la noche, hora en que terminó este esfuerzo tenaz de parte del enemigo, el campo de batalla ofrece un tristísimo espectáculo. Las calles están sembradas de cadáveres; a los pies de las trincheras y principalmente en la calle de San Francisco están éstos amontonados formando piras. Las murallas y la tierra están salpicadas de sangre. En los hospitales provisorios gimen centenares de heridos. La ciudad a esas horas sólo es alumbrada por las rojizas llamaradas de los incendios que en varios puntos se declaran a causa del bombardeo y del enemigo que intencionalmente enciende varias chozas y casas. Negras e inmensas columnas de humo, coloreadas por los reflejos de aquellas hogueras, se levantan y confunden a grandes alturas.¡Pobre Rancagua!Durante aquella noche de angustias y dolor, los patriotas siguen impasibles en su obra de defender la plaza. Rehacen las trincheras casi destruidas con la metralla; apagan como pueden el fuego del incendio; aumentan los medios de resistencia; recogen las municiones que comienzan a escasear, beben las últimas gotas de agua a fin de apagar la quemante sed que los devora; recogen los muertos, y prestan cariñosos auxilios a los heridos.¡Que cuadro tan digno de un pincel, inspirado por el genio y el patriotismo!Los realistas en cambio horadan las murallas con el objeto de avanzar las operaciones del sitio, hacen nuevas barricadas; distribuyen por doquier centinelas para evitar sorpresas nocturnas; y estudian afanosos la manera de concluir con los valientes que palmo a palmo defienden el estrecho espacio de tierra en que se sustentan sus banderas, postrer refugio de la patria moribunda, tumba gloriosa de los últimos sostenedores de la gran causa de la independencia nacional.Notas.1. Osorio en el parte oficial de la batalla recomienda especialmente a este capitán y dice: “Al capitán don Vicente San Bruno que a fuerza de mucho trabajo construyó una trinchera en ella (en la calle del sur) para contrarrestar la del enemigo”.2. En el número de hombres que llevó Maruri hemos seguido lo que dice su hoja de servicios que, en compañía de varios certificados de suma importancia, nos ha facilitado su hijo el teniente coronel don Juan Maruri. El documento mencionado después de enumerar los varios encuentros en que se encontró dice:” y en el sitio de Rancagua en el que se distinguió por su valor y arrojo, muy particularmente en una salida que hizo al mando de cincuenta hombres, atacando una trinchera enemiga defendida por más de cincuenta hombres, los mismos que fueron pasados a bayoneta, apoderándose de dicha fortificación con su artillería, demás armamento y municiones, por este hecho de armas, fue distinguido en el acto con el grado de capitán.En la Memoria que se atribuye a O´Higgins se dice que Maruri e ibañez llevaron cien hombres, que los Talaveras eran cien, y que los cañones tomados fueron dos y que el primero era teniente y el segundo capitán. Estos son errores manifiestos como lo probaremos reproduciendo más adelante un certificado del mismo O’Higgins, otro de José Miguel Carrera y otro del coronel Francisco Calderón.3. Copiamos a continuación, para que no se crea que hay hipérbole en esta narración, tres certificados que sobre Nicolás Maruri dieron tres próceres de nuestra independencia y que originales tenemos en nuestro poder:“El conocido valor y arrojo con que se distinguió don Nicolás Maruri bajo de mis inmediatas órdenes en Chile contra el ejército expedicionario de Lima, en las acciones de Guilquilemu, Quilacoya, Gomero, el Roble y Quilo, lo hicieron acreedor, de la clase de sargento que era, a subteniente del batallón de Penco; se halló en los ataques del Quilo, Tres Montes y Quechereguas, se señaló en la batalla y ataques de Rancagua extraordinariamente, y en particular, en la salida que hizo de mi orden, con cuarenta y cinco hombres, contra una trinchera a distancia de dos cuadras de nuestra línea, sostenida por más de cincuenta hombres enemigos a los que pasó a la bayoneta, tomándoles el puesto y quitándoles la artillería, municiones y armamento que me entregó en la plaza; por cuya acción a nombre de la patria le concedí el grado de capitán de ejército que fue después aprobado, y a pedimento del interesado para que haga el uso que le convenga, le doy el presente certificado en Buenos Aires a 6 de junio de 1815.Bernardo O’Higgins”He aquí el segundo certificado:“Don Nicolás Maruri me pide informe de sus servicios y empleos en Chile.De la clase de sargento del batallón de milicias de infantería fue ascendido a la de subteniente del batallón veterano de Concepción por haber manifestado su buena disposición en la acción de Guilquilemu, contra las tropas del rey en el mes de agosto de 1813. Se halló en la acción de Quilacoya y en la de Gomero, en el Roble, en el Quilo, en los Tres Montes, y en Quechereguas. En el sitio que Osorio puso a Rancagua se comportó con un valor extraordinario e hizo una salida con poco más de cuarenta hombres contra una batería sostenida por más de cincuenta hombres; la tomó, pasó a cuchilla la tropa, y entregó el cañón con un tambor, y varias tercerolas. Por esta acción que es superior a lo que parece en el papel, se le concedió grado de capitán, grado a que ascendió con tanta más razón, cuando no se conocían entre nosotros premios por los servicios militares.“Su patriotismo es muy acreditado y es su presencia interesante en las líneas americanas.José Miguel Carrera”.He aquí el tercer certificado de nuestra referencia:
“Don Francisco Calderón, coronel y comandante del batallón de infantería número 2º y mayor general en el ejército de la patria de Chile.
Certifico que don Nicolás Maruri, teniente de mi cuerpo, fue graduado de capitán, consecuente a una salida que hizo en el sitio de Rancagua contra los sitiadores, a quienes con la mayor intrepidez quitó un cañón, mató a los que lo defendían y con sólo cuarenta hombres impuso en aquella salida terror al enemigo. Este oficial fue incorporado en mi cuerpo, por infinitas acciones distinguidas en que se halló desde la entrada del enemigo en Chile, por su constancia en las fatigas, por su acreditado y extraordinario arrojo en las acciones de guerra, y por su conducta y acendrado patriotismo que todo junto hacen un hombre de los más beneméritos, y acreedores a la gracia de los que aman la libertad y sean verdaderos patriotas: a su pedimento le doy este en Buenos Aires a 20 de agosto de 1815.
Balance del combate del 1º de octubre.- La victoria estaba de parte de los patriotas.- Junta de guerra en Rancagua.- Se acuerda enviar un aviso a la 3ª división.- Sale un dragón de la plaza y llega a donde José Miguel Carrera.- Consejo de guerra de los realistas.- Osorio acuerda levantar el sitio y repasar el Cachapoal.- Protesta de sus oficiales.- Suspende la orden al saber el estado de la plaza.- Contestación de José Miguel Carrera.- Estudio de las causas de la paralización de Carrera y de la 3ª división.- Carrera pudo atacar de sorpresa a medianoche.- Pudo atacar en el principio del día.- No son atendibles sus disculpas.
“El general O’Higgins no duda ya de la victoria y que el enemigo huye (se refiere al momento que las caballerías de Benavente habían hecho huir a las realistas); desciende a toda prisa a la plaza y da orden instantáneamente que monten los dragones y salgan por la trinchera del sur y del oeste contra el enemigo que cree en fuga. El capitán Ibáñez y el teniente Maruri se lanzan entonces por la trinchera del capitán Astorga y acuchillan a los Talaveras en su propio parapeto. El ayudante Flores, que ha salido con otro piquete por el costado del oeste, sorprende un destacamento enemigo ocupado en saquear una familia, y lo pasa a cuchilla”. El ataque de Ibáñez y Maruri fue en el primer asalto.CAPíTULO XVIII
Al amanecer del día 2 de octubre O’Higgins observaba los movimientos del enemigo.- Los realistas emprenden el cuarto asalto general.- Son rechazados.- A las diez de la mañana llega la 3ª división en momentos que Osorio ordena el quinto asalto.- Progresos de José Miguel Carrera.- Las caballerías de la 3ª división obligan a retirarse a las del enemigo.- Después de estas ventajas, Carrera se queda estacionado.- O’Higgins hace una salida para ayudar a Carrera.- La 3ª división emprende la retirada y abandona a su suerte a Rancagua.Los destellos de la aurora del aurora del día 2 de octubre, al clarear los cielos, dejan ver el campanario de la Merced, vigía de los patriotas, a un hombre bajo de cuerpo, cara llena, frente ancha, tez sombreada, pelo crespo y en desorden, ojos azules y mirada ardiente. Sus espaldas son anchas, su pecho turgente sus mejillas rojas. Viste uniforme sencillo. Su casaca y kepi está cubiertos de polvo y ennegrecidos con el humo del incendio y de la pólvora. Sus visuales están dirigidas fijamente a los Graneros de la hacienda de la Compañía. Lleno de emoción persigue las sombras que se diseñan en lontananza, creyendo encontrar en ellas las avanzadas de las 3ª división.Penetra con las pupilas de la imaginación los bosques que circundan la ciudad y que estrechan el radio del horizonte que está al alcance de su vista. Ilusionado con los espejismos que, como el mar y el desierto, tienen el deseo y la esperanza, había olvidado por un instante que cerca de sí el ejército realista tocaba sus clarines y emprendía un asalto general, cuarto del sitio.Aquel atalaya que silencioso y meditabundo escudriñaba el espacio, era Bernardo O’Higgins. Las descargas simultáneas que contra el enemigo hicieron las trincheras, lo hicieron bajarse del campanario para subir a caballo y dirigir de nuevo el combate.Al abandonar la torre de la Merced, dejó en su lugar a un oficial encargado de darle cuenta en el acto que divisara alguna polvareda que anunciase la llegada de la 3ª división.Entretanto los fuegos del enemigo y de las trincheras patriotas llevan la muerte y la desolación por doquier. La ciudad se ve envuelta en un doble círculo de llamas y de bayonetas. La tierra tiembla con el estruendo de la artillería y de la fusilería. El bombardeo no cesa un momento. Hay ocasiones que algunos valientes sitiadores llegan hasta las mismas barricadas con el ánimo de escalarlas para clavar los cañones y rendir la plaza; pero allí son recibidos a culatazos y tienen que volver cara ante las afiladas bayonetas de los heroicos defensores.Por cuarta vez los sitiadores se ven rechazados con grandes pérdidas. Esto no impide que a lo lejos sigan dando fuego y sigan su obra de destrucción en las casas de la ciudad.Poco antes de las diez de la mañana el vigía dejado en la torre de la Merced, al divisar por el lado de los Graneros nubes de polvo que se agitan alrededor de masas en movimiento, grita con toda la fuerza de sus pulmones:- ¡Viva Chile!- ¡Viva Chile!La fausta nueva de la aproximación del general en jefe se esparció con la ligereza del rayo por la plaza, despertando en el corazón de los intrépidos defensores las fugaces alegrías de la esperanza.Igual entusiasmo tuvieron Napoleón I y su ejército, cuando en las horas más críticas de Waterloo vieron en lontananza un punto negro que se ensanchaba y acercaba gradualmente y cuando creyeron que esa nube era Gruchy que venía con su división a decidir la batalla. En Rancagua como en Waterloo aquel regocijo y aquel júbilo iban a vivir lo que viven los devaneos de un sueño.Los realistas aprovecharon esos instantes para emprender a las diez de la mañana un quinto asalto. En éste como en los anteriores fueron derrotados por los patriotas que se batían con la indomable fiereza de Leonidas. Morían a los pies de sus banderas y de sus cañones con el rifle empuñado, mordiendo los cartuchos o con el lanzafuego en la mano. Al caer, todavía conservaban la amenaza en el ceño y el relámpago en la mirada. Así morían los espartanos en las Termópilas.Un sol ardiente y hermoso baña a esas horas con raudales de luz los cielos y la tierra. El calor es sofocante. Los floridos campos que alfombran el ancho valle de Rancagua, libres del hielo del invierno, ostentan los colores y poesía de la primavera.¿Qué hace por su parte José Miguel Carrera?En cumplimiento de su promesa, al amanecer del domingo 2 de octubre se puso en marcha hacia Rancagua, estacionándose en la Quinta de la Cuadra a una milla del pueblo. En el acto envió su vanguardia al mando de Luis Carrera con dos cañones para tomar posesión de los callejones que desembocan en la Cañada de la ciudad. Al recibir esta orden Luis Carrera, joven tan simpático e hidalgo como valiente y desprendido, avanzó por los senderos mencionados, rompió los fuegos contra “una batería que los españoles habían levantado en la boca de la cañada y sostuvo a pie firme un mortífero fuego de metralla” (1).Entretanto las caballerías de la 3ª división capitaneadas por los hermanos José María y Diego José Benavente, se lanzan a escape a detener los escuadrones de Elorreaga y Quintanilla que venían a cargar sobre los patriotas. El avance de los Benavente hecho con intrepidez y pericia hizo retroceder a los realistas y aún más, Diego José “rechazó un escuadrón que los atacó por retaguardia” (2).José Miguel Carrera, como pudo formó una pequeña división de 250 fusileros y con ella tomó posesión “en una venta que está a tres cuadras de la Cañada”.El enemigo para impedir el progreso de dichas fuerzas apostó en la boca de la Cañada un cañón y algunos infantes que esparció por las casas vecinas y murallas.Aquí quedaron los avances y tentativas de la 3ª división para marchar en socorro de la plaza. Por el momento se estacionó sin pensar más en emprender un ataque a fondo, una escaramuza o siquiera enviar guerrillas que tiroteasen la retaguardia enemiga (3).Las maniobras de la 3ª división eran seguidas con ansiedad indescriptible por los que estaban en la plaza. Una vez rechazado el quinto asalto, O’Higgins se subió a los tejados del Cabildo para observar tranquilamente las evoluciones y adivinar los propósitos del general Carrera, a fin de secundario en la medida de sus fuerzas.Cerca de las once del día, al ver O’Higgins que los patriotas habían hecho retroceder las caballerías realistas y al imaginar que el plan del general en jefe era penetrar en Rancagua por la calle de Cuadra, creyó llegado el momento de protegerlo en lo posible y de prestarle apoyo con los pobres recursos de que podía disponer. Al efecto ordenó una salida por la trinchera del Poniente que enfrentaba a la calle de Cuadra, para despejarla de un piquete de soldados que Montoya había mandado para apoderarse de una casa de mucha importancia para la defensa y el ataque. Inmediatamente salió el capitán Molina a la cabeza de un puñado de bravos y cargó con ímpetu irresistible. Los realistas tuvieron que huir, no antes de haber sido acuchillados sin piedad (4).“A las 11,30 de la mañana del 2 de octubre, dice Juan Thomas, Rancagua es una victoria”.Los defensores de la plaza al contemplar la estoica impasibilidad de José Miguel Carrera, comienzan a llamarlo con repiques de campana, salvas y señales que, como luego se verá, fueron interpretados en otro sentido.Preocupado O’Higgins con el capitán Molina que en esos instantes se replegaba a las trincheras, había dejado de observar a la 3ª división. En ambas filas había la calma de un armisticio. Los fuegos habían cesado. Los beligerantes estaban preocupados tan sólo en lo que sucedería en la Quinta de la Cuadra.Fue entonces cuando O´Higgins oye a su lado las exclamaciones de:- ¡Ya corren! ¡Ya corren!En el acto vuelve bruscamente la cabeza y pregunta:- ¿Quién corre?-La tercera división, le responden.¿Qué pasaba?Notas.1. Señores Amunátegui en la Reconquista española.2. Palabras dichas por él mismo en su Memoria tantas veces citada.3. “A pesar de haber alcanzado tan importantes ventajas en los primeros momentos, el general Carrera no avanzó de ese punto. Desde allí no podía incomodar a los realistas, y ni aún alcanzaba a dividir su atención para favorecer a los sitiados, que en ese momento se batían con una heroicidad y denuedo superiores a todo elogio. Fuera del alcance de los fuegos del combate, don José Miguel permaneció a la entrada de los callejones que conducen a la Cañada de Rancagua, sin intentar ataque alguno”. --Barros Arana.-- Historia General de la Independencia.4. “O’Higgins, sin embargo, dice el señor Barros Arana, creyó que le había llegado el caso de cargar sobre el enemigo. En la calle de Cuadra, en donde los realistas habían hecho muchos destrozos, se presentó una partida de éstos en columna a posesionarse de una casa. El general O’Higgins despachó inmediatamente en contra de ellos al capitán Molina, a la cabeza de un piquete de fusileros. Cargaron éstos a la bayoneta, hicieron grandes estragos entre los enemigos, y, temiendo que fuesen reforzados, volvieron precipitadamente a la plaza”.O’Higgins, en las Memorias que se le atribuyen, hablando de la salida que hizo el capitán Molina dice que la “verificó con buen suceso, cargando a la bayoneta a 150 Talaveras (este es un error porque los Talaveras estaban en la calle de San Francisco) que se habían refugiado en una casa, en la que habían hecho una carnicería del señor de ella y su familia, dejando pasados a cuchillo allí mismo 50 de esos infames chapetones, y poniendo en fuga los demás”.Juan Thomas en los Apuntes citados, da cuenta de un incidente del sitio que no hemos visto confirmado; pero que, salvo errores de nombre y de detalle, ha de referirse al narrado por los señores Barros Arana y O’Higgins. Helo aquí:
Razones que da José Miguel Carrera en su Diario para justificar su retirada.- Las que da Diego J. Benavente en su memoria.- Las que dan a su vez los señores Amunátegui.- Análisis del argumento de que la plaza estaba en silencio a las 12 y que sólo se oían repiques de campana.- Carrera se contradice.- Tuvo poca previsión.- Estudio de su segunda disculpa.- No es admisible.- Su avance no debió ser sólo para reconocimiento.- Hay diferencia en las órdenes de viva voz y en las que dio en el papel que mandó a O´Higgins.- No debió moverse hasta la rendición de la plaza.- Era un proyecto censurable según la estrategia, pensar volver a Paine con tropas ya diezmadas.- Estudio de la tercera disculpa.- El enemigo no podía tomarse a Paine sin haber sido notado.- Aunque se lo hubiesen tomado, Carrera no debió abandonar a Rancagua a su suerte.- Análisis de la cuarta disculpa.- Aunque hubiese temido ser derrotado, Carrera debió entrar en auxilio de la plaza.- El honor militar y la salvación de la patria así se lo exigían.- Calumnias que se han lanzado contra Carrera por su retirada.- No hubo traición ni perfidia.- Le faltó energía y audacia.- Paralelo entre O’Higgins y Carrera.
Honda impresión que causa en los defensores de Rancagua a retirada de la 3ª división.- Se creen traicionados.- Heroica actitud de O’Higgins.- Palabras que dirige a los defensores de las trincheras.- Esfuerzos de los soldados.- Sexto ataque emprendido por los realistas.- Son de nuevo derrotados.- Lamentable estado de la ciudad y de los defensores.- No tienen artilleros.- Les faltan municiones, víveres y agua.- Estragos horribles del incendio.- Efectos causados por el bombardeo.- Calor sofocante.- Explosión del parque.- Sétimo ataque de los realistas.- Muerte heroica del capitán Hilario Vial.- Nadie, sin embargo, piensa en capitular.- O’Higgins resuelve abrirse paso por las filas enemigas a viva fuerza.- Elocuentes palabras que dirige a la tropa.- Manifestación heroica hecha por O’Higgins a Freire.- Salen los patriotas.- Carga sublime de los Dragones.- O’Higgins cruza una barricada.- Milagrosa escapada que tuvo.- Llega al camino de Chada y da una última mirada sobre la plaza.
CAPÍTULO XXI
Los realistas penetran a Rancagua por la calle de San Francisco.- Defensa desesperada del capitán Millán.- Heroica muerte de Ibieta.- Lucha hasta morir acribillado de balazos.- El teniente Ovalle sucumbe abrazado de una bandera.- Yáñez sigue el ejemplo y también muere cubierto de gloria.- Asesinato del teniente coronel Bernardo Cuevas.- Destrozos horribles y matanzas hechas por los enemigos.- Escenas sangrientas en las iglesias.- Horroroso incendio en el hospital de sangre.- Mueren los heridos abrasados por las llamas.- Espectáculo que presenta parte de la ciudad.. Idea general sobre la batalla de Rancagua.- Consecuencias para el porvenir.- Número de muertos.Al mismo tiempo que O’Higgins realizaba esta carga portentosa, los realistas penetraban por la calle de San Francisco en donde sólo había cadáveres restos humeantes de la trinchera. En balde el desgraciado cuanto bizarro capitán Millán, que no pudo escapar con los dragones por estar gravemente herido, quiso hacer una inútil y desesperada resistencia. Solo, sin soldados, sin esperanza de auxilio, se arrastró como pudo hasta la plaza principal, dejando tras sí huellas sangrientas de su paso y se asiló en la iglesia parroquial en donde fue hecho prisionero.La defensa de Rancagua no concluyó con la retirada de O’Higgins. Se acabó el combate general; pero siguieron las luchas parciales de los últimos sobrevivientes y de los heridos de aquella gran batalla. No se van a batir ejércitos; se van a batir unos cuantos héroes que prefieren la muerte a la servidumbre y que no halagan más ideal que o vivir libres o morir antes de ser esclavos.Así como después de un incendio quedan entre los escombros una que otra llama que brilla por segundos para extinguirse luego; del mismo modo, después de aquella lucha de titanes que duró más de treinta horas, entre las ruinas de la ciudad y de las trincheras, todavía hacen esfuerzos sublimes algunos patriotas que, aún vencidos, no dan ni reciben cuartel.Entre estos oficiales dignos de la inmortalidad, descuella en primer término el capitán José Ignacio Ibieta, adalid que merece figurar al lado de los héroes de Homero. Habiéndole cortado las piernas una bala de cañón, desangrándose, sin más fuerzas que las de su alma superior, agobiado por la sed, el hambre, la fatiga y la fiebre que le producen sus heridas, abatido por un dolor agudísimo, de rodillas, defiende el paso de una trinchera, quema los últimos cartuchos, cierra sus oídos a las promesas de perdón que le hacen los realistas a nombre de Osorio y se bate hasta caer peleando al pie de una bandera. Así murió Leonidas.En la plaza principal suceden otras escenas que caben muy bien en el cuadro de algún inspirado artista. El teniente José Luis Ovalle, mientras los españoles penetran por la calle de San Francisco, se abraza de uno de los estandartes y oprimiéndolo contra su corazón lo mantiene en alto hasta recibir una herida mortal. En ese estado quiere escapar; pero, después de recibir dos lanzazos, es tomado prisionero.Al abandonar Ovalle la bandera, corre a ocupar su puesto el hidalgo teniente José María Yáñez. Este oficial desafía con su voz y los rayos de sus ojos al enemigo, y agita la insignia nacional, hasta caer para no levantarse más envuelto en ella, sirviéndole así de gloriosa mortaja.Las escenas finales que cerraron la batalla de Rancagua, son sólo comparables a la defensa hecha por Cambronne y el puñado de bravos que lo acompañaron en Waterloo.Otros desgraciados, cuyos nombres no conserva la historia, siguieron los ejemplos anteriores y recibieron en pago de sus hazañas el ser fusilados a sangre fría en las calles, en las casas o en la plaza.Al intrépido teniente coronel Bernardo Cuevas, que fue confundido con O’Higgins por una casaca galoneada que usaba, lo fusilaron de un modo ignominioso, estando indefenso y no teniendo a los ojos de Dios y de los hombres otro crimen que haber defendido la libertad, la honra y la independencia de su patria. Durante toda la batalla este oficial peleó con denuedo en la trinchera de la calle de la Merced.¡Ojalá que este asesinato hubiese sido el único!¡Ojalá que esta sangre hubiese sido la última que iba a derramarse en aquella horrorosa hecatombe!Los realistas cayeron sobre Rancagua como los vándalos sobre Roma. Animados de un furor incalificable, entregaron la ciudad al saqueo y a la cólera de la soldadesca desenfrenada. Quebraban las puertas y las ventanas, profanaban las iglesias en que habían tomado asilo los ancianos, las mujeres y los niños, pasaban a cuchillo a los que encontraban a mano, pisoteaban los vasos sagrados y las imágenes.Hubo uno que penetró a caballo a la iglesia de San Francisco; otro tomó la corona de la virgen del Carmen y arrojándola al suelo dijo refiriéndose a esta:- También serás patriota, grandísima tal... (1)El incendio entretanto seguía su obra de destrucción y lamía con sus rojas llamaradas los edificios cercanos a la plaza. Nadie se acordaba de apagar el fuego: los unos por huir de la furia de los realistas y los otros por satisfacer sus iras contra los patriotas.Antes dijimos que frente a la iglesia de la Merced se había destinado una casa para hospital de sangre. Pues bien, el incendio llega hasta él y muy luego aquello se convierte en inmensa hoguera. Los heridos se lanzan desesperados a las puertas que están cerradas y suben como locos a las ventanas que miran a la calle para pedir auxilio y aspirar aire puro. El humo asoma por doquier; los ayes y gritos de dolor son ahogados por el estruendo que producen los techos al abrirse, las vigas al romperse y los tabiques al ser consumidos por las llamas. Arrastrándose como pueden por el suelo, tomándose los unos de los otros, apoyando el rostro en las rendijas para respirar mejor, hacen colosales esfuerzos para librarse del fuego y para pedir socorro. Todo es inútil. Las chispas saltan en todas direcciones y queman las ropas de las camas y el traje de los heridos. El incendio sigue su marcha y crece como hinchada ola, hasta que después de asfixiar con sus polvorosas nubes de humo a las desgraciadas víctimas, las oprime y consume entre sus brazos de fuego.Al siguiente día se ven, oprimiendo los hierros de las ventanas, las manos medio carbonizadas de los muertos en tan tremenda catástrofe. En las puertas que dan a la calle, hay restos de los quemados vivos que muestran la desesperación en que murieron con la actitud suplicante de sus cuerpos. Veinte y ocho cadáveres se recogen de aquella hoguera.De las tropas realistas, las que desplegaron mayor lujo de crueldad fueron los Talaveras. Parecía que hubiesen hecho el juramento de dejar en Chile un recuerdo eterno de su implacable fiereza (2).¡Así sucumbió Rancagua!De esas cenizas se levantará luego la patria nueva, con nuevos elementos, nuevos héroes, nuevas victorias; más lozana más joven, más vigorosa y más fuerte.Con esta hecatombe concluye la patria vieja que es sin duda la más simpática, la más poética, la que más conmueve y la que más entusiasma. Ella fue la que dio el primer grito de independencia; ella la que echó las primeras bases de la República; ella la que sin armas, sin ejércitos, sin disciplina, sin arsenales y sin recursos, dio grandes combates y batallas legendarias; ella la que dando un adiós al pasado, saludó el sol de la libertad que vino con sus brillantes resplandores a disipar las sombras del coloniaje, esa noche de tres siglos de nuestra historia.La batalla de Rancagua es la más bella página del heroísmo chileno. Nunca el valor de nuestros soldados ha sido puesto a prueba más dura. Se batieron en dicho sitio uno contra tres. Los defensores pelearon treinta y cuatro horas consecutivas, sin agua, con pésimo armamento, con pocas municiones, protegidos tras de trincheras inseguras y construidas a la ligera, al reflejo de un incendio que cubría de humo y de chispas el teatro de las operaciones, con reclutas de un mes de servicio, con un número tan pequeño de artilleros que en la mitad del combate hubo necesidad de valerse de infantes para el manejo de las piezas, sin esperanza alguna de socorro desde el momento que José Miguel Carrera se retiró, sin medios para refrescar los cañones que casi llegaron al calor rojo con tantos disparos, sin ambulancias, sin ninguna de las facilidades de locomoción necesarias para impedir los progresos de un sitio. Y para colmo de tan grande heroísmo, cuando fue imposible la defensa, en lugar de capitular, los sobrevivientes a siete asaltos y a treinta y tantas horas de encarnizado batallar, todavía se encontraron con la pujanza bastante para lanzarse por sobre las barricadas y abrirse paso al través de las filas enemigas con el filo de sus sables y el pecho de sus caballos.Lo que principalmente concurre a aumentar los colores de aquella tragedia grandiosa, es la resolución inquebrantable tomada desde el principio, de no dar ni recibir cuartel, de resistir hasta el último trance para salvar incólume y sin mancilla el honor de la bandera y de la patria.De aquí por qué Rancagua fue un ejemplo que comprometió el honor propio de los revolucionarios que vinieron después y dio el tono a las campañas. Chacabuco y Maipo son sólo dos chispas de aquel combate inmortal.Las pérdidas de ambos ejércitos se calculan en mil trescientos muertos y en proporción los heridos (3).Notas.1. Estos y otros detalles los hemos tomado de El chileno instruido en la historia de su país, por el Reverendo Padre Fray José Javier Guzmán.2. Para que no se dude de nuestro aserto, reproducimos lo que el coronel don José Ballesteros, comandante de la 1ª división realista, dice en su libro Revista de la guerra de la independencia de Chile: “No puede negarse que el batallón de Talaveras fue demasiado riguroso en su conducta general. ¿Más qué podría esperarse cuando fue formado en la península de los incorregibles, viciosos y la escoria de otros cuerpos que debieron dar lo peor? Estos fueron depositados en las Casas-Matas, en la barraca y arsenal de la isla de León y conducidos a bordo para la navegación a América desarmados y escoltados por tropas armadas, hasta el mismo buque. Baste este conocimiento para deducir sus operaciones y sentimientos posteriores que movieron particularmente a Chile a un descontento universal por tanta insolencia, ultrajes y violencias cometidas contra las personas más visibles y caracterizadas, sin distinción de uno y otro sexo. Siente decirse: consentidos y autorizados por sus mismos jefes y oficiales”.3. En el apéndice, bajo el Nº 3, publicamos el parte dado por Osorio al Virrey Abascal sobre la batalla de Rancagua.
CAPÍTULO XXII
Lo que hace O’Higgins al llegar a Santiago.- Salva a su madre y a su hermana y con ellas emigra.- Medidas de José Miguel Carrera.- Disposiciones del presbítero Uribe.- Manda incendiar a Valparaíso.- Esfuerzos inútiles de Carrera.- Los patriotas emigran con dirección a Mendoza.- Algunos almacenes son entregados al saqueo.- Peripecias del viaje de O’Higgins al través de la cordillera.- Encuentro en la Ladera de los Papeles.- Misa de gracia dicha en la ciudad de Rancagua en honor del triunfo obtenido.- Entrada triunfal de Osorio y su ejército en la capital.- Se abre era de la Reconquista Española.O’Higgins apenas llega a Santiago, cubierto de polvo, abrumado con dos días de impresiones violentas y fatigas, encendida la frente, ardiente la mirada, sombrío el ceño, se dirige a su casa en donde derraman lágrimas de cruel incertidumbre su madre, doña Isabel Riquelme y su hermana Rosa. Fácil es comprender la ternura de aquel recibimiento, de aquella escena íntima de familia.José Miguel Carrera, por su parte, sabido el desastre de Rancagua, envía tropas a fin de proteger la retirada de los fugitivos, corre aquí y allá llevando una palabra de entusiasmo a los que los rodean, hace esfuerzos supremos para organizar la defensa en otra parte, llama en auxilio de la capital las milicias de los departamentos y de los pueblos vecinos, procura en vano encender en el alma abatida de los que habían perdido hasta la última esperanza de victoria, el deseo de seguir peleando. Ya que no puede impedir al enemigo la entrada a Santiago, halaga el proyecto ilusorio de dirigirse a Aconcagua o a Coquimbo para levantar montoneros y organizar un nuevo ejército que permitiera salvar a la patria de las garras del león ibero.Mientras Carrera trata, a fuerza de actividad, de hacer olvidar su gran falta de abandonar a su suerte a Rancagua, el presbítero Uribe, otro de los miembros de la Junta de Gobierno, luego que tiene conocimiento de la retirada de Carrera y que sabe el desastre, con punible ligereza y atolondramiento da al gobernador de Valparaíso las siguientes órdenes por demás tremendas:1º. “Al momento incendie V. S. los buques, dejando a Valparaíso en esqueleto, retírese con todas las fuerzas a esta capital sin perder instante. Dios, etc. Santiago, 2 de octubre de 1814”.2º. “Julián de Uribe. 5. Gobernador de Valparaíso.- Esta mañana se ofició a V. S. se pusiese en marcha para la capital, ahora se le repite acelere sus marchas destruyendo enteramente el puerto. No deje V. S. un solo cañón útil. Los buques, bodegas y cuanto haya incendie. Dios guarde a V. S. muchos años. Santiago y octubre 2 de 1814.Julián de Uribe.- Manuel Muñoz y Urzúa”.3º. “Señor Gobernador de Valparaíso.- Aunque a V. S. se le tiene prevenido incendie los buques, si han quedado algunos menores haga que éstos marchen a Coquimbo conduciendo los cañones y demás pertrechos. Se encarga de nuevo a V. S. no deje otra cosa que escombros. La fuerza del ejército marcha para el camino de Coquimbo.- Dios guarde a V. S. muchos años.- Santiago y octubre 3 de 1814.Julián de Uribe”.4º. “Debe V. S. sin perder instante reunido con toda la tropa, municiones, caballos, bueyes, mulas, y cuantos otros auxilios pueda, ponerse en marcha para Quillota en donde debe subsistir hasta segunda orden, recogiendo del mismo modo lo que pueda en ese destino, no dejando en Valparaíso una cosa útil en que pueda hacer presa el enemigo. Dios guarde a V. S. muchos años. Santiago y octubre 3 de 1814.Julián de Uribe.Señor gobernador de Valparaíso”.Todos los esfuerzos de Carrera son inútiles. Ya nadie obedece. El terror se apodera de los espíritus. Un pavor indescriptible y la desesperación difícil de pintar que sucede a las derrotas, toman asilo aun en los pechos más varoniles. Los soldados, arrojando al suelo o quebrando sus armas, huyen por doquier, se esconden, y van de puerta en puerta, de casa en casa, de corazón en corazón, gritando:- ¡Sálvese quien pueda!- ¡Sálvese quien pueda!La mayor parte de los patriotas que habían militado en el ejército o que se habían comprometido seriamente en la revolución, preparan sus maletas y vuelan hacia la cordillera.El camino a Aconcagua se ve cubierto de cabalgaduras, de soldados, de oficiales, de familias, de rezagados, de vehículos, de personas de diversas clases y condiciones.¡Aquello parece la mudanza de todo un pueblo!Carrera, desplegando energía suprema y actividad prodigiosa, trata de hacer olvidar su debilidad al frente de Rancagua, tomando medidas desesperadas. Como puede, rogando, amenazando, evocando el amor a la patria, consigue reunir un puñado de hombres y los pone a las órdenes de los bravos capitanes Maruri y Molina a fin de proteger la retirada de los insurgentes por el lado de la cuesta de Chacabuco.En medio de su precipitación, y animado del propósito de no dejar elementos de guerra ni recursos al enemigo, hace saquear la administración de tabaco, la fábrica de fusiles y los almacenes de víveres. Acopia los caudales públicos y saca los utensilios valiosos de las iglesias de la capital. Consigue con esto reunir trescientos mil pesos, los que entrega a su ayudante Barnechea, quien en compañía del coronel Meriño y veinte infantes reciben orden de ponerlos en salvo.Al amanecer del 4 de octubre Carrera y los suyos marchan hacia Aconcagua en dirección a la cordillera.O’Higgins, a su vez, con su madre, su hermana, Ramón Freire, Alcázar, Anguita, el capitán López y una parte de los dragones salvados del desastre de Rancagua, se pone en movimiento el 8 de octubre con la resolución de cruzar las cuatro leguas y media que distan entre los paraderos Juncal y las Cuevas. La cordillera esta cubierta de nieve; el cielo borrascoso; las huellas del camino borradas por los hielos del crudo invierno; sopla por los lugares que hay que recorrer un viento entumecedor; la naturaleza presenta un espectáculo tan terrible como magnífico.Al llegar la comitiva al punto denominado Ojos de Agua, en plena cordillera, se detiene a contemplar de frente las inmensas sábanas de blancas nieves que se extienden hasta perderse de vista. La luz al proyectarse sobre la alba superficie de aquel océano helado, arroja reflejos sobre los ojos de los viajeros que les producen fuertes irritaciones. No hay un solo surco que sirva de guía. Hay que abrir un camino especial para que las cabalgaduras de O’Higgins y de los demás deudos y compañeros no se sepulten en la nieve movediza que el viento mueve y arremolina con facilidad.Pasada la cumbre de los Andes, a media noche del 12 de octubre, los viajeros alojan en la posada de las Cuevas. El 17 llegan a Mendoza en donde reciben toda clase de atenciones y auxilios de San Martín, gobernador de Cuyo, y de los antiguos amigos de O’Higgins, Juan Mackenna y Antonio José de Irisarri.El infortunado Carrera, perdidas sus esperanzas de resistencia, profunda mente abatido con el peso de tantas desgracias y responsabilidades y sintiendo dentro del pecho rugir su corazón, como puede escala la escarpada cordillera en compañía de quinientos hombres. En la Ladera de los Papeles fue alcanzado por una partida realista. Allí se batió hasta que siendo derrotado, se escapó favorecido por las sombras de la noche y se lanzó a las nieves sin más comitiva que su hermano Luis, los capitanes Maruri, Astorga, Jordán y unos cuantos soldados.El 13, desde la cumbre de los Andes. Dio un último adiós a Chile.¡Qué ideas cruzarían por su hermosa cabeza en aquella triste hora, qué sentimientos por su corazón, qué decepciones por su alma, qué movimientos de orgullo por su conciencia, qué arrebatos por toda aquella naturaleza viril e indomable!Aquella mirada y aquel adiós a Chile fueron los últimos.¿Tendría en ese instante el doloroso presentimiento de que no iba a volver más a la tierra de sus dulces ensueños, de sus primeros amores, de sus primeras locuras, y de sus primeras glorias inmortales?¡Arcanos del pasado, misterios insondables!Dejémosle que siga su destino, para reanudar los acontecimientos.Osorio, orgulloso por la victoria obtenida contra los patriotas, asistió al siguiente día de la batalla a una solemne misa de gracias que hizo dar en la iglesia de San Francisco a la cual invitó a los jefes y oficiales de su ejército y a la gente del pueblo.El día 4, después de nombrar gobernador político y militar de la ciudad al coronel Juan N. Carvallo a cuyo mando dejó también para cubrir la guarnición el batallón Valdivia, dio orden de marchar a Santiago.Sucesivamente se pusieron en movimiento el escuadrón Abascal, la caballería de Elorreaga, la división Montoya y en fin los famosos Talaveras con Maroto a la cabeza.En Santiago los realistas sinceros que había y los patriotas que tenían temor de ser perseguidos, hicieron un grandioso recibimiento a Osorio, quien entre aplausos, banderas, hurras y flores daba comienzo a la era luctuosa que la historia denomina: la reconquista española.
APÉNDICENÚMERO 1. Proyecto de tratado aprobado por el gobierno de Lastra y el Senado Consultivo y que sirvió de base a los plenipotenciarios patriotas O'Higgins y Mackenna.
“Por la prisión de Fernando VII quedaron los pueblos sin rey en libertad de gobierno digno de su confianza, como lo hicieron las provincias españolas, avisando a los de ultramar que hiciesen lo mismo a su ejemplo.Chile deseoso de conservarse para su legítimo rey, y huir de un gobierno que los entregase a los franceses, eligió una Junta Gubernativa compuesta de sujetos beneméritos. Esta fue aprobada por la regencia de Cádiz, a quien se remitieron las actas de instalación: siendo ella interina mientras se formaba un Congreso general de estas provincias, que acordase y resolviese el plan de administración conveniente en las actuales circunstancias. Se reunió efectivamente el Congreso de sus diputados, quienes en su apertura juraron fidelidad a su rey Fernando VII, mandando a su nombre cuantas órdenes y títulos expidieron, sin que jamás intentasen ser independientes del rey de España libre, ni faltar al juramento de fidelidad.Hasta el 15 de noviembre de 1811 quedó todo en aquel estado, y entonces fue cuando por fines e intereses particulares y con la seducción de a mayor parte de los europeos del reino, fue violentamente disuelto el Congreso por la familia de los Carrera, que hechos dueños de las armas y de todos los recursos, dictaron leyes y órdenes subversivas de aquel instituto, sin que ni las autoridades, ni el pueblo, ni la prensa pudiesen explicar los verdaderos sentimientos de los hombres de bien, ni opinar con libertad.Así es como durante el tiempo de aquel despotismo se alteraron todos los planes, y se indicó con signos alusivos una independencia que no pudieron proclamar solemnemente por no estar seguros de la voluntad general. Sin duda aquella anarquía y pasos inconsiderados movieron el ánimo del virrey de Lima a conducir a estos países la guerra desoladora, confundiéndose así los verdaderos derechos del pueblo, con el desorden y la inconsideración. Atacado el pueblo indistintamente por esto, le fue preciso ponerse en defensa, y conociendo que la causa fundamental de la guerra eran aquellos opresores, empleó todos sus conatos en separarlos del mando, valiéndose de las mismas armas que empuñábamos para defendernos de la agresión exterior.Puesto así el Gobierno en libertad y deseando elegir un gobierno análogo a las ideas generales de la monarquía, confió la autoridad a un gobernador, llamándole supremo por haber recaído en él la omnímoda facultad que tuvo la primera junta gubernativa instalada en 18 de septiembre de 1810; y se propone ahora restituir todas las cosas al estado y orden que tenían el 2 de diciembre de 1811, cuando se disolvió el congreso.Por tanto, aunque nos hallamos con un pie muy respetable de fuerza, que tiene al reino en el mejor estado de seguridad, que diariamente se aumenta y aleja todo recelo, conviniendo con las ideas del virrey por la mediación e influjo del señor comodoro Mr. James Hillyar y para evitar los horrores de una guerra, que ha dimanado de haberse confundido los verdaderos derechos e ideas sanas, con los abusos de los opresores, propone Chile lo siguiente:“1º Que supuesta la restitución de las facultades y poder del gobierno al estado que tuvo cuando fue aprobado por la regencia, debe suspenderse toda hostilidad, y retirarse las tropas agresoras, dejando al reino en libre uso de sus derechos, para que remita diputados a tratar con el Supremo Gobierno de España el modo de conciliar las actuales diferencias.2º No se variará el poder facultades del gobierno de la manera que fue aprobado por la regencia, esperando el reino el resultado de la diputación que ha de enviar a España.3º Se darán todos los auxilios que estén al alcance del reino, para el sostén de la Península.4º Se abrirán los puertos a todos los dominios españoles, para que continúen las relaciones mercantiles mutuamente.5º Se ofrece al señor comodoro Mr. James Hillyar, mediador de las diferencias entre el señor virrey de Lima y este gobierno, una garantía suficiente para el cumplimiento de esta transacción.6º Siendo notorio, tanto en Chile como en Lima, el eficaz deseo del señor comodoro y comandante de la Phoebe, de terminar las diferencias pendientes en dos estados unidos por naturaleza religión, aceptamos su laudable mediación entre ambos gobiernos, y ofrecemos garantir los tratados que por ella se hagan, con la seguridad que esté en nuestra facultad, y siendo esto conforme sustancialmente con los sentimientos que en conversaciones particulares ha manifestado el señor virrey al señor Hillyar, a excepción de quedar sujetos a guarnición extraña, nos ofrecemos también a reponer esta falta de garantía con rehenes equivalentes. Por tanto, espera Chile no se ponga el menor embarazo en la salida de las tropas de Lima; en cuya negativa nunca podrá convenir este reino, así para hacer una elección libre de sus diputados como para evitar una anarquía, las disensiones interiores que probablemente se originarían, quedando alguna fuerza exterior; sobre todo porque garantidas las proposiciones de un modo seguro, es inútil, y podría ser muy perjudicial mantener en el reino aquella fuerza.7º Quedarán olvidadas las causas, que hasta aquí hayan dado los vecinos de las provincias del reino, comprometidos por las armas, con motivo de la presente guerra.8º El gobierno deja a discreción y voluntad de los generales de nuestro ejército restaurador, acordar y determinar el punto o situación en que han de discutirse y decidirse los tratados y demás ocurrencias de que no se haya hecho mérito, y también el que perdonen la discusión, o en su lugar nombren plenipotenciario que desempeñe a satisfacción tan importante encargo; y para este nombramiento se autorizan en bastante forma.Convenidos los generales de ambos ejércitos en los antecedentes artículos, sin variación sustancial, volverán a este gobierno para su ratificación que se hará en el término que acordasen.Santiago, abril 19 de 1814.Francisco de la Lastra - doctor José Antonio Errázuriz - Camilo Enríquez - doctor Gabriel José de Tocornal - Francisco Ramón de Vicuña - doctor Juan José de Echeverría, secretario”.NÚMERO 2. He aquí el tratado definitivo aprobado en Lircay por Gaínza y los plenipotenciarios patriotas, O'Higgins y Mackenna.
Convenio celebrado entre los generales de los ejércitos titulados nacionales y del gobierno de Chile:Artículo 1º Se ofrece Chile a remitir diputados con plenos poderes e instrucciones, usando de los derechos imprescriptibles que le competen como parte integrante de la monarquía española, para sancionar en las cortes la Constitución que éstas han formado, después que las mismas cortes oigan a sus representantes; y se compromete a obedecer lo que entonces se determinase; reconociendo, como ha reconocido, por su monarca al señor don Fernando VIl y la autoridad de la regencia por quien se aprobó la junta de Chile, manteniéndose entretanto el gobierno interior con todo su poder y facultades, y en libre comercio con las naciones aliadas y neutrales, especialmente con la Gran Bretaña, a la que debe la España, después del favor de Dios y su valor y constancia, su existencia política.2º Cesarán inmediatamente las hostilidades entre ambos ejércitos; la evacuación de Talca se ejecutará a las treinta horas de ser comunicada la aprobación del gobierno de Santiago sobre este tratado, y la de toda la provincia de Concepción, esto es, las tropas de Lima, Valdivia y Chiloé en el término de un mes de recibida dicha aprobación, franqueándoseles los auxilios que estuviesen al alcance de Chile, y dicte la regularidad y prudencia y quedando esta última plaza de Chiloé sujeta como antes al virreinato de Lima: así como se licenciarán todos los soldados de la provincia de Concepción y sus partidos, si lo pidieren.3º Se restituirán recíprocamente, y sin demora todos los prisioneros que se han hecho por ambas partes sin excepción alguna, quedando enteramente olvidadas las causas que hasta aquí hayan dado los individuos de las provincias del reino comprometidos por las armas con motivo de la presente guerra, sin que en ningún tiempo pueda hacerse mérito de ellas por una ni otra parte. Y se recomienda recíprocamente el más religioso cumplimiento de este artículo.4º Continuarán las relaciones mercantiles con todas las demás partes que componen la monarquía española, con la misma libertad y buena armonía que antes de la guerra.5º Chile dará a la España todos los auxilios que estén a su alcance conforme al actual deterioro en que ha quedado por la guerra que se ha hecho en territorio.6º Los oficiales veteranos de los cuerpos de infantería y dragones de Concepción, que quisiesen continuar su servicio en el país, gozarán el empleo y sueldo que disfrutaban antes de las hostilidades; y los que no, se sujetarán al destino que el excelentísimo señor virrey les señalare.7º Quedarán la ciudad de la Concepción y los puertos de Talcahuano; y no siendo posible al señor brigadier don Gavino Gaínza dejar todos los fusiles de ambas plazas, se conviene en restituir hasta el número 400 para su servicio y resguardo.8º Desde el momento que se firme este tratado estará obligado el ejército de Chile a conservar la posición que hoy tiene, observando religiosamente el no aproximarse más a Talca, y caso que, entretanto llega su ratificación del excelentísimo gobierno de Chile, sobreviniere algún temporal, que pueda perjudicarle, será de su arbitrio, acamparse en alguna hacienda en igual o más distancia de dicha ciudad; bien entendido que para el inesperado caso de volverse a romper las hostilidades, que será con previa noticia y acuerdo de ambos ejércitos, no podrá cometer agresiones el nacional sin haberle dado lugar de restituirse a la posición que tiene en esta fecha.9º Se restituirán recíprocamente a todos los moradores y vecinos las propiedades que tenían antes del 18 de febrero de 1819 declarándose nulas cualesquiera enajenaciones que no hayan precedido de contrato particular de sus dueños.10º El excelentísimo gobierno de Chile satisfará con oportunidad, de su tesoro público, treinta mil pesos como en parte del pago que debe hacerse a algunos vecinos de la provincia de Concepción de los gastos que ha hecho el ejército que hoy manda el señor general brigadier don Gavino Gaínza, quien visará los libramientos que expida la intendencia.11º Para el cumplimiento y observancia de cuanto se ofrece de buena fe en los artículos anteriores, dará Chile por rehenes tres personas de distinguida clase o carácter, entre quienes se acepta como más recomendable, y por haberse ofrecido espontáneamente en honor de su patria, al señor brigadier don Bernardo O’Higgins, a menos que el excelentísimo gobierno de Chile lo elija para diputado se sustituirá su persona con otra de carácter y representación del país.12º Hasta que se verifique la total evacuación del territorio de Chile se darán en rehenes por parte del ejército nacional luego que esté ratificado el tratado, dos jefes de la clase de coroneles, así como para evacuar a Talca, que deberá ser el inmediato, se darán por el ejército de Chile otros dos de igual carácter quedando todo el resto del mes para que vengan a la inmediación del señor general del ejército nacional los rehenes de que habla el artículo anterior, o un documento de constancia de haberse embarcado para Lima.13º Luego que sea firmado este tratado, se expedirán órdenes por los señores generales de ambos ejércitos para que suspendan su marcha cualesquiera tropas que desde otros puntos se dirijan a ellos; y que sólo puedan acogerse, para librarse de la intemperie, a las haciendas o pueblos más vecinos donde les llegaren dichas órdenes, hasta esperar allí las que tengan a bien dirigirles; sin que de ningún modo puedan las auxiliares del ejército nacional pasar el Maule, o entrar en Talca, ni las del ejército de Chile el río de Lontué.14º Si llegare el caso (que no se espera) de no merecer aprobación este tratado, será obligado el señor general del ejército de Chile a esperar la contestación de esta noticia, que ha de comunicar al del nacional, quien deberá darla al cuarto de hora de recibida.15º Reconociendo las partes contratantes que la suspensión de las hostilidades, la restitución de la paz, buena armonía e íntima amistad entre los gobiernos de Lima y Chile, son debidos en gran parte al religioso y eficaz empeño del señor comodoro y comandante de la Phoebe, don Santiago Hillyar, quien propuso su mediación al gobierno de Chile manifestándole los sentimientos del señor virrey, y no ha reparado en sacrificios de toda clase, hasta presenciar a tanta distancia de su destino todas las conferencias que han precedido, y este convenio, le tributamos las más expresivas gracias como a mediador y principal instrumento de tan interesante obra.16º Se declara que la devolución de sólo 400 fusiles a las plazas de Concepción y Talcahuano a que se refiere el artículo 7º es porque el señor general don Gavino Gaínza no tiene completo el armamento que el ejército de su mando introdujo al reino.Y después de haber convenido en los artículos anteriores, nos el general en jefe del ejército nacional, brigadier don Gavino Gaínza, y el general en jefe de Chile, don Bernardo O’Higgins y don Juan Mackenna, plenipotenciarios nombrados, firmados dos ejemplares de un mismo tenor, para su constancia, en las orillas del río Lircay, a dos leguas de la ciudad de Talca, cuartel general del ejército nacional, e igual distancia del de Chile, en 3 de mayo de 1814.Gavino Gaínza.Bernardo O’Higgins.- Juan Mackenna.NÚMERO 3. I. Parte oficial que Mariano Osorio pasa sobre la batalla de Rancagua al Marqués de la Concordia, Virrey del Perú, don Fernando de Abascal.
Santiago, 12 de octubre de 1814.Excelentísimo Señor:El 30 de setiembre pasado, reuní el ejército en la hacienda de don Francisco Valdivieso distante de la villa de Rancagua tres leguas: teniendo de antemano puestos a la orilla izquierda del Cachapoal los Escuadrones Carabineros de Abascal, Húsares de la Concordia (cuerpo levantado nuevamente), Lanceros de los Ángeles, y dos partidas de caballería sueltas, cuyo total era 650 caballos; emprendí la marcha a las 9 de la noche, y en la formación de columna por divisiones en esta forma: a la cabeza 50 granaderos al mando del capitán don Joaquín Magaflar; 200 pasos a retaguardia, el subteniente de Talaveras don Domingo Miranda con 25 zapadores; a iguales intervalos seguían los Húsares, cuatro piezas de artillería, vanguardia, sus municiones, cuatro piezas. 1ª división con las suyas; 4 piezas; 2ª división y sus municiones 4 piezas; 3ª división y las suyas, escuadrón de Carabineros, y partida de dragones; a los flancos de la cabeza de la columna y a distancia de un cuarto de legua las partidas de caballería, caminé hacia los vados de las Quiscas o de Cortés distante de la citada hacienda dos leguas, y otras tantas de la villa. Se pasó el río, y al amanecer ya todo el ejército estaba del otro lado:inmediatamente se formó en batalla en dos líneas apoyando la derecha al río; la partida del teniente coronel don Pedro Asenjo y del capitán don Leandro Castilla, cada una de 100 caballos, empezaron a tirotearse con el enemigo por nuestra izquierda, en el interín di un pequeño descanso a la tropa, y luego se dirigió en batalla hacia la villa; como una legua distante de ella, corriéndome hacia la izquierda, en donde hice alto; viendo que el enemigo cargaba sobre ella, mandé reforzar las indicadas partidas, e incontinenti hice desfilar a vanguardia al mando del coronel don Ildefonso Elorreaga, compuesta de los batallones de Valdivia y Chillán al cargo de sus comandantes los coroneles don Juan Carvallo y don Clemente Lantaño; 1ª división mandada por el coronel don José Ballesteros, compuesta de los batallones voluntarios de Castro y Concepción a las órdenes del mismo y el teniente coronel don José Vildósola, y la 2ª división a cargo del coronel don Manuel Montoya, con los dos batallones de su mando Veteranos y Auxiliares de Chiloé, con 4 piezas cada división al cargo del subteniente don Lorenzo Sánchez, el capitán graduado de teniente coronel don Bruno Basán y el capitán don José María Flores, y además el escuadrón de Carabineros mandado interinamente por el teniente coronel don Antonio Quintanilla, hacia los callejones de los Cuadras, previniendo a la vanguardia pasase al callejón de Chada, con el fin de cortar los caminos que de la villa salen para Santiago; en seguida mandé a la compañía de cazadores de Talavera con su capitán don José Casariego, los Dragones con su jefe don Diego Padilla y dos obuses al cargo del teniente coronel don Alejandro Herrera tomasen la salida de la calle que mira al oeste de la villa, cuya artillería como todas las demás se inutilizó a poco tiempo excepto dos cañones de montaña, unas por el fuego del enemigo y otras por el repetido que hacían. La compañía de granaderos mandada por su capitán don Miguel Marqueli atacó por el punto que media entre la anterior calle y la que va al sur, a la cual se dirigió el regimiento de Talavera y partida del Real de Lima, división mandada por el coronel de aquel cuerpo don Rafael Maroto, y comandante de ella el sargento mayor del mismo don Antonio Morgao, y el teniente don Pedro Barrón, y el escuadrón de Húsares mandado por su comandante el teniente coronel don Manuel Barañao; el de Lanceros al cargo del teniente coronel don Antonio Pando que había dejado a la orilla izquierda del río, pasó éste luego que se circunvaló la villa, en la cual mandaban a más de los 1,400 hombres de todas armas, y de sus decantadas tropas los cabezas Bernardo O’Higgins y Juan José Carrera; antes de acercarse el ejército a la villa había ya batido y dispersado más de 1,000 hombres de milicias con fusil y lanza; durante su sitio sucedió lo mismo con más de 700 y cuatro piezas por el camino de Santiago y a su cabeza José Miguel (presidente de la Junta) y Luis Carrera su hermano, venían en socorro de los sitiados, treinta y dos horas de fuego sin intermisión en donde el enemigo tenía doce piezas de artillería de todos calibres puestas y colocadas en diez trincheras que había en otras tantas calles al rededor de la plaza principal y plazuela de la Merced, teniendo las tres cuartas partes de su tropa colocadas en los tejados, campanarios de San Francisco, parroquia y mercado. Toda su artillería con muchas municiones, doce cajas de guerra, cinco banderas (cuyas cintas negras así como la faja del mismo color, era la señal que llevaban para no darnos cuartel) más de 1,500 fusiles, cerca de 900 prisioneros inclusos 282 heridos, y entre aquéllos el mayor con divisa de coronel don Francisco Calderón, 31 oficiales y 6... sacerdotes entre curas y frailes, más de 400 muertos, contándose en este número muchos oficiales, la dispersión total de esta reunión de insensatos, la entrada en la capital el 5 del actual, ser ya dueñas las armas del rey, de Valparaíso y otros puntos con todos sus efectos que tenían, ella son el fruto por ahora de esta victoria: O’Higgins y Carrera huyeron con muy pocos a favor del pelotón que salió de la plaza confundidos con las muchas caballerías que echaron por delante y denso polvo.Las cuatro banderas pequeñas cogidas en Rancagua que pudieron salvarse del justo enojo de los bravos soldados, y la grande, tomada en esta ciudad, he dispuesto las presenten a V. E. dos valientes de cada división del ejército para que acompañados por V. E. (si gusta) y de las tropas de esa guarnición, tribunales y demás cuerpos de ella, las conduzcan con la mayor pompa posible al convento de Santo Domingo y se coloquen a los pies de Nuestra Señora del Rosario, Patrona del ejército, como justo y debido homenaje que rendidamente le hace por el singular favor que le he merecido en la víspera y día de su advocación, en la cual y a las tres y media de la tarde tuve el gozo de pisar la plaza de la Villa.Los muchos asuntos que me rodean consiguientes al desarreglo en que he hallado esta capital, el perseguir sin detenerme, después de poner el orden posible en ella, a los cabezas O’Higgins, Uribe, Muñoz los tres hermanos Carrera, que con un puñado de locos como ellos se han refugiado a los Andes, camino de Mendoza, después de haber saqueado a estos vecinos, iglesias, y hecho un cincuenta de atrocidades, y el deseo de no retardar un momento, dar a V. E. tan agradable noticia, no me permiten extenderme como quisiera, para informarle de la conducta y valor de todos los oficiales y soldados de este ejército, que aunque corto en el número es muy grande por aquellas circunstancias, entusiasmo y subordinación.Una marcha de siete y media leguas por terrenos llenos de agua y fangosos; un silencio tan profundo que no se oía otro ruido más que el del carruaje de la artillería, la que traían desde Concepción a pie, atravesando más de veinte ríos, sin fumar en toda la noche, desde el jefe hasta el último tambor. La alegría al formarse en batalla, los deseos de batirse, su desnudez y falta de calzado y los vivas al rey repetidísimos aun en medio del horroroso cuadro que presentaba Rancagua, ardiendo por todas partes por las llamas, el hierro y el plomo; le hacen acreedor a las gracias de nuestro augusto rey don Fernando VII habiéndoselas yo dado ya en su real nombre. Luego que el tiempo lo permita daré a V. E. la noticia correspondiente, ciñéndome por ahora a recomendar a V. E. a los jefes de las divisiones, al valiente Barañao que a la cabeza del escuadrón, con el fusil a la espalda y sable en mano entró a escape por la calle que mira al sur, en donde fue herido grave mente por una bala de metralla en el muslo izquierdo, habiéndolo sido antes su caballo por una de fusil; al subteniente de artillería Sánchez que fue herido en la mano derecha; a los tenientes de Talavera, don Juan Vázquez Novoa, don Francisco Reguerra y don Juan Álvarez Mijares, el primero herido en la misma mano, el segundo en el brazo izquierdo, y el tercero en un muslo, todos de bala de fusil; al sargento mayor de dicho cuerpo don Antonio Morgao que al frente de su regimiento y al toque de ataque entró por la referida calle del sur; al capitán don Vicente San Bruno que a fuerza de mucho trabajo construyó una trinchera en ella para contrarrestar la del enemigo; al coronel Lantaño que rechazó por tres veces a los de afuera, y luego cargó sobre los que huían; así como los tenientes coroneles Quintanilla, Asenjo, Pando y el capitán Castilla que, con su caballería completaron la derrota. El mayor general coronel don Julián Pinuel, el coronel don Luis Urrejola, mis ayudantes, los capitanes, teniente de navío don Joaquín Villalva y don Manuel Matta, los tenientes don José Butrón, don Vicente de Nava los subtenientes don Manuel Quesada y don José Rueda, desempeñaron cuantas comisiones y órdenes les di los recomiendo así mismo a V. E. Nuestras pérdidas son 1 oficial 3 muertos, y 113 heridos incluso 7 oficiales.Testigo ocular de todo, espero interponga V. E. su poderoso influjo para el correspondiente premio de estos fieles vasallos, que es la única recompensa que deseo si merecen algo mis servicios desde que tengo la satisfacción de mandarlos.Dios Guarde a V. E. muchos años.- Cuartel general en Quinta de Sánchez. 12 de octubre de 1814.-Excmo. señor.Mariano Osorio.Excmo. señor marqués de la Concordia, Virrey del Perú.II. Parte de Osorio sobre los hechos que se siguieron a la batalla de Rancagua.
Excmo. Señor:El enemigo en precipitada fuga, abandonando todo y con muy poquísima gente, pues quizá no llegarían a cien hombres; pasó la cordillera la noche del 13 al 14. Desde Colina a la cumbre de los Andes, hasta donde se le pudo perseguir, se les tomaron nueve piezas de diferentes calibres con algunas cureñas que no tuvo tiempo de quemar; muchas municiones particularmente de cañón, más de trescientos fusiles, más de doscientos prisioneros, sin contar más de treinta y seis muertos que tuvieron en la pequeña acción que quiso sostener en la altura más arriba de la ladera llamada de los Papeles, dentro de la cordillera; la bandera del batallón del Ingenio con la misma divisa negra (que era el de los esclavos, a quienes por un decreto de la junta última se les mandó los dieran sus dueños para tomar las armas); dos banderas y gallardete con el escudo de las armas reales, pertenecientes a la plaza de Valparaíso; y la tricolor que había en la misma, pero sin la parte blanca que se la quitaron antes, ésta y la primera las presentarán a V. E. los mismos individuos, que las tomadas en Rancagua, para el fin que dije en mi oficio del 12.Permítame V. E. haga algunas observaciones particulares acerca de esta expedición, que he tenido la satisfacción de mandar. Primera: a los dos meses justos de haber desembarcado en Talcahuano salí de Santiago para los Andes e hice pasar la cordillera a los Carrera y demás individuos de la junta, el mismo día del cumpleaños de nuestro augusto monarca y de la renovación del juramento de fidelidad en la capital. Segunda: en el mismo sitio y a distancia de un tiro de fusil donde José Miguel Carrera presidente de la junta en 1803 mató asociado con otro al correo de Buenos Aires para robarle 24,800 pesos que llevaba en oro, encontré 19 y media cargas de plata y de aquel metal que había saqueado en Santiago, ya en dinero, ya en alhajas de las iglesias hechas ya barras. Tercera: al mismo tiempo que por tierra entraba el parlamentario que llevaba la rendición a Valparaíso, lo verificaba la corbeta Sebastiana por mar, procedente de Talcahuano y Juan Fernández, a donde condujo la tropa, artillería, municiones y demás efectos necesarios para volver a posesionaros de aquellas islas que el enemigo había abandonado.Dios guarde a V. E. muchos años.- Cuartel general en la guardia de los Andes, 15 de octubre de 1814.- Excmo. señor.Mariano Osorio.Excmo. señor marqués de la Concordia virrey de Lima.III. Orden del señor general del ejército del Rey en el reino de Chile, al señor gobernador intendente de Concepción.
Publique V. E. en este pacífico vecindario, que haciendo de trasnochada una marcha de cinco leguas, pasando el Cachapoal al amanecer el día de ayer, y sosteniendo un fuego vivísimo sin cesar, sin comer ni dormir por espacio de treinta y tres horas y media, logró este heroico ejército que tengo el honor de mandar, la victoria más memorable que ha visto este reino. 600 prisioneros, 500 muertos incluyéndose en ambos muchos oficiales, 200 heridos, más de 1,000 fusiles, 14 piezas de artillería de todos calibres y un abundante parque, son el fruto por ahora de este completísimo triunfo debido a la visible protección de la virgen del Rosario, como que comenzó la víspera de su festividad y se concluyó en su día. Es muy justo y de nuestra obligación tributarle el más humilde reconocimiento y para ello disponga V. E. se le cante una misa de gracias con solemne Te Deum, que se repique y haya iluminación por tres noches consecutivas.Dios guarde a V. S. muchos años.- Cuartel general de Rancagua, 2 de octubre de 1814.Mariano Osorio.Señor gobernador intendente de Concepción.IV. Oficio enviado por el ayudantamiento de Concepción al Virrey del Perú felicitándolo por el triunfo de las ramas del Rey en Chile.
Excmo. Señor:Aún no se había desembarazado este pacífico vecindario de las más afectuosas festivas demostraciones con que celebraban la deseada restitución de nuestro augusto monarca el señor don Fernando VII a su trono, que V. E. se ha servido participarle, y en que por los medios más expresivos ha vertido la ternura de su corazón en testimonio de su incontrastable lealtad, cuando la gloriosa victoria de nuestras armas obtenida completamente en la villa de Rancagua contra los ilusos protectores de la revolución, le hace continuar sus placeres y después de tributar al Dios de los ejércitos sus más ingenuos homenajes de gratitud los convierte a V. E. asegurándole de su eterno reconocimiento por la incomparable beneficencia con que ha sabido protegerlo hasta sacarlo de su opresión.El día 2 del corriente, octubre, entraron nuestras tropas en la villa de Rancagua, después de treinta y tres horas de acción continua en que los enemigos tentaron resistir nuestras fuerzas. Fueron generalmente derrotados con la resulta de 700 prisioneros, 500 muertos, 200 heridos, todo el parque de artillería que constaba de 14 piezas de diferentes calibres, 1.000 y más fusiles con abundante provisión de víveres y municiones que dejaron a nuestro ejército, y de cuyo poder sólo escaparon con muy corto número de tropas los caudillos que la mandaban.El 4 del mismo mes continuó nuestro ejército su marcha desde este punto a la capital de Chile distante veinte leguas, y el 6 tomó posesión de aquella ciudad sin alguna resistencia; y habiéndose fugado de ella con trescientos hombres de su tropa y considerables caudales los promotores de la revolución, cuyo alcance ha dispuesto nuestro benemérito general, según todo lo ha participado por su comunicación del mismo día.Ya llegó Excmo. Señor, el momento feliz en que deben renacer las dulces ideas de fraternidad y de unión, que por tantos siglos han causado la felicidad de la América. Ya no soplará el fuego abrasador de la discordia, que con la ilusión de una soñada libertad ha derramado en este ameno país la desolación con la misma sangre de sus hijos. Este cabildo no acierta a expresar a V. E. cual es su gratitud por el inefable celo con que ha restituido a estos pueblos la tranquilidad y el bien entendido uso de sus derechos. Sólo sabe asegurarle que ningún sacrificio será costoso para detestar la dura esclavitud de que ha salido i que ajustándose a los superiores designios de V. E. pedirá incesantemente al cielo prospere sus benéficas ideas y le llene de sus bendiciones.Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.Concepción, 15 de octubre de 1813.Excmo. Señor:- José María Martínez.- Manuel Rioseco.- Vicente Antonio Bocando.- Miguel González.- José Cruz de Urmeneta.Excmo. Señor marqués de la Concordia, virrey del Perú.V. El Ilustre Ayuntamiento de Santiago de Chile congratula y da las gracias a Su Excelencia por los triunfos de las armas de Su Majestad y ocupación de aquella capital.
Excmo. Señor:La esclavitud y la opresión habían tomado en este reino todo el incremento de que son capaces en su línea: un corto número de sediciosos libertinos supo desenfrenar la plebe, armarla, hacerla instrumento de su insurgencia y general desolación; la tiranía despotismo había subido a un grado insoportable, y los pueblos en la dura posición de sufrir y ejecutar, no tenían libertad de sufrir su exasperación. En su mayor abatimiento conocía Chile que sólo V. E. podría desnudarle la cadena y obligado a pelear contra su lisonjera esperanza, llegó el momento feliz en que fuésemos a un mismo tiempo vencidos y vencedores. Derrotado el tirano, se restableció improvisamente la quietud, el orden y la tranquilidad: recibimos a nuestros libertadores con los signos más expresivos de contento, y no hay quien no celebre la renacencia al antiguo vasallaje de nuestro amado monarca. El cabildo penetrado de los sentimientos comunes, tributa a V. E. las más reverentes gracias; y no cesará jamás de conocer que V. E. ha sido el héroe de la América, el Aquiles de su felicidad, su pacificador su libertad misma, restando únicamente para complemento de nuestra suerte, gozar las benignas influencias de un digno jefe. En la actualidad sólo llenaría nuestros deseos el señor general coronel don Mariano Osorio. Las Circunstancias críticas de este suelo, sus cualidades amables, y los conocimientos que ha tenido necesidad de adquirir exigen imperiosamente un beneficio que impone temor a los prófugos revolucionarios opresores, y conduce a la conservación de nuestra Serenidad.Dios guarde a V. E. muchos años.- Sala capitular de Santiago de Chile y octubre 21 de 1814.Excmo. señor: Gerónimo Pizana.- Juan Antonio de Fresno.- Francisco Ruíz Tagle.- José Manuel Arlegui.- Juan Manuel de la Cruz.- Lucas de Arriarán.- Domingo Ochea de Zuarola.- Manuel María de Undurraga.- Manuel de Figueroa.- Tomás Ignacio de Urmeneta.Excmo. Señor Marqués de la Concordia, Virrey, Gobernador y Capitán General del Perú.
VI. El Ilustrísimo señor Obispo electo de Santiago al Excelentísimo señor Virrey.
Excmo. Señor:Muy venerado señor, y todo mi respeto: llegó por fin el día señalado por la Divina Providencia, para la plena efusión de las misericordias del Señor sobre este desgraciado reino, y su afligida capital, a la que se dirigió con la rapidez del rayo a los pocos días de haber desembarcado en Talcahuano el señor coronel don Mariano Osorio, destinado últimamente por el inapurable celo de V. E. para general en jefe del ejército que debía venir a redimirnos del odioso yugo que nos ha oprimido por tanto tiempo. Después de repetidas intimaciones llenas de humanidad, que hizo infructuosas la obcecación y protervia de los pérfidos insurgentes, cayó sobre ellos en la villa de Rancagua, en donde habían reunidos sus indisciplinadas tropas para hacer los últimos esfuerzos de su impotente despecho, escarmentado con una completa derrota cuyo resultado fue la absoluta dispersión de los pocos que no tuvieron la suerte de quedar prisioneros o tendidos en las calles de Rancagua, y la inevitable de aquel pueblo. Desde aquel momento los infames caudillos de la rebelión no trataron sino de ponerse en salvo con precipitada fuga, seguidos de la execración de sus compatriotas, acompañados de su rabiosa desesperación, agobiados con el monte de ignominia que carga sobre sus hombres, y aterrados con sus remordimientos, y el destino horrible que se les espera.Conseguido este triunfo se encaminó el señor general en jefe con sus victoriosas armas a esta capital para evitar su devastación a que la habían condenado los tiranos usurpadores de su gobierno: esos monstruos sin alma y sin conciencia, que no se han negado a ningún delito, y en sus últimos apuros cometieron el sacrilegio execrable de despojar los templos de sus alhajas, y cuanto conducía a la solemnidad del culto. De la catedral sólo se robaron más de dos mil marcos de plata, en las demás iglesias sólo dejaron lo preciso para la celebración de los oficios divinos; habiendo cometido otros horrores y crueldades que me impide referir la consternación de mi ánimo afligido. El señor general en jefe con una actividad que asombra, no omite diligencia para perseguir a los infames traidores, y ver si se puede recuperar los frutos de sus robos y rapiñas.En medio de los inmensos cuidados que ocupan su atención, yo le merecí la de que a las pocas horas de haber entrado en esta capital remitiese una escolta de doscientos hombres para seguridad de mi persona, nuevamente confinada desde el día en que hizo la primera intimación a un lugar distante diez leguas de esta ciudad, situado en la ruta del camino de Mendoza, por donde meditaban fugar en caso de una derrota; con el depravado designio de asesinarme, según se me anunciaba por las personas interesadas en mi conservación, o el de hacerme pasar violentamente la cordillera, como ya otras veces lo habían intentado, cuyos inicuos proyectos se frustraron por las medidas y precauciones que tomó el señor general en jefe para evitar mi última ruina, habiéndome hecho conducir a esta capital con decoro, y dado sus providencias para que se me ponga en posesión del gobierno del obispado en cumplimiento de las soberanas órdenes de S. M. lo que se verificará el día de mañana.El de hoy acaba de hacer avisar al señor general que esta noche salen los últimos despachos para que dé inmediatamente vela para el Callao uno de los buques detenidos en Valparaíso, no malogro esta primera ocasión que se presenta, para cumplir con la obligación de rendir a V. E. mis respetos y tributarle la más cordial felicitación por los triunfos de sus armas victoriosas, que enlazan las glorias de V. E. con los imponderables beneficios de nuestra libertad, a incomparable dicha de ver restituido este reino, oprimido con la más negra tiranía, a la amable dominación de nuestro desgraciado monarca el señor don Fernando VII.Poseídos de las ideas que ofrecen sucesos tan felices, no ceso de tributar al cielo las más tiernas acciones de gracias por sus misericordias, y pedirle que con sus bendiciones cubra y proteja las empresas de V. E. para consuelo de nuestras desgracias, y que guarde la preciosa vida de V. E. muchos años. Santiago de Chile, 12 de octubre de 1814.Excmo. Señor.- B. L. M., de V. E. su más reverente atento servidor afectuoso capellán.José Santiago, Obispo electo de Santiago.Excmo. Señor, marqués de la Concordia.
VII. Relación de la artillería, municiones y demás pertrechos tomados al enemigo en la plaza de Rancagua.
Cañones de bronce de calibres regulares.
Culebrinas de a 8: 1.
Cañones del calibre de a 4, de batalla, largos: 4.
Cañones del calibre para montaña: 2.
Cañones del calibre de hierro: 1.
Carronadas de calibre del calibre de a 8: 3.
Obús de 7 pulgadas, de bronce: 1.
Cureñas y armones.
Para culebrinas de a 8: 1.
Para el de a 4 de batalla: 4.
Para el de batalla de montaña: 3.
Para carronadas de a 8: 3.
Para obús de 7 pulgadas: 1.
Cartuchería cargada para la artillería de sitio y campaña.
Cajones de cartuchos del calibre de a 4, de bala: 42.
Cajones de cartuchos de diferentes calibres: 24.
Barriles con cartuchos: 10.
Retobos con balas del calibre de a 8: 30.
Retobos con balas del calibre de a 4: 12.
Balas sueltas de a 4: 200.
Armas y utensilios para servicio de cañones.
Bota-lanzafuegos: 4.
Guarda-lanzafuegos: 14.
Punzones: 8.
Bolsas: 18.
Cartucheras para estopines: 16.
Fuegos artificiales.
Estopines del calibre de a 4 hasta 8: 1.000.
Lanzafuegos: 300.
Armas para la infantería y piezas sueltas correspondientes a ella.
Fusiles de ordenanza: 1.300.
Bayonetas: 400.
Piezas sueltas para fusil: un cajón.
Municiones para infantería.
Cartuchos de fusil con bala: 7 cajones.
Cartuchos de fusil sin bala: 2 cajones.
Instrumentos de gastadores.
Palas: 121.
Azadones: 40.
Barretas: 26.
Herramientas para armeros.
Tornillos de banco: 4.
Limas de todas menas: un cajón.
Cajón con toda herramienta: 1.
Fierro Platina.
En trozos 4 quilates nuevo.
Efectos de parque.
Tiendas de campaña: 30.
Cajas de medicina: 2.
Cajas de guerra: 12.
Cuerda-mecha: dos cajones.
Cajones con velas de sebo: 4.
Varios efectos no pertenecientes al uso de la artillería.
Cartucheras: 400.
Porta-bayonetas: 400
Cuartel general de Rancagua, 2 de octubre de 1814
Mariano Osorio.Nota. Con el motivo de tener los insurgentes todos los pertrechos y municiones en diferentes casas que hacían de parque en varias calles que estaban entre sus trincheras, no se pudo encontrar en el momento del asalto, que los que constan en esta relación; pero el comandante militar de aquella plaza avisa estarse encontrando aún más.VIII. Descripción de la gran fiesta que hubo en el Callao y en Lima al recibirse las banderas tomadas a los patriotas en Rancagua, publicada en la Gaceta del Gobierno de Lima el sábado 12 de noviembre de 1814.
El domingo 6 del corriente fondeó en este puerto del Callao la goleta Mercedes, procedente del de Valparaíso, trayendo a su bordo a nueve valientes del ejército de S. M. del reino de Chile, con nueve banderas arrancadas al derrotado de sus infames opresores; y la divina Providencia que mezcla siempre sabiamente los bienes con los males, haciendo brillar los efectos de su bondad cuando más atribulados nos hallamos, nos ha proporcionado este gusto a tiempo que llorábamos la deserción de otra porción de nuestros hermanos. Una guerra tan injusta y alevosa en su origen como despótica arbitraria en el modo con que se ha hecho por los insurgentes caudillos de Chile, se mira en el día terminada con la mayor rapidez y cordura, no habiéndose apartado el jefe a quien fue encomendada, del camino trazado por el genio de nuestro virrey, y concurriendo con su más infatigable constancia y buen deseo a la consumación de los vastos planes que le habían sido confiados; y como una de las obligaciones más dulces que tiene el hombre es la de tributar su reconocimiento a los autores de su fortuna, al mismo tiempo los jefes de los facciosos de aquel reino han puesto con sus baladronadas y vocinglería en tanta expectación al mundo, que no ha hecho más que despreciarlas, conviene publicar la nueva de su aniquilamiento con alguna más extensión de la que quisiéramos, para los ilusos que existen todavía y acaben de entender que no es sino un relámpago la dicha del impío, y que el patrocinio del cielo sólo se dispensa a la combatida virtud.Luego que S. E. tuvo noticia de que se hallaba surta en el Callao la expresada goleta con tan precioso cargamento, expidió sus prontas órdenes para que se depositase a bordo del navío de guerra de S. M. Asia, mientras que se preparaban para su conducción a esta capital dos compañías de granaderos del regimiento Real y la Concordia. En efecto, a poco después de haber rayado la aurora del lunes 7 ya se habían reunido 120 bizarros granaderos, que a las seis de la mañana se pusieron en marcha hacia el Callao, donde fueron obsequiados luego que llegaron, por el capitán de los de la Concordia don José Román Idiaguez y luego se verificó el desembarco de las banderas con toda la pompa y orden que eran necesarios para solemnizar el acto más serio y delicioso que ha visto aquella plaza. De dos en dos fueron colocadas las nueve banderas en cuatro botes vistosamente adornados, con una escolta de granaderos de uno y otro cuerpo, con un oficial, y el tambor del navío iba en el medio tocando marcha, y puestas en fila caminando a su retaguardia, todas las embarcaciones menores de la bahía llenas de gentes diferentes en la misma formación, y flameando la bandera española que había servido de pedestal a los insurgentes en el reino de Chile, parecía la flota un ejército bien coordinado, con la sola diferencia que no reinaba aquel profundo silencio que precedió al asalto y al incendio de la villa de Rancagua.A poco de haber entrado la tarde se puso en marcha para Lima la gallarda comitiva con los gajes del valor de los soldados de S. M. Todo el camino del Callao estaba casi cubierto de alegres espectadores, y particularmente en el tránsito por donde hay a uno y otro lado del camino de a pie, estaba tan lleno de concurso que apenas podía transitarse. S. E. había hecho que las músicas de los dos predichos regimientos fuesen a encontrarse en el camino con sus respectivas compañías, para realzar más la sublimidad de la primera escena de esta clase que se ha representado en dicho sitio, desde la fundación de esta insigne capital. Eran las cinco y cuarto de la tarde cuando se presentó S. E. en el paseo, a tiempo que la comitiva estaba un poco más al norte del óvalo segundo, por lo que formando rápidamente batalla la columna, y tendidos en tierra los pendones, pasó por delante de ellas rodando la carroza del representante de nuestro augusto monarca, tantas veces maldecido en la cautiva capital de Santiago; y aunque S. E. jamás ha sabido complacerse en la ruina de sus semejantes ni pagar las injurias sino con beneficios, su noble pecho palpitaba fuertemente de placer por la alusión de tan magnífica ceremonia, y a un mismo tiempo eran agitados de iguales conmociones todos los circunstantes: pues no es creíble que alguno de los malos, que por desgracia viven con nosotros, quisiese ser el objeto de la justa indignación del público en esos momentos.Al entrar en la ciudad el acompañamiento comenzó sin precedente orden superior, un repique general de campanas que duró por el espacio de dos horas. Las calles del tránsito, hasta llegar a la plaza mayor, estaban tan cubiertas de gente como lo había estado el camino del Callao; y como la mayor parte de los concurrentes quisiere presenciar el último momento de este día gloriosísimo: cuando se presentaron en la galería del Ayuntamiento las banderas con su escolta, se hallaba reunido en la plaza un concurso cual nunca se ha visto. Entonces comenzaron los viva el rey, viva la nación española, viva el marqués de la Concordia, viva el general Osorio, mueran los insurgentes; y así permaneció la muchedumbre hasta que el sol se puso. Por la noche se iluminaron el palacio de S. E., y el del excmo. Señor arzobispo, la casa consistorial, y algunas de este vecindario, y al siguiente día volvieron a presentarse en el mismo sitio las banderas para saciar la curiosidad de todos los que concurrían a verlas.Hasta aquí solo se descubre una serie de circunstancias, que aunque interesantes por su misma naturaleza, han dejado el corazón casi vacío, por faltarles la unión santa de nuestra religión adorable que es la que perfecciona nuestras dichas y hace que se disfrute sin disgusto las satisfacciones más inocentes de la vida humana. La filosofía de este desventurado siglo puede llenar muy bien las cabezas de sus incautos sectarios, de palabras insignificantes, y hacerles creer que los grandes acontecimientos de la guerra son obra de solo la prudencia y el valor; pero como quiera que no ha consolado hasta ahora a ningún desgraciado, y el hombre naturalmente en los peligros reconoce la impotencia de su brazo, nuestro invicto Osorio así lo ha confesado en el momento mismo de estar hollando, salpicado con la sangre de sus propios enemigos, un sin número de trofeos; y al encargar a S. E. que se tributen alabanzas y acciones públicas de gracias a la Santísima virgen del Rosario, en cuyo santo día logró volver a Chile la felicidad perdida, ha dado la prueba más sobresaliente de la religiosidad de sus sentimientos y la rectitud de su corazón. Tales votos han tenido el debido cumplimiento; y los valientes que condujeron desde el mismo campo de batalla las insignias del triunfo, fueron los que las llevaron el miércoles por la mañana hasta los pies del trono de la soberana imagen, con la misma escolta con que vinieron al Callao.S. E. quiso que entrasen en la capital aquellos guerreros con los mismos vestidos, que el polvo y la fatiga de tan laboriosa campaña, habían bastamente injuriado; mas, luego, en solo el día que hubo de intermedio entre el de su entrada y el de la acción de gracias, ostentó con ellos toda la magnificencia que acostumbra, dándoles otros lucidísimos, para que fuesen a entonar en su compañía el Te Deum en el templo sacrosanto del Señor de los ejércitos, cuya función se verificó con la suntuosidad correspondiente; y después de haberse celebrado el incruento sacrificio de la misa, durante el cual hicieron tres saludos las compañías de granaderos que habían quedado en la plazuela de la iglesia de Santo Domingo, con asistencia de todas las corporaciones, jefes del ejército y oficiales de los cuerpos militares, regresó S. E. a su palacio; y luego comió con los nueve valientes y con los principales personajes de la milicia, haciendo ver a todos que es un verdadero padre de sus súbditos y un justo apreciador del mérito doquiera que lo encuentre. S. E., brindó primero por la salud de nuestro soberano, después felicitó a los guerreros que le correspondieron brindando por el constante acierto de sus determinaciones; y luego un amante de las glorias de la España, de S. E. y del general Osorio, dijo lo siguiente:De Chile en vano fiero parricida,
De ingratitud y desamor hinchado,
Mortífero puñal ha levantado
Contra el seno infeliz que le dio vida;
Y con placer mirando la honda herida,
Y henchido de la sangre que ha brotado,
Su triunfo canta, y corre despiadado
Y el ¡ay! doliente de su patria olvida.
Que Osorio se presenta con sus bravos
Y blandiendo la espada vengadora,
El negro polvo muerden los tiranos,
los viles pendones, sus esclavos.
Del héroe ante la planta vencedora
Temblando rinden con sus propias manos.
De V. E. señor es esta gloria;
De vosotros, guerreros, la victoria
Un brindis y otro sea, compatriotas,
Oprobio eterno para los patriotas.Concluido el espléndido y delicado banquete, felicitó S. E. a todos los concurrentes, se despidió con aquella urbanidad cortesía que le son tan familiares.El jueves 10 solemnizó la real brigada de artillería los triunfos de su coronel, con toda la pompa, profusión y gusto posibles. El lltmo. Señor obispo de la Paz celebró de pontifical la misa de acción de gracias en la Capilla del Parue, y después del evangelio se dijo un breve pero enérgico discurso, muy propio de las circunstancias. Las salvas de la artillería y el primoroso adorno de todo el cuartel, y la abundante exquisita mesa a que asistieron los principales jefes de la guarnición, y otras muchas personas de carácter y los nueve valientes, pusieron el sello a las glorias del marqués de la Concordia, del vencedor de Rancagua, y de la ilustre brigada del real cuerpo de artillería.Estas demostraciones de gozo no son arrancadas por la fuerza, como acostumbraban poco ha vuestros tiranos, ¡oh pueblo redimido de Chile! Nada tienen de violento odioso ni traen a la memoria extorsión ni injusticia, sino la gloriosa historia de los sucesos que prepararon la ruina de vuestros opresores, bajo la sabia conducta del intrépido y activo general que te ha sacado de la servidumbre. ¡Qué no vuelva jamás a turbarse el reposo de tus pacíficos hogares, con los suspiros que exhalaba bajo el yugo de la tiranía, sin lograr más que pasar de uno a otro tirano! ¡Cúbranse otra vez esos feraces terrenos, de plantas y frutos saludables, y cuando trueques por el fusil la azada, que sea para sostener el orden, la justicia y la tranquilidad y no para insultar a nuestro amado monarca y a sus legítimos representantes! Las convulsiones políticas dejan huellas tan profundas como las de la naturaleza: ¡ellas os dicen que debéis ser en adelante más obedientes y circunspectos para poder ser más afortunados; entretanto bendecid conmigo a la paz que habéis empezado a disfrutar.¡Salve decilda, madre bienhechora,
Del linaje mortal: cándida hermana
De la santa virtud! ¡De polo a polo
Rija un día tu mano vencedora!
No abandones jamás! ¡Pueda contigo
Comenzar el imperio afortunado
De la fraternidad, en que el malvado
Es el solo enemigo,
Y la tierra piadosa
Una sola familia virtuosa.Cienfuegos.Oda a la paz entre España y Francia.IX. Proclama del Virrey del Perú a los habitantes del reino de Chile.
Desde las primeras conmociones que bajo el velo de seguridad, suscitaron en ese país almas inquietas, ambiciosas o alucinadas con las máximas de una mal entendida política, de una libertad e independencia quimérica e impracticable; preveía yo con sumo dolor los horrores que iban a producir en los bienes y en las personas de su inocente vecindario. Para precaver he alzado mi voz en distintas ocasiones, procurando descubrir a los engañados el plan de males que no estaba distante de suceder, a fin de que cooperasen con su influjo, poder y relaciones a detener su impulso. Pero desgraciadamente la seducción triunfó entonces de la verdad, y la buena fe quedó sometida a la malignidad y al engaño. Cerrar enteramente la comunicación con ese reino, habría sido castigar de un mismo modo a los buenos que a los malos; y negarse al justo clamor con que los leales interpelaban mi autoridad para reponer el orden y la tranquilidad en esos pueblos, hubiera sido como un crimen que atormentaría mi corazón, tanto como ahora me son sensibles las calamidades de la guerra que os han hecho padecer los sediciosos, apoderados del gobierno por la fuerza.El atrevido desenfreno de sus pasiones, con que han escandalizado y vejado al virtuoso pueblo de esa capital, pesando en mi consideración más que los males físicos con que se le ha oprimido, me decidieron al fin a tomar parte en la defensa: pero de un modo lento, cual me pareció que debía convenir para evitar los desastres de una guerra empeñada con el mayor calor por los malvados, desde el principio; dando lugar a que el arrepentimiento y el destierro de las sombras con que estaban alucinados millares de hombres incautos, hiciese mas estragos que la bayoneta y el cañón.Las proposiciones para una sincera ¡fraternal reconciliación, tantas veces propuestas como desechadas por esos monstruos de iniquidad, y sus continuas depredaciones, os han enseñado, aunque a costa de grandes sacrificios, a apreciar los caracteres diferentes de un gobierno justo y benigno, y el que corresponde dar al ambicioso y tumultario, si es que merece nombre de gobierno el intruso, el devorador de la fortuna de los que por desgracia le obedecen, y del que aspira a elevarse sobre las ruinas de los pueblos.Los particulares que residen en ellos, sus cabildos, y el mismo general que ha dirigido las tropas del rey a los gloriosos triunfos que acaban de conseguir, me informan del crecido número de fieles que hay en cada uno, del estado miserable a que quedan reducidas sus haciendas, sus casas y todo género de propiedades: sus templos sacrílegamente saqueados, atropellados los ministros del altar y vulneradas su respetable autoridad y facultades. Tal es el fruto de una insurrección, y lo que debéis a sus detestables autores. Mas yo no puedo detenerme en la contemplación de semejante cuadro de infortunios, cuando el deseo y la obligación me llaman a reparar el desorden y las desgracias.Leales habitantes del reino de Chile, y los que deslumbrados por el artificio de los facciosos, os habéis separado del camino que os dejaron trazados vuestros ilustres ascendientes: volved todos a recoger bajo el suave gobierno del mejor y más deseado de los monarcas, los frutos de vuestra fidelidad y vuestro arrepentimiento. Destiérrense las pavorosas sombras de la enemistad y el error, y una constante unión y voluntad de resarcir vuestro honor y vuestras pérdidas, harán renacer la abundancia la felicidad que os deseo. Contad para ello con mi auxilio. Por lo pronto remito azogues tabacos, que son los artículos que más necesita el reino; y mientras me instruyo de las demás necesidades, os ofrezco a nombre del rey su favor, protección y amparo.Lima, 9 de noviembre de 1814.El marqués de la Concordia.X. Correspondencia enviada desde Santiago a la Gaceta del Gobierno de Lima y publicada en ella el 23 de noviembre de 1814, que da detalles curiosos sobre lo que pasó en la capital de Chile a contar desde la batalla de Rancagua hasta la entrada triunfal de Osorio.
Santiago de Chile, 10 de octubre de 1814.¡VIVA EL REY!El día 2 del corriente, día de nuestra Señora del Rosario, a las 4 de la tarde se dio la famosa batalla de Rancagua dentro de la misma villa, habiendo conseguido las armas del rey una completa victoria: el ejército de los insurgentes murieron de los patriotas como unos 500: se les hicieron 750 prisioneros: se les tomaron 1.500 fusiles, toda la artillería, etc.El lunes 3 cuando se supo aquí la noticia, huyó la junta compuesta de don José Miguel Carrera, el clérigo don Julián Uribe y don Manuel Muñoz: se han huido por la otra banda los siguientes:El diputado de Buenos Aires, Pasos; el doctor Vera, el padre de la Buenamuerte, don Antonio Armida, el señor Plata y su mujer, su hijo Fernandito, don José Antonio Rojas, el canónigo nuevo Eleizegui, el otro clérigo Urivi, don Joaquín Larraín, clérigo que fue padre mercedario, el padre Beltrán capellán de artillería cirujano, don Facundo Indáñez de Charcas, don Juan de Dios Vial, don Andrés Orguera europeo patriota, don Bartolo Araus, don Luis Carrera, don Juan José Carrera, don Juan Franco León de la Barra, don Timoteo Bustamante, don José Meneses capellán de artillería, el padre Alcázar, guardián de San Francisco, el padre Oros de la Dominica, con los padres Videla, Chocano, Obredor y un lego de Santo Domingo, los padres Gallinato, Jara, Guzmán, Noguera, el lego loco y otros infinitos y el padre Maquila.En el lunes, martes ni aun miércoles, y siguientes han saqueado la ciudad los mismos patriotas, de día claro, con hachas, etc.De orden de los Carrera pegaron fuego y quemaron toda la casa, fábrica de pólvora, arruinaron la fábrica de fusiles, se robaron todo el dinero de la caja real, el de la casa de moneda, aduana y tabacos.Destruyeron la casa del director de tabacos, se han robado todas las lámparas de las iglesias, arañas, ciriales, incensarios, frontales, mayas, puertas de sagrarios, y en fin rara es la alhaja que han dejado en los templos.Antes habían preso varios clérigos y religiosos, como son los padres dominicos Galiano, Acuña, Meneses, Muñoz, Mollea, Amaya: ha estado sentenciado también a destierro el padre Vásquez y el padre Caso, otros muchos seculares de San Francisco, todos los europeos de la Merced, el padre Aguirre, Rojas, Romo y otros muchos de San Agustín, los padres prior Gorriti y N. P. Figueroa, el maestro Echegoyen; el clérigo Cañoi otros.El lunes luego que se supo la derrota de Rancagua, la gente de la ciudad se huía por los montes, con camas y trastos, a pie, a caballo y en carretones; de suerte que era día de juicio. Yo salí con toda la familia vestido de fraile dominico cerca de Palmilla. En fin, fueron esos días parecidos al día del juicio, porque iban los insurgentes haciendo destrozos por las campañas, saquearon la villa de Aconcagua.Pero, ¡oh grandeza de Dios! el miércoles por la mañana hubo voladores, repique general y se comenzó a volver la gente: han entrado estos días las tropas del rey en seguimiento de los insurgentes y de lo que se llevan. El regocijo y alegría de este pueblo es inexplicable, pues al golpe se llenaron las torres de las iglesias, todas las puertas de calle, de casas y de cuartos, etc., de las banderas españolas. Ya van cinco noches de iluminación nunca vista. Las Tropas del rey han ido entrando por divisiones: primero entró el señor Osorio, invicto general, con más de mil hombres. Después han entrado toda la artillería tomada al enemigo, muchas banderas tricolores hechas pedazos, cajas, etc. Después han entrado el batallón de Valdivia, el de Chiloé, los carabineros de Abascal, compañías de cazadores de Concepción, de la Concordia, y ayer entró el lucido regimiento de Talavera de la Reina, todo de europeos, mozos bien vestidos, etc.En fin, el número de tropas que he visto, reguló será de 4.000 hombres: todo está tranquilo por ahora: se han elegido alcaldes a don Juan Antonio Fresno y a don Francisco Tagle, uno europeo y otro chileno, hoy están eligiendo regidores mitad chilenos y mitad europeos. Ya se restituyó con grande acompañamiento el señor Rodríguez obispo electo, a quien habían desterrado, y lo mismo al señor Vargas canónigo; por último, no puedo decir más porque falta tiempo y voces para explicar la paz y la tranquilidad que gozamos.Xl. Copiamos a continuación el estado oficial hecho en Mendoza por José Miguel Carrera, sobre la tropa que cruzó los Andes después de la batalla de Rancagua.Artillería: 105.
Batallón de infantería de línea, número 1º: 36.
Número 2º: 38.
Número 3º: 22.
Número 4º: 73.
Batallón de ingenuos: 60.
Regimiento de caballería, Guardia Nacional: 164.
Asamblea general de caballería y Dragones: 210.
Total: 708.Mendoza, 22 de octubre de 1814José Miguel Carrera.
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