Capítulo IV. Los Comienzos de la Revolución. 1810
1. Arbitrio del Cabildo para Adquirir Representación y Autoridad.
Casi disuelto y atenuado dejamos a este cuerpo en el año anterior por la providencia que dijimos del Gobierno; pero cavilando los novadores en adelantar sus ideas, no hallaban instrumento más a propósito para adelantarlas, que esta corporación, instruidos por la correspondencia y principios observados en Buenos Aires, que de antemano tomaron por modelo, caminando acordes y conformes con aquellos revolucionarios.
Se hallaban vacantes tres varas de regidor en este año, y en 27 del mismo noviembre fueron compradas y ocupadas por tres sujetos de la principal nobleza y conexión de este reino: el Conde de Quinta Alegre, el mayorazgo de Cerda, y don Agustín Eyzaguirre, hombres ricos y poseedores de grandes haciendas, que en los tiempos pasados miraban estos empleos como degradantes de su carácter e incompatibles con la administración de sus muchas posesiones.
A los pocos días, que fueron los primeros del año de diez, se celebraron las elecciones de alcaldes y procurador, y para perfeccionar el plan que tenían combinado, recayeron éstas en otros tres sujetos de la misma clase y circunstancias que los enunciados, con cuya diligencia volvió el Cabildo a tomar el tono y energía que necesitaba para llevar al fin su meditada revolución.
Esto no obstante, existían en este cuerpo dos partidos, aunque muy desiguales; el uno se componía de cuatro capitulares antiguos, de buenos y fieles sentimientos, y el otro nuevo y numeroso, que por precisión prevalecía en todas las decisiones en términos de humillar y mortificar a los pocos buenos hasta conseguir con éstos, o comprometerlos y atraerlos, como lo verificaron con uno, o atemorizarlos y excluirlos del despacho y concurrencias, como sucedió generalmente con los otros.
Era el antesignado y director del plan, don Francisco Pérez García, abogado hábil y de crédito, rodeado de conexiones con muchas y principales familias de esta ciudad, y especialmente con la numerosa y temible de Larraín, que abraza una gran parte del vecindario, y abunda de sujetos tanto eclesiásticos como seculares, todos cortados a una medida, y los más a propósito para la obra que sin intermisión estaban maquinando sin descuidarse en estrechar los lazos de amistad y unión de ideas con el doctor Martínez de Rozas, centro universal de todo revolucionario.
Poco menos activo y proyectista era, el nuevo procurador, abogado también, don Juan Antonio de Ovalle, aunque sin ejercicio en la Facultad por ser hombre rico, anciano y orgulloso, grandemente pagado de su sabiduría y estadística; pero que ahora, adulado y aplaudido por los cabildantes, desplegaba sus raras y extraordinarias ideas, a mi parecer inocente y engañado de fin a donde lo conducían la malicia y seducción de los facciosos, pues en efecto he conocido y tratado íntimamente a este sujeto y reconozco su carácter y candor natural, ajeno de la conducta y malicia de los otros.
El nuevo alcalde don Agustín Eyzaguirre, entroncado también y apoyado de su noble y extendida familia, se prestaba con la actividad y valor de un Marcelo para ejecutar y llevar a debido efecto cuanto su senado decretaba, ya que por su mediana instrucción no podía aspirar a formar la nueva legislación; pudiéndose decir de los restantes que no hacían más que pronunciar el amén a los predichos y completar la caterva del Cabildo.
Todas estas novedades eran notadas con admiración de los advertidos, y mucho más del Gobierno que nada ignoraba, noticioso al mismo tiempo de las reuniones y conventículos que a deshora y con frecuencia se juntaban en las casas del Conde de Quinta Alegre cerca y extramuros de la ciudad, y otras veces en las del Alcalde Eyzaguirre y de los Larraínes.
Para investigar y tener noticias de las materias que se agitaban con tanto ahínco en las repetidas sesiones del Cabildo, intentó el Gobernador dar la presidencia de este cuerpo a su interino Asesor el Doctor Campos, según la había obtenido el propietario don Pedro Valdés; pero fue resistido con tal tenacidad, como se puede ver en el expediente y repetidas protestas que produjo esta ruidosa contienda, la que introdujo para siempre una declarada discordia y enajenamiento entre el Cabildo y el jefe, después de haber sido causa de la disensión y desunión con la Real Audiencia, la privación del antecesor de Campos.
No es objeto de mi narración la justicia o iniquidad de estas competencias y sólo las refiero, por el aspecto importuno e impolítico de su versación en unos tiempos que necesitaba el Gobierno identificar su autoridad y darle fuerza con la unión de todos los tribunales subalternos, para oponerse a las nuevas ideas de los revolucionarios que de todo esto sacaban muchas ventajas haciendo aborrecible al Presidente y tratando abiertamente de su deposición, como primer paso necesario al verificativo de su meditado trastorno.
Desde este período ya dirigieron todas las máquinas y resortes del Cabildo al descrédito y abatimiento del Gobernador y cuantas providencias emanaban de está autoridad, eran combatidas como de un enemigo declarado.
2. Discordia del Gobierno con la Real Audiencia.
Desde el principio de su gobierno determinó el señor Carrasco, como medida necesaria, la remoción del antiguo y propietario Asesor don Pedro Díaz Valdés, por inepto para el despacho, según informes del doctor Martínez de Rozas, introduciendo por sustituto en su lugar al Doctor Campos que era de la aceptación y aprobación de Martínez de Rozas.
Tomóse con empeño la disputa de que se originó un expediente tan reñido como lo demuestran los muchos escritos y acrimonia que en todos ellos se vierte.
Apeló Díaz Valdés a la protección de la Real Audiencia, y declarado este tribunal en su defensa empezaron las competencias con ardimiento.
El Gobernador alega que la providencia es pura gubernativa y económica, y como tal privativa de su autoridad, y ajena de la jurisdicción del tribunal. Este defiende con firmeza que debe dispensar su protección a la causa, fundándose en leyes y razones que allí expone.
El estilo y expresiones con que ambas partes litigaban, apenas puede ser más iracundo y exaltado, vertiendo y connotando personalidades y amenazas insultantes, según se puede inferir de las últimas cláusulas del escrito contestado con fecha 4 de abril de 1810, que son las siguientes:
"Tenga, pues V. S. la mano, y absténgase en lo sucesivo de soltar los diques a la distancia que me profesa, y no dar lugar a que salga de ellos la moderación que por ahora me sujeta para no usar de las facultades que las leyes me franquean".
Estos son los términos con que el Presidente explica hasta qué punto llegaba su ira con el tribunal de quien era cabeza.
3. Decreto de Privación del Asesor Valdés.
Por último, con decreto de 9 de abril de 1810, suspendió del empleo al dicho asesor general. Así tuvo fin la disputa de papeles recurriendo todos a la Corte, pero no lo tuvo la discordia, aversión y desconfianza, con indecible perjuicio de la causa pública del Estado que pedía y necesitaba una acorde y eficaz cooperación en todos los depositarios de la autoridad, en la que consiste la fuerza para oponerse a los infinitos enemigos de que por todas partes está rodeado el Gobierno.
Los romanos legisladores conocieron bien los daños que resultan de la discordia entre los magistrados, y así no podían obtener empleo o judicatura, aquellos sujetos que aunque fuesen hábiles y beneméritos, por otra parte eran rivales o tenían motivos de enemistad, la que debían deponer si querían ser colocados en concurso y sociedad de sus opositores y enemigos.
Muchos Estados se pierden por inobservancia de estas, máximas y ojalá no fuera tan frecuente esta experiencia.
Celébranse interiormente como triunfos los yerros del enemigo y se miran con complacencias sus desaciertos, teniéndolos como comprobantes calificados de la justicia con que se detestan; y todo cede en perjuicio del bien público, que debe ser el principal objeto y móvil de todos los empleados en la administración del Estado.
4. Discordias del Gobierno con el Cabildo Eclesiástico.
El cabildo eclesiástico, por otra parte, estando en sede vacante, se hallaba dividido en parcialidades escandalosas, y siéndole preciso al vice‑patrono sostener al vicario capitular, incurrió en las mismas desavenencias y desafecto de que resultó una discordia general y una persecución absoluta, reduciéndose todo a recursos a la corte y a esperanzas de mudar de Gobierno, pues a nadie podía darse gusto por un jefe odiado y desamparado.
5. Indicios Manifiestos de Próxima Revolución.
Cuéntase de la indiscreción de un piloto que avisado simultáneamente de la quiebra de un mastelero, y de un incendio peligroso, se aplicó con preferencia al remedio del primero, dando tiempo al segundo que consumió toda la nave.
A esta semejanza procedía nuestro Gobierno, ocupándose con el mayor afán en impertinentes contiendas, al tiempo que estuvo ardiendo la casa y propagándose el fuego por todas partes. Desde la distancia de Buenos Aires fue avisado el jefe que en esta ciudad existían partidos sediciosos que maquinaban contra el Gobierno según consta de la contestación al señor Cisneros, virrey de aquellas provincias.
Excelentísimo Señor:
Me servirá de gobierno para redoblar mis cuidados sobre la seguridad pública de este país de mi cargo, el oficio de V. E. de 16 de abril, en que por noticias fidedignas me anuncia los partidos en que se halla dividido este vecindario; Juntas y medidas que se toman para sus ideas de sustraerse de la dominación de nuestro soberano legítimo, pues aunque V. E. presume no estaré ignorante de ello, hasta ahora no ha llegado a mí noticia más que las de algunas conversaciones de crítica sobre el estado de las cosas de España, y sé lo que correspondería hacer en caso de ser subyugada por el tirano.
No confío por eso en que deje de haber como en todo pueblo grande, algunos mal intencionados; y no pierdo de vista a los sospechosos, mientras velo en descubrir hechos positivos para tomar providencias seguras, porque la precaución de los pérfidos, y la reticencia de los cobardes y desleales, que no cooperan con el Gobierno hacen difíciles las pruebas o documentos sobre que éste ha de proceder.
El proyecto de la Junta de Observación que V. E. me indica, ya lo había meditado yo aquí con mucha anticipación, proponiéndolo al Real Acuerdo para organizarlo con su anuencia, pero éste fue de contrario dictamen por entonces, y lo suspendí.
Carezco de auxiliares y apoyos para todas mis ideas; observo, sí, en estos tribunales y municipalidad mucha contemplación popular, y poca adhesión a mí; he estado sin asesor útil, y así me es preciso superar más dificultades que otros jefes.
Por tanto, ruego a V. E. que pues de los autores que le han revelado esas noticias, será fácil indagar los sujetos y las particularidades de las, juntas que se aseguran congregadas aquí, me lo puntualice para la mayor seguridad de mis providencias.
Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años. Santiago y mayo 16 de 1810.
Francisco Antonio Carrasco.
Excelentísimo señor Virrey de las Provincias del Río de la Plata.
6. Inconsciencia.
Miserable suerte de los que gobiernan sin talento propio, entregados al dictamen ajeno, pues regularmente les sucede lo que explica aquel antiguo axioma: damna domus nostre vicinis camentibus ignoramus.
No había cosa más vulgarizada y pública que lo que avisa el señor Cisneros y los mismos sujetos que lo comunicaron al señor virrey de Buenos Aires, se lo habían participado con más individualidad verbalmente al señor García Carrasco, pero despreciados y expuestos al odio y venganza de los culpados por la falta de sigilo, arbitraron éstos medios que les parecían más proporcionados aunque ni de este modo evitaron el peligro de ser descubiertos y perseguidos.
7. El Autor Instruye al Jefe con Datos Positivos.
El escritor por falta de conocimiento con, el jefe se valió de un sujeto íntimo confidente de ambos y les instruyó con datos positivos e individuales de todo el plan revolucionario, quiénes eran los autores, en dónde se tenían las juntas, los que tenían la correspondencia con los novadores de Buenos Aires, el modo, el tiempo, los medios de que se valían, los remedios que se podían aplicar con infinitas reflexiones sobre el inminente y próximo trastorno.
Todo se lo relacionó el sujeto en muchas ocasiones y discursos, pero la respuesta que el interlocutor me daba se reducía a desesperación de remedio; y no hallaba sujeto, que apenas se separaba del jefe comunicaba éste aquellas especies con otros que los disuadían y engañaban con mil sofisterías, y por último que estaba en tal incredulidad e irresolución que nada creía llegando al extremo de repetir muchas veces que no tenía de quién fiarse y que aún de sí mismo desconfiaba.
Conociendo el mal irremediable después de practicar cuantos arbitrios estaban a mi alcance, tomé el partido que juzgué más prudente, ausentándome y ocultándome en un asilo de campaña, distante treinta leguas de esta capital, dejando antes avisados y prevenidos del daño próximo a los partidarios de ambos sistemas, antiguo y nuevo, o por mejor decir, bueno y malo.
Pero, ¿cómo podía yo ignorar el cierto estado de las cosas teniendo íntima confianza y comunicación con dos individuos principales autores de la revolución, que no me ocultaban paso ni palabra de sus proyectos? El uno lo hacía por vía de consulta y el otro por atraerme, confiados en mi sigilo, me hacía sabedor de todo, cuya comunicación conservaba por tener ocasión de combatir y desvanecer sus errores, poniéndoles a la vista los precisos y ciertos resultados de anarquía y ruina inevitables a pesar de todas las precauciones y seguridades que me decían entrar en sus planes, que ellos afirmaban ser arreglados a la razón, a las leyes y a las demás circunstancias del lugar y del tiempo.
Les proponía innumerables ejemplos de la Historia Antigua y Moderna en confirmación de mis asertos; les hacía presente que el proyecto era un precipicio del que no se podía librar retrocediendo después de haber dado los primeros pasos, porque el movimiento violento no admite moderación, según ellos pensaban darla con sus insuficientes medidas; en fin, más de seis meses se pasaron en estas reñidas controversias, hasta que viendo la proximidad del peligro, lo evité con la retirada tan a tiempo que el mismo día que llegué a mi desierto, se verificó el primer movimiento popular de esta capital.
A consecuencia del recibido aviso de Buenos Aires, le dirigió el Gobernador a la Real Audiencia con el oficio siguiente:
Paso a V. S. adjunta copia del oficio que he recibido del señor Virrey de Buenos Aires, avisándome las parcialidades pérfidas del vecindario de esta capital.
Cuando ya llega a tanta distancia esta trascendencia, el crédito de mi Gobierno y de las autoridades representantes del soberano; los sagrados derechos de éste, y sobre todo la seguridad pública, exigen una cautela que corte de raíz la más mínima sospecha.
No son las circunstancias para miramientos personales, que puedan haber retardado las providencias severas, que en toda la nación están en uso contra sus conspiradores, o menos adictos, a su justa causa, y a la integridad de nuestra Constitución monárquica.
No negamos que habrá aquí, como en todo pueblo grande, algunos mal intencionados que siembran semejante especie creyéndose impunes al favor de sus sigilosas máximas, de la connivencia de muchos que debían refrenarlos, y de la resistencia general por pusilanimidad de no enemistarse con los sediciosos, sin advertir que todos los que por cualquiera de estas maneras, no cooperan con la superioridad gubernativa, descubriendo y denunciando a tales criminosos, se hacen de su facción, y reos de su propio delito.
Yo no he perdido de vista a los que, como V. S. se explicó en su oficio de 3 de noviembre del año próximo pasado, marca la opinión pública de sospechosos.
En medio de mis vastos cuidados, indago, solicito y tomo precauciones; pero la dificultad está en las pruebas para proceder con la firmeza y seguridad correspondiente, lo cual no podré conseguir sin la anuencia a mi persona y Gobierno, con auxilio oficioso y eficaz de los magistrados, de los jueces, de la municipalidad y de todos los empleados públicos.
En tan crítico estado, vuelvo a consultar a V. S. sobre el remedio que convenga, recordándole mi oficio de 5 de enero último en que anticipadamente propuse el establecimiento de la Junta de Observación, que ahora impulsa el citado del señor virrey, y como al mismo tiempo encargué en aquél a cada uno del Tribunal, velase sobre su respectivo cuartel para la pesquisa de estos individuos peligrosos, me informara lo que por su parte hubieren obrado, y el concepto que merezca de certeza la noticia comunicada de Buenos Aires. Dios guarde a V. S. muchos años.
Santiago y mayo 19 de 1810.
Francisco Antonio García Carrasco.
Señores Regentes y oidores de esta Real Audiencia.
8. Comunica al Virrey de Lima la Situación del Reino.
Con igual fecha da parte el jefe al señor Abascal, Virrey de Lima, y al mismo tiempo le impone de sus angustias y falta de medios para ocurrir a los males que amenazan sobrevenir, buscando apoyo y consejo en la prudencia y poder de S. E.; pero el daño es doméstico, está dentro de casa intus est hostis, y así el remedio.
Excelentísimo Señor:
Acompaño a V. E. adjunta copia del oficio que he recibido del señor Virrey de Buenos Aires, y de mi contestación sobre parcialidades sospechosas del vecindario de esta capital, para que si, como es posible, hubieren llegado también a su noticia, se cerciore de la verdad.
Me considero obligado a este paso tanto porque como en otra ocasión me manifestó V. E. debemos ayudarnos mutuamente con nuestros auxilios y consejos, como porque, sin embargo, de la independencia política de este reino, siempre subsisten las inevitables relaciones naturales y económicas que lo unen a esa metrópoli, y de consiguiente [a] ambos Gobiernos, debiendo el mío buscar su apoyo en las mayores facultades y preeminencias del de V. E.
Yo he tomado este mando en la situación más deplorable por la indefensión en que se halla su dilatadísima costa, y multitud de puertos principales, sin suficientes armas, guarniciones ni medios para costearlas.
Las tesorerías Reales agotadas y empeñadas por los exorbitantes gastos de la guerra anterior con Inglaterra, sin ingresos capaces de reponerla, ni posibilidad de sufragarlos como antiguamente lo hacía esa capital.
La suma pobreza, en lo general del país, no ofrece recursos interiores.
La precisión de socorrer en alguna manera a nuestra madre España; las convulsiones políticas de aquella península; los recelos de su influencia en estas provincias; los ejemplos de Quito, La Paz y Charcas, todo zozobra mi ánimo, mientras no diviso fuerzas auxiliares, y proporciones para ocurrir a tantas y tan graves urgencias.
Al principio discurrí dar tono a esta máquina por medio del cabildo de esta capital, y lo hallé dividido en sus individuos, unos ausentes de continuo, otros remisos, y no todos conformes en las máximas que según el estado de las cosas requerían los verdaderos intereses del pueblo y del Soberano.
Intenté repararlo incorporando a su solicitud doce vecinos principales, y resultaron desavenencias intestinas, y desconfianzas externas de las ideas populares de algunos, al tiempo que el cabildo de Buenos Aires extendía sus correspondencias, y aspiraba a la democracia; por lo que fue preciso disolver la sección capitular agregada.
Tuve la desgracia de que la Real Audiencia, por muerte de mi antecesor, declarase la sucesión de esta Presidencia en el señor regente, abdicándola con disgusto a mis interpelaciones para la observancia de las Reales Ordenes, en estas vacantes, de que ha dimanado, sin duda, su remisa adhesión a mi Gobierno, dando lugar a algunas competencias, y admisión de recursos a su Tribunal, en oposición a mis providencias económicas, y puramente de oficio que han cedido en desautorización de mis empleos, con lo que falta la confianza tan esencial para el sostén de las respectivas jurisdicciones y para la mayor sujeción popular.
He carecido de Asesor útil para la arduidad de las materias que en el día ofrecen tales circunstancias en todos los ramos de la política y de la administración pública, y cuando quise fijarle reglamento para mi privativo despacho, que me asegurase de su desempeño, se reconocía estar dirigido por los descontentos de mi mando; me arrostró con insolentes querellas a la Real Audiencia que ésta ha protegido de un modo que excede a la ponderación.
Sobre todo, para colmo de mis disgustos he tenido al cabildo eclesiástico sede vacante, parcializado en dos bandos, y el uno tenazmente enconado con el provisor vicario capitular, de que han resultado continuas escandalosas disensiones, y acres recursos protectivos, comprometiéndose las familias y las facciones del vecindario por ambas partes, cuya fermentación ha trastornado bastante tiempo el orden, y la tranquilidad pública y el respeto debido a las autoridades.
Todo esto me ha obligado a ir contemporizando, esperando que más recobrada la libertad de nuestra España, y el vigor de su supremo Gobierno infundiese aquí la concordia de los ánimos, con que las ideas generales se redujesen al debido orden.
La desgracia ha sido que los sucesos, fueron siempre vacilantes, y es ya preciso tomar precauciones severas que atajen el mal antes que suceda sin sentirse, como la experiencia nos ha hecho conocer en los recientes ejemplares de otras provincias de nuestro continente.
Desde luego, organizaré con el Real Acuerdo la Junta de Observación; publicaré bandos y proclamas al caso, y quedo practicando inquisición formal de los que puedan haber sindicados de estos movimientos, para hacer un escarmiento.
Esta es la actual constitución.
Estoy persuadido de la honradez y fidelidad de la nobleza, y de las demás clases en lo general; pero como muchas veces está el peligro en la confianza, o ésta hace atreverse a los mal intencionados, será consiguiente ir redoblando las providencias.
En todo evento, deseo el acuerdo de V. E. y espero me alumbre las que le parezcan más conformes al mejor Gobierno, defensa y seguridad interior y de enemigos extraños que puedan sobrevenir según el concepto que V. E. haga del sistema presente de la Europa, y el que para el distrito de su mando pensare adoptar en estas circunstancias, como también los socorros con que en casos de mayor urgencia habré de solicitar de su virreinato.
Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.
Santiago de Chile y mayo 19 de 1810.
Francisco Antonio García Carrasco.
Excelentísimo señor Virrey del Perú.
9. Sumaria al Procurador de Ciudad Juan Antonio Ovalle.
Excitados los cuidados del Gobierno por tantos avisos, se empleó alguna más diligencia en averiguar de dónde se originaban estos rumores; y notando que algunos sujetos se explicaban con más libertad y altanería que la ordinaria, se les espiaron sus procederes, de que resultó la formación de una sumaria al Procurador de ciudad don Juan Antonio Ovalle, de quien declararon algunos testigos.
10. Avisos y Noticias Fatales de la Península.
En estos días nos tenían sumamente contristados y temerosos los repetidos avisos y noticias fatales de la Península.
Los franceses habían vencido y penetrado los pasos de Sierra Morena, inundando las Andalucías como un impetuoso torrente que todo lo arrastra y lo confunde.
La Junta Central residente en Sevilla, fugitiva y disuelta, perseguidos sus miembros y atropellados, caminaba a refugiarse del último asilo que en España quedaba.
Nuestros sorprendidos y dispersos ejércitos poseídos del pavor y del desorden se retiraban a diferentes puntos; todo anunciaba el total exterminio, y la última ruina de la nación.
De la América sabíamos que el fuego de la sedición estaba ardiendo en muchas partes: Caracas, México, Quito, La Paz y otras provincias se hallaban revolucionadas; en fin, faltaba el ánimo y el consejo a vista de tantos males; y lo que más contristaba era ver el gusto, la gratulación y alegría con que los innumerables descontentos de nuestro Gobierno celebraban y aplaudían el triste y miserable estado de la España, como la `ocasión más oportuna a sus depravados fines y deseos. El semblante de cada individuo manifestaba claramente la rectitud o malicia de su corazón, sin dejar duda al menos advertido en el juicio acertado que debía formar.
Los buenos y leales vasallos, amantes de la nación, del rey, del orden, de la humanidad y de su honor, macilentos, tristes, pensativos, sin hallar gusto ni consuelo alguno, no nos atrevíamos a levantar los ojos ni podíamos contener los suspiros y aun las lágrimas.
El infinito número de los necios y malvados, por el contrario, respiraba un aire o aspecto insultante y
placentero, deleitándose en los males de sus semejantes y aumentando el dolor al afligido, preguntaban con desprecio y ultraje ¿dónde está la gran monarquía de España y el rey de ella y de las Indias? Heccine et urbis perfecti decoris, gaudium universe terrae. Así se burlaban nuestros enemigos y se complacían en nuestras desgracias haciéndonos beber el cáliz de amargura hasta las heces.
11. Prisión de los Tres Reos Ovalle, Rojas y Vera. 25 de Mayo de 1810.
En estos días, velando el Gobierno (aunque tarde), sobre la conducta de los que le parecían más sospechosos y temibles formó una sumaria al Procurador de ciudad, abogado don Juan Antonio Ovalle, al de la misma profesión don Bernardo Vera, y al mayorazgo don José Antonio Rojas, sujetos todos tres, de bastantes luces, poder e influjo en esta capital, y con acuerdo de la Real Audiencia fueron sorprendidos y arrestados el 25 de mayo por la noche.
Conducidos de allí a pocas horas al puerto de Valparaíso; se depositaron en la fragata Astrea de S. M., hasta que de orden del Gobierno fue el señor Oidor Basso y Berri a recibirles las declaraciones, lo que efectuado se desembarcaron y quedaron comunicados entre si y con el pueblo, en casas particulares del puerto.
Indecible es el sentimiento y alboroto que causó en esta ciudad el suceso.
Reclamó el cabildo la inoportunidad, según decía, de este procedimiento del Gobernador, y no resonaban otra cosa las conversaciones y tertulias que el despotismo, tiranía, atropellamiento del jefe.
No sufría ya el estado de las cosas un procedimiento de esta naturaleza, y el Gobierno no tenía conocimiento de sí, del pueblo, ni del tiempo de todo el Estado.
El Gobierno desautorizado, sin apoyos en las demás autoridades, destituido de fuerzas, aborrecido y rodeado de enemigos, que no debía prometerse ni esperar otro resultado que la aceleración de su ruina y la de todo el reino.
En la misma fecha dirige al Gobernador de Valparaíso el oficio siguiente:
El Sargento Mayor don Juan de Dios Vial se dirige a ese puerto con diez Dragones, un sargento y un cabo, conduciendo reos a don José Antonio Rojas, don Juan Antonio Ovalle, y al doctor don Bernardo Vera, a quienes inmediatamente que lleguen dispondrá V. S. se pasen a bordo de la Urca de S. M. la Astrea, para los fines que por separado prevengo a su comandante en oficio de esta fecha.
Santiago y mayo 25 de 1810.
Francisco Antonio García Carrasco.
Señor Gobernador de Valparaíso
Pasados cuatro días, dio el Presidente otro oficio participando al cabildo la prisión de su procurador y
exhortándole procediese a elegir otro sujeto de probidad, que ocupase dicho empleo en cuya diligencia no se descuidó el Ayuntamiento, nombrando al doctor Argomedo, hombre inquieto y de calidades las más a propósito para vengar el desaire de su antecesor, y llevar adelante aún con más empeño los designios subversivos premeditados. También acompañó otro el mismo día comunicándole los avisos del señor Cisneros, Virrey de Buenos Aires disimulando sin duda su desconfianza.
Paso adjunto testimonio de oficio reservado del Excmo. Señor Virrey de Buenos Aires, anunciando ideas subversivas del vecindario de esta capital, y otro de la Real Orden en que Su Majestad previene el modo de proceder contra los sospechosos de deslealtad, o que no sean plenamente decididos por la justa causa de la Nación, para que enterado V. S. se dedique con el mayor esmero, que es propio de sus deberes, a descubrir sagazmente los cómplices que puedan haber de semejantes crímenes, y comunicar a este superior Gobierno, o a cualquiera de los señores oidores, alcaldes del crimen, toda noticia o suceso que exija pronta providencia, tomándola también en su caso los jueces capitulares, a fin de sofocar en su origen toda junta, partido o sugestión de intentos tan perjudiciales a la sociedad y tranquilidad pública; de modo que se reintegre el honor de la patria, en que V. S. como su representante es interesado, así como yo por el crédito de mi Gobierno, esperando que pues son tan comunes a ambos y tan graves estas responsabilidades, procedamos acordes todas las autoridades, afianzándose en el activo desempeño de V. S. mi mayor confianza.
Santiago y mayo 29 de 1810.
Señores del Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de esta capital.
12. Deposición del Virrey de Buenos Aires y Creación de un Gobierno. 25 de Mayo de 1810.
Por tener tanta conexión y aun identidad los sucesos de Buenos Aires con los de este reino, es preciso colocarlos, en este lugar, sin que se tenga por digresión importuna la narración sucinta de tales hechos, por el influjo activo y poderoso con que obraban en los ánimos de estos revolucionarios que convenidos y acordes en las mismas ideas, seguían enteramente sus pisadas. No puede dar más cierta y clara idea de este suceso que la que manifiesta el expediente original instruido por este Gobierno sobre la materia, que es el siguiente:
Las muy recientes noticias de el estado funesto de España en Europa, debieron hacer fijar la atención del pueblo de Buenos Aires por sí, y los de su inmediata dependencia, sobre la suerte del Gobierno influyente a ulteriores resultas. Conocieron que los Estados españoles de Europa, estaban casi al todo ocupados bélicamente por los franceses, restando sólo un punto pequeñísimo de su extensión, en el cual no residía representación viva de la majestad del Soberano a que como centro se refiriesen los poderes subalternos de la administración pública. La Junta Central Suprema instalada por sufragio de los Estados de Europa y reconocida por los de América, fue disuelta en un modo tumultuario subrogándose por la misma sin legítimo poder, y sin sufragio de estos pueblos la Junta de Regencia, que por ningún título podía exigir el homenaje que se debe al señor don Fernando Séptimo. No se le ocultaba cuanto la incertidumbre del Gobierno supremo, podía influir en la división, y causar una apatía que rindiese estos estados a la discreción del primero que de fuera, o del interior aspirase a la usurpación de los derechos del Rey. Por eso recurrió al medio de reclamar los títulos que asisten a los pueblos para representar la soberanía, cuando el jefe supremo del Estado cual es el Rey se halla impedido, y no proveyó de regencia al reino. Obtuvo el efecto por los medios muy decentes, pacíficos y tranquilos, en el modo extraordinario que corresponde para reunir la voluntad general en el voto de deber reasumir la autoridad de Gobierno de las Provincias en los términos que manifiestan los adjuntos, impresos dirigidos a instancia de la instalación de la Junta Provisional Gubernativa de el Río de la Plata por el señor Don Fernando y para guarda, y conservación de sus augustos derechos. Así lo han reconocido, y jurado las corporaciones, jefes, ministros y funcionarios públicos, sin que haya habido motivo de excusar la complacencia general. Sólo resta que Vuestra Excelencia por su parte dedique su consideración a la importancia de este medio ajustado a las miras de calmar las celosas agitaciones de los pueblos, de fijar su Gobierno confidente y de concentrar la seguridad externa, manteniendo la alianza, y relaciones exteriores en que está la nación comprometida, y garantida, por su constante fidelidad y adhesión a la causa del Rey. El influjo de Vuestra Excelencia y sus correspondencias tanto oficiales, o privadas pueden dar el mayor ensanche a los planes pacíficos que se proponen estas Provincias prometiéndose que no habrá un sensato que divida sus sentimientos de la generalidad de los españoles americanos. Fía esta Junta que tome Vuestra Excelencia la parte que interesa al término feliz de sus deseos hasta dejar radicado el concepto de honradez, amor y fidelidad que constantemente ha mostrado este pueblo, por la conservación del legítimo, y supremo jefe del Estado; quedando a reconocer con el mayor honor los buenos oficios que Vuestra Excelencia se digne empeñar en tan augusta causa. Dios, etc.
Excelentísimo señor Lord Strandford.
Excelentísimo señor Marqués de Casa Irujo.
Excelentísimo señor Virrey de Lima.
Señor Presidente, Gobernador Intendente del Cuzco.
Señor Presidente, Gobernador y Capitán General del reino de Chile
Aunque la ilustración y energía de ese pueblo presenta un antemural a las intrigas de los enemigos de la felicidad de la América, ha creído conveniente participar a Vuestra Señoría el verdadero estado de las cosas, para que pueda tomar las precauciones convenientes a evitar los gravísimos males de que el reino se halla amenazado.
Al paso que el heroico valor de nuestros compatriotas de Europa, cede al gran número de enemigos que los ataca, los mandones de América redoblan sus esfuerzos en perpetuarse ilegítimamente en empleos que han caducado, y sofocando los derechos imprescindibles de los pueblos tratan de hacerlos servir a la perpetuidad de su tiranía. El resultado de este choque será que cuando Inglaterra haga una invitación a la América para que tome algún partido (lo que no está muy distante) o no llegará a la noticia de los pueblos, porque los jefes hayan cerrado todos los conductos, o se quedarán sorprendidos por la falta de prevenciones o en su recíproca debilidad serán juguete de cualquiera potencia extranjera que aspire a su dominación, pues los jefes ya han descubierto que no reconocen derechos en los pueblos, y que los sacrificarán gustosos a la conservación de sus particulares empleos. Para evitar esta catástrofe que nos amenaza de cerca, es preciso que los pueblos sostengan con energía sus derechos, y que, arrojando con desprecio todos los mandones inertes o traidores, se forma en la América entera un plan vigoroso de unidad que presente esta gran parte de la monarquía española en el estado de conservar ilesos los derechos de su augusto monarca sin los riesgos a que se expone la inercia y egoísmo de sus actuales mandones.
En ese precioso reino crecen ahora los peligros, pues empeñado el Virrey de Lima en castigar y sofocar la enérgica resolución de haber arrojado al indecente déspota que lo dominaba, unirá sus recursos a las intrigas de los oidores y por un golpe de sorpresa dará en tierra con los honrados chilenos autores de aquella magnánima resolución. Sírvase Vuestra Señoría meditar los peligros de la tardanza y convencerse de la dificultad de reparar la perdida en unos momentos tan preciosos. Si en el acto se organiza en Chile una representación legítima del monarca ausente, erigida por el pueblo a quien privativamente corresponde el nombramiento, los contratos del bien público no tendrán apoyo en el Gobierno, y Lima quedará indecisa entre nuestras fuerzas que se internen al Perú y el respeto que infundirá el gran reino de Chile bajo la única influencia de sus ilustrados patriotas.
No se detenga Vuestra Señoría en una determinación cuya falta quizás no podrá reparar. Ese reino tiene sobrado honor, sobrado patriotismo, sobrado amor a su Rey; y sobrados recursos para sostener aquellas virtudes, debiendo además contar con la garantía de la Gran Bretaña, de que esta capital está disfrutando con los auxilios de estas provincias. Reciba Vuestra Señoría este oficio como un testimonio de nuestra fidelidad y del interés con que miramos el honor y prosperidad del reino de Chile, a que estamos unidos con la más tierna cordialidad.
Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Buenos Aires, 30 de agosto de 1810.
Cornelio de Saavedra.‑ Doctor Juan José Castelli.- Manuel Belgrano.‑ Miguel de Azcuenaga.-
Doctor Manuel Alberti.- Domingo Matheu.- Juan Larrea.- Doctor Mariano Moreno, Secretario.
Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad de Santiago de Chile.
Excelentísimo Señor:
Ha sido muy satisfactorio para esta Junta el oficio de Vuestra Señoría de 6 del corriente en que manifestando una entera conformidad en ese territorio la integridad de la monarquía española e inviolabilidad de los derechos del Rey, ofrece conservar bajo el mismo pie que antes, todas las relaciones políticas y comerciales, con cuantos mutuos auxilios exija la fraternidad de ese y este pueblo. Puede Vuestra Señoría estar seguro que la conducta de esta Junta jamás desmentirá los principios de fidelidad que ha jurado y proclama diariamente y que un sincero deseo de mantener inalterables los derechos de nuestro augusto monarca, ha sido el único agente de su instalación.
El complot formado por mandones indignos del rango que ocupaban, se va disipando felizmente y los pueblos respiran de la opresión a que se les había reducido, apenas la evidencia de los hechos logra desvanecer las calumnias que siembran diestramente los detractores del nuevo Gobierno. No necesitará Vuestra Señoría seguramente otra prueba del egoísmo e injusticia con que los enemigos de Buenos Aires se conducen, que ver la terquedad con que resisten toda discusión acerca de la misma materia en que nos acriminan. Apenas se supo en el Perú la formación de la Junta, se declaró por el intendente de Potosí y Presidencia de Charcas, guerra a sangre y fuego contra esta capital. Para asegurar la impunidad de este derecho impotente agregaron sus provincias de virreinato de Lima, y adhiriendo aquel jefe a esta escandalosa violación de las leyes constitucionales del Estado, entró en la liga de los malvados, para exanimar con nuestra sangre la semilla de fidelidad que se fomenta en este pueblo con tanta energía.
Unos procedimientos tan extraños descubren por sí mismos los viciados principios de que se derivan. ¿Qué crimen habrá cometido Buenos Aires para que se le declare la guerra jurando su exterminio? ¿No se ha instalado esta Junta bajo, los mismos principios que las Juntas de Europa? ¿No se han declarado a los pueblos de América iguales derechos que a los de la Península? ¿Se descubre acaso en nosotros el menor desvío de las estrechas obligaciones de un legítimo vasallaje? ¿Por qué, pues, se ataca el honor de este pueblo y se denigra a los jefes que el mismo ha elegido, con todo género de infames imposturas?
Crea Vuestra Señoría que el complot de seguir la suerte de Europa bajo la dominación francesa, estaba formado por todos los mandones de esta América; que nada miran éstos con tanto horror, como ver a los pueblos en el goce de aquellos derechos imprescriptibles que la naturaleza les ha dado y que la situación política de la monarquía les confirma; y que por estos mismos principios miran con igual horror que el opulento reino de Chile no pudiendo soportar el indecente yugo de ese déspota que lo degradaba, haya confiado su seguridad y Gobierno a un jefe virtuoso, que mirará por la prosperidad del país con los dos dobles títulos que le imponen el lustre de su cuna y las leyes de su nacimiento. La Junta no duda que se atrevan en Lima a atentar contra la respetable persona de Vuestra Señoría; y para el caso, si no bastasen los recursos de ese reino (que el despotismo antiguo habrá debilitado diestramente), podrá Buenos Aires partir con él los abundantes auxilios que la poderosa nación inglesa franquea con mano pródiga a los pueblos fieles al Rey Fernando, que sostienen sus derechos con energía, y se oponen a los esfuerzos de los viles agentes del usurpador de la Europa.
Dios guarde, etc., 1º de septiembre de 1810.
Cornelio de Saavedra.- Doctor Juan José Castelli.- Manuel Belgrano.-
Miguel de Azcuenaga. Doctor Mariano Moreno, Secretario.
Excelentísimo Señor Presidente del reino de Chile.
A mitad de junio, se supo en Santiago que el vecindario de Buenos Aires había depuesto al Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y en su lugar constituido una Junta Gubernativa. La gravedad del suceso no se ocultó al jefe y al Real Acuerdo, el que se reunió y levantó el acta que sigue:
Viernes 20 de junio de 1810.
En acuerdo que se tuvo por los señores regente y oidores de esta Real Audiencia, se resolvió por uniformidad de votos que se contestase a la nueva autoridad levantada en Buenos Aires y al gobernador de Córdoba con arreglo al dictamen siguiente:
"Que se adopte a la mayor brevedad lo pedido por el agente de lo civil, que por su antigüedad hace de fiscal, en fuerza de las sabidas, legales y juiciosas razones que expone, sacadas de nuestro sabio y antiguo código, para lo que se tenga presente el precepto de la ley 1, título 16, Partida 2, que ordena que si no se respeta a los que guardan los derechos y preeminencias del rey, se desprecia al mismo soberano, porque la deshonra hecha a sus grandes oficiales es hecha al mismo en cuya guarda y servicio están; y si ésta debe medirse por la grandeza de la representación, por la naturaleza del agravio inferido, el modo, lugar y tiempo, se verá que, en Buenos Aires, han ofendido los partidarios de la nueva autoridad que allí han levantado a la más respetable de estos dominios, degradándole de su encargo en el lugar mismo de su autoridad, en un tiempo en que no debía romperse el vínculo de la unidad, y sí estrecharlo más a los heroicos sentimientos de sus compatriotas, aun cuando queden pocos en la gloriosa lucha que sostienen, mayormente cuando se está viendo que de esta novedad ha resultado en aquel virreinato que el señorío del reino, está amenazado de divisiones, cuyo gravísimo mal trata de evitar la ley 5, título 15, Partida 2, excitando los deberes de la lealtad, del honor y aún de los propios intereses de los ciudadanos, pues según se explica la ley 3, título 15, Partida 2, aquellos que le cobdician guardar, mas lo facen por ganar algo con él, o apoderarse de sus enemigos‑, y la 13, título 12, Partida 2, y la ley 3, título 19, Partida 2, que no es guarda cumplida del reino cuando no se preserva de los males que le pueden sobrevenir, pues al reino le nace guerra de los suyos mismos, e viene departamiento de la tierra de aquellos que la deben ayuntar, e destruimiento de aquellos que la deben guardar; pues se ve que si se difunden semejantes establecimientos, resultarán la anarquía, la desolación y la pérdida de todo, y los que reunidos pueden hacerse invencibles, por la división darán al tirano del día el placer de verlos desolados, cuando el imperio de la España en estos dominios ha estado asegurado con asombro de la Europa en los mismos naturales del país por hallarse en ellos el espíritu y costumbres españolas, mayormente cuando vieron que la América se mantuvo siempre leal durante la guerra de 1701 en un tiempo en que dos príncipes se disputaban la sucesión de Carlos II, y que ninguno de ellos gozaba de una autoridad absoluta; teniendo igualmente presente que el amor a la patria debe ser noble, justo y virtuoso; no ignorando ningún español americano que estos dominios son parte integrante del imperio español, componiendo con él un mismo cuerpo de monarquía, y que mientras sean americanos‑españoles no deben apartarse de las sabias leyes del reino, y por consiguiente de la sucesión establecida en nuestro gran código, si otra cosa no determinan las cortes, a que están convocados los diputados de América.
"Que por todo lo dicho, a la junta provisoria de Buenos Aires se le conteste que su establecimiento le ha parecido a este Gobierno que puede ser origen y causa de la división de la tierra y de innumerables males por la anarquía, desolación y ruina que amenaza, y quizá un humo que ennegrezca las glorias de la reputación que ha ganado la capital por sus inmortales triunfos, y que puede tener lugar aquel horroroso arrepentimiento que expresa la ley 3, título 19, Partida 2; y que sin perjuicio de las relaciones exteriores de comercio que debe mantener siempre este reino para conservar el vínculo de unidad, no puede concurrir por su parte en aquellos oficios que exige para afianzar los planes que se ha propuesto, mayormente cuando a este tribunal le consta por cartas fidedignas y cédulas originales de gracias la legítima instalación de la Junta de Regencia.
"Que al señor gobernador de Córdoba, se le conteste conforme a lo propuesto por el agente fiscal del crimen, acompañándole copia de la que se dé a la Junta; y si lo permite el tiempo por la inmediación del correo, testimonio de la vista fiscal dada por el agente de lo civil.
"Que se avise de esta resolución al muy ilustre Cabildo, justicia y regimiento de esta ciudad, expresándole no haberse recibido otros antecedentes, que los pasados, por lo que no se ha procedido a darle nueva audiencia, como se hará en este caso.
"Que se circule a los gobiernos y capitales del reino lo acordado, acompañándoles testimonios de dicha vista, como igualmente a los cabildos eclesiásticos, y reverendo obispo de Concepción, para que concurran por su parte a que el pueblo quede ilustrado de su deber, fundado en las terminantes disposiciones de nuestros sabios códigos, comunicando la resolución al excelentísimo Cabildo de Buenos Aires y al excelentísimo señor Virrey de Lima; y
"Que se tilden y borren las proposiciones mal sonantes de la vista del agente fiscal del crimen.
Juan Rodríguez Ballesteros.‑ José de Santiago Concha.‑ José Santiago de Aldunate.-
Manuel de Yrigoyen.- Felix Francisco Basso y Berri.
Ante mí, Melchor Román, escribano de Cámara.
El jefe consultó al Cabildo y este manifestó lo siguiente:
En la ciudad de Santiago de Chile, en veinte y ocho días del mes de junio de este año de 1810, los señores del ilustre cabildo, justicia y regimiento, juntos y congregados en cabildo extraordinario, para informar sobre las ocurrencias de Buenos Aires en vista del expediente que Usía le ha pasado con voto consultivo del supremo Tribunal de la Real Audiencia, y a cuyo fin tuvo a bien oír al procurador general de ciudad, visto su dictamen, fueron de unánime sentir que resultando de los papeles públicos y privados insertos, una notable variedad en los hechos en que se funda la legitimidad o ilegitimidad de aquel procedimiento, asegurando unos que fue acordado y dispuesto por las mismas autoridades constituidas, y otros que éstas sucumbieron por la violencia del pueblo; unos que se halla nuestra metrópoli sin la competente autoridad representativa de nuestro adorable monarca, y otros que ahora se halla legítimamente organizada; sin que tengamos datos positivos y de oficio que nos afiancen, con lo demás de que hace reflexión la citada respuesta del procurador general, debía hacerse en todo según y como allí se pide, o como Su Señoría hallase más conveniente al mejor servicio del rey y de la patria; y que se insertase esta acta en el informe pedido; y así lo, acordaron y firmaron Sus Mercedes, de que doy fe.
Agustín de Eyzaguirre.- José Nicolás de la Cerda.- Diego de Larraín.-
Francisco Antonio Pérez.- Pedro José Prado Jaraquemada.- Ignacio José de Aránguiz.
Ante mí, Agustín Díaz, escribano de Su Majestad y del Cabildo
El Cabildo decía al jefe lo que sigue:
Muy Ilustre Señor Presidente:
Cuando esa Superioridad quiso escuchar el dictamen de este cabildo sobre las ocurrencias de Buenos Aires y Córdoba del Tucumán, que se manifestó dudosa acerca de la Junta instalada en aquella Capital, no era prudencia acelerarse a una contestación que podía comprometer los intereses del reino. Por eso nos reservamos darla a presencia de las noticias más circunstanciadas que debía traer el correo próximo que se despachó, y el que se espera ya tarda. Sabemos que en el expediente se han oído los agentes fiscales y el voto consultivo de la Real Audiencia; pero la patria (a quien representa este cabildo con la mayor obligación a todas sus atenciones) se interesó gravemente en un negocio de que tal vez depende el equilibrio de sus principales relaciones. Dígnese pues V. S. comunicarle este asunto, suspendiendo responder hasta que, en vista de lo que opinare, con la detención que exigen las circunstancias, pueda el Gobierno conforme a ellas deliberar oportunamente una contestación conveniente con el bien de la sociedad y del Estado.
Dios Nuestro Señor guarde a V. S. muchos años. Cabildo de la capital de Santiago y julio 28 de 1810. M. I. S. P.‑
José Nicolás de la Cerda.‑ Agustín de Eyzaguirre-. Diego de Larraín.‑ Marcelino Cañas Aldunate.‑ Justo Salinas.‑ Francisco Diez de Arteaga.‑Francisco Ramírez.‑ Francisco Antonio Pérez.-
Pedro José Prado Jaraquemada.‑ Fernando Errázuriz.
Interín se discurría en todos los tribunales la respuesta conveniente a la nueva Junta del Río de la Plata, no cesaban nuestros novadores de adelantar su deseado proyecto, apurando todos sus discursos y medidas que debían ser niveladas y regladas con aquel modelo, y viendo ya practicado y ejecutado el plan con tan buen suceso, no les restaba más, que la puntual imitación.
En efecto, estas eran las instrucciones y consejos que en las correspondiencias frecuentes y privadas recibían estos ecos de la imperiosa voz del doctor Casteli, con quien conservaba íntima amistad y comunicación el héroe idolatrado de los insurgentes chilenos, doctor Martínez de Rozas y otro abogado, órgano por donde el que escribe era sabedor de esta correspondencia.
Los primeros pasos del proyecto estaban ya llanos y expeditos y consistían en dividir y aun destruir la unión de las autoridades representativas del soberano y sembrar la discordia y desconfianza entre sí mismo, y con el pueblo.
No podía darse más bien establecida y ejecutada esta medida, pues el Gobierno, la Real Audiencia, y los cabildos eclesiásticos y secular, se hallaban extremadamente discordes sosteniendo cada uno sus querellas y recursos con el mayor empeño y encono publicando las injusticias del Presidente y aumentando el partido de descontento con infinidad de familias y parciales, que era muy fácil y natural adquirir por las muchas relaciones que todos estos cuerpos obtenían en esta capital y en todo el reino siendo casi todos sus individuos patricios y complicados con innumerables enlaces.
Sólo restaba por entonces remover al Gobernador de su empleo, para lo cual tenían lo más adelantado con el descontento, y aún mejor se puede llamar odio que le profesaban; y desde luego empezaron a dirigir a este punto todas sus ocultas y manifiestas máquinas, a que añadieron de nuevo la prisión y destierro de los tres principales vecinos, según dejamos apuntado.
Divulgaban descaradamente que el jefe era inepto; que el Gobierno actual era insuficiente para moderar el Estado en las extraordinarias circunstancias del día; que el reino se hallaba sumamente expuesto a ser presa de cualquier enemigo que lo invadiera; y muchas provincias americanas nos daban ejemplo y advertencia con los nuevos gobiernos que establecían; que la España había adoptado el método de Juntas en todas sus provincias como el más análogo al estado actual; y que la de Cádiz exhortaba a los pueblos americanos a que se gobernase de este modo; que los gobernadores de estos distritos eran hechuras de Godoy y de los mandones que en la Península habían sido traidores al rey y a la nación y que, sin duda, seguirían esos sus pasos; que por estos motivos debían ser despojados todos los europeos como sospechosos de infidelidad; por último, que impedido el rey y ausente en su cautiverio, residía en los pueblos la suprema autoridad y que la voluntad de éste debía ser consultada y seguida. Siendo sin duda general en todos los puntos de América este estado de agitación y peligros, no faltaban verdaderos y celosos españoles que se esforzaban a impedir las malas resultas de tan desgraciados tiempos, y entre ellos se distinguió con mucho honor el Marqués de Casa Irujo, Embajador de España en el Brasil, el cual dando explaye a los impulsos de su celo, dirigió en esta ocasión a este Gobierno la proclama del tenor siguiente:
Hace tres días se recibieron aquí las melancólicas noticias de las últimas desgraciadas ocurrencias de Buenos Aires. La misma Junta que se llama allí provisional de Gobierno me las ha comunicado con toda solemnidad.
Como debo suponer a V. E. bien instruido de ellas, y por otra parte van extractadas en el documento adjunto[1], me abstengo de molestarle con su repetición. Observaré solamente que, su tendencia parece se dirige más a promover las miras ambiciosas de Bonaparte, que los derechos de Fernando Séptimo que se pretenden defender.
Es indubitable que las resoluciones de aquel pueblo y cabildo parten del supuesto falso de hallarse subyugada la Península, y que llevan consigo el germen de la división, quizás en su último resultado, de la confusión, desorden y anarquía que sabemos de oficio procura promover de mil modos en este precioso continente el devastador de toda la Europa.
Si se quería ayudar a la Península y defender los sagrados derechos, como se pretende, de nuestro amado monarca, ¿por qué privar de todo mando al que le ha representado con tanta dignidad, celo y acierto? ¿Por qué arrancar de sus manos el bastón que empuñaba en virtud de un nombramiento hecho por una autoridad reconocida como legítima?
Estoy firmemente persuadido, se ha sorprendido con falsas impresiones a muchos hombres de buena fe, y creo que algunos de los mismos que componen el nuevo Gobierno, se hallan en este caso.
Es bien notorio que Buenos Aires ha estado minado de algunos años a esta parte por la división de los partidos; también se sabe que entre los hombres de bien que componen la masa general de la población de aquella distinguida y apreciable capital, se encuentran, desgraciadamente, varios espíritus ardientes e inquietos; algunos deslumbrados por teorías seductoras, aunque constantemente reprobadas por la experiencia, y otros estimulados con la esperanza de elevar sus fortunas sobre la ruina de los demás.
Con estos materiales dentro de su seno, las resultas pueden ser fatales. Las consecuencias de mudanzas de esta naturaleza son incalculables y los que dan el primer movimiento no son después dueños de detenerlo o dirigirlo.
La Asamblea Constituyente en Francia, quizás la más ilustrada y virtuosa que ha existido o existirá jamás, se halló en este lamentable caso.
Por lo mismo, los hombres de dignidad y de prudencia, los propietarios y todos los interesados en conservar el orden, deben, por su propia ventaja, oponerse a estas peligrosas innovaciones.
La fidelidad verdadera a nuestro amado monarca, y el afecto, gratitud y simpatía hacia nuestra desgraciada patria, las reprueban y condenan.
Con todo, como los interesados en propagar especies falsas sobre el verdadero estado de nuestra Península, podrán hacer titubear con sus desfiguradas relaciones aun a las personas del patriotismo más puro, situadas de un modo poco favorable para que penetre hasta ellos la verdad, he creído de mi obligación ilustrarles y consolarles con una relación concisa pero verídica de la situación favorable de nuestros negocios en España, según las últimas noticias que se hallará en la adjunta proclama. Lejos de estar subyugada la Península, existe; existe con gloria, y no se duda existirá con independencia.
La lealtad bien conocida de V. E. me hace esperar leerá la adjunta exposición con particular interés y que penetrado de lo importante que será su circulación para contrarrestar los esfuerzos pérfidos de los agentes de Bonaparte, la promoverá por todos los medios posibles particularmente, dirigiendo copia a todas las autoridades subalternas de su jurisdicción.
Río de Janeiro, 20 de junio de 1810.
Marqués de Casa Irujo.
Publicado y esparcido el anterior escrito, parece que debía calmar en gran parte la inquietud de estos habitantes, y minorar o retardar sus intentos; pero el caso es que los brutos habían ya mordido el freno fuertemente y no era fácil contenerlos en principada carrera con los medios ordinarios del arte.
Era ya preciso permitirles desfogar su cólera y aplicar los extraordinarios remedios de la fuerza y el castigo. Para esto último, no se hallaba vigor y fortaleza en el Gobierno que desamparado de todos y sólo entregado al consejo y dirección ‑-por estos días se ausentó Martínez de Rozas a Concepción-‑ de dos o tres empleados de mediana autoridad y aceptación se veía precisado a sostener con tan débiles
arbitrios el timón de la nave combatida por todas partes del furioso choque de tan desecha tormenta.
A esto debe agregarse que los comandantes de las pocas tropas que guarnecían esta capital estaban contaminados y acordes con los sediciosos (exceptuado el de artillería, a quien no pudiendo éstos atraer a su partido por entonces, lo supieron engañar) que para el efecto es lo mismo, todo lo ignoraba el jefe y los que lo rodeaban, o por lo menos aparentaban ignorarlo, según deducíamos de la serie y método de sus operaciones y providencias que demostraban al público bastante confianza y seguridad, fundadas, sin duda, en el apoyo y último recurso de las armas.
Este es el crítico y delicado estado de Chile en los días que llegaron a manos del capitán general los avisos de nuestro Embajador en Filadelfia, el señor don Luis Onis, quien como centinela avanzada, o por mejor decir, Argos que veía los infinitos enemigos y peligros que en aquel punto de reunión se disponían y preparaban para arruinar y pervertir todas las colonias españolas de este nuevo continente, prevenía con repetidos clamores los planes de nuestros enemigos, exhortando a los Gobiernos a la vigilancia y cuidado sobre sus respectivos distritos. Ninguna explicación puede dar igual idea que la lectura de los mismos documentos que copiados fielmente de su original, son a la letra como siguen:
Don Luis de Onís, Ministro Plenipotenciario de S. M. C. cerca de la República de los Estados Unidos de la América Septentrional, a los habitantes de la América del Sud.
Americanos:
Al quereros uniformar con el voto general de la España, y erigir en su conformidad una Junta Gubernativa, que al paso que represente la Autoridad legítima, os ponga a cubierto de la división y anarquía, tratará la maledicencia, la traición y la discordia de ganar partido para precipitaros en el insondable abismo de un cúmulo de males, que os arrastraría a la eterna esclavitud de vuestros más implacables enemigos.
La astucia, la intriga y la vigilancia del Gobierno francés preponderante en la Península, ha esparcido emisarios astutos por la América, para hacer sucumbir vuestra fortuna bajo el duro peso de su dominación abominable.
Entre vosotros viven, y son tanto más temibles, cuanto alguna vez fueron depositarios de vuestra confianza y vuestro amor.
A las puertas de la gran capital, de la generosa y valiente Buenos Aires, existe un agente conocido del Gobierno francés.
Por carácter, por nacimiento y por opinión tiene un decidido interés en que unáis vuestra suerte a la que desgraciadamente están sujetas casi todas las provincias de España.
¿Lo conocéis, ya esforzados habitantes de Buenos Aires? ¿Lo conocéis por las señas que os he dado?
Acaso no; pues sabed, que es don Santiago Liniers, el mismo que gobernándoos poco ha, tuvo bastante frente para anunciaros esto mismo, a la faz del mundo entero, en la Proclama del 15 de agosto de 1808.
Acordaos que vuestros derechos son idénticos con los de los buenos amantes vasallos del señor don Fernando Séptimo, y que al quereros separar, empezará el imperio de la división, de la tiranía y de la guerra civil.
Uníos de corazón, y dad el primer paso hacia vuestra existencia política, y estad firmemente persuadidos, que aquél quiere encadenaros, que intenta poneros en discordia entre vosotros mismos.
Sois sabios; conocéis vuestros derechos; amáis vuestra libertad; y este conocimiento íntimo que os asiste de vuestra rectitud, hará esperar con fundamento que concurriréis todos en unión y fraternidad, a cimentar de un modo firme y permanente la felicidad de vuestra desgraciada América.
Esto os lo dice un ministro público, dirigido por el honor, que oponiendo a las instrucciones particulares, con que se hallaba prevenido, los sentimientos de la buena fe, jamás seguirá otro rumbo que el de la justicia y rectitud de intención.
Philadelphia. Año de 1810.
Ha recibido esta Junta el oficio de V. S. de 16 de mayo último, responsivo al que le pasó el Excelentísimo señor don Baltasar Hidalgo de Cisneros en 16 de abril, recomendándole su celo con motivo de los partidos en que se suponía dividido a ese vecindario, y en su vista manifiesta a V. S. no haberse encontrado dato alguno de los que solicita para su indagación, y que más bien se presume que aquel encargo fuese efecto de un avanzado temor que se empeñaba en remover todos los peligros y que confundían los derechos de los pueblos con la usurpación de los traidores. Está ya descubierto que el español honrado que en la Península promovió el establecimiento de las Juntas sería tratado por los magistrados de América como insurgente y revolucionario, y no será extraño que el Virrey Cisneros imputase a esos vecinos un crimen de esta naturaleza, en cuyo concepto, y que como queda sentado no se encuentran en este Gobierno los indicados datos, lo avisa a V. S. esta Junta en respuesta.
Dios guarde a V. S. muchos años. Buenos Aires, 8 de julio de 1810.
Cornelio de Saavedra.‑ Doctor Juan José Castelli.- Manuel Belgrano.‑ Miguel de Azcuenaga.‑
Doctor Manuel Alberti.‑ Domingo Matheu.‑ Juan Larrea.- Doctor Mariano Moreno, Secretario.
Señor don Francisco Antonio García Carrasco. Chile
13. Vacilaciones del Presidente García Carrasco. El Proceso Contra Rojas, Ovalle y Vera.
El conocimiento claro de los manifiestos peligros que tan de cerca amenazaban, debía producir naturalmente un sumo cuidado y vigilancia en el Gobierno, y para este fin eran comunicados los Avisos, pero cuando la enfermedad es mortal todas las medicinas se convierten en veneno.
El Presidente, confuso y falto de consejo, ocultó dichos papeles, y sólo los manifestó a dos sujetos de carácter muy en secreto, pidiéndoles le dijeren, cómo debía proceder o qué rumbo debía tomar.
Estos aconsejaron que debía consultarlos a la Real Audiencia y seguir su parecer como paso regular y conforme a lo que previenen las leyes; pero enojado respondió que no tenía confianza en el Tribunal, porque todos sus individuos eran enemigos suyos, considerando por inútil esta diligencia.
Así quedaban frustrados los medios y remedios más oportunos por falta de talento y energía en un tiempo en que todavía se podían precaver, o, por lo menos, minorar los males inminentes con una sabia y prudente política, según parecía a muchos hombres de buen juicio que observaban con dolor la arriesgada y vacilante conducta del Gobierno.
Este ocupado en esclarecer los delitos de los tres reos que dijimos quedaban en Valparaíso, determinó con acuerdo de la Real Audiencia remitirlos a Lima, pareciéndole que este hecho infundiría temor en otros, y conociendo riesgo en ejecutarlo con publicidad, comisionó ocultamente a un oficial para la ejecución de sus disposiciones.
Los interesados en impedir las providencias del jefe, que eran los innumerables revolucionarios, presentaron varios recursos ofreciéndose garantes de la justicia que se intentara con los reos saliendo fiadores y responsables de la quietud y fidelidad del reino, y por último pidiendo que se les diese defensa y se les juzgare y aplicare las correspondientes dentro del reino, para evitar la divulgación e infamia que podía resultar a tan ilustres familias, todo lo cual deseaba evitar el cabildo a nombre de la ciudad, ofreciendo en rehenes de seguridad todas sus facultades.
No teniendo el señor Carrasco suficiente valor y constancia para resistir las repetidas súplicas del cabildo y de los principales vecinos en que veía declarada la voluntad de todo el pueblo y perseverando interiormente en el ánimo de castigarlos, resolvió el procedimiento que hemos indicado, temiendo que si se publicaban sus intentos serían impedidos por la fuerza, pero no reflexionaba que se exponía a peores resultas ejecutando ocultamente su determinación, como era consiguiente y natural.
A esto se agregan las promesas y esperanzas que a los suplicantes e interesados había ofrecido el jefe, diciéndoles que no tuviesen cuidado y que dentro, de pocos días serían restituidos a sus casas, libres los reos y ratificándolo bajo su palabra los llegó a persuadir y engañar con estas falsedades.
El día 10 de julio de 1810, estando pronta a darse a la vela para Lima la corbeta comerciante Miantinomo, presentó el oficial comisionado para el embarque de los reos, las órdenes reservadas que traía del Gobierno al Gobernador del puerto de Valparaíso, pidiendo que en vista de ellas se le entregasen dichos sujetos para conducirlos a bordo y recomendarlos al capitán del buque, cumpliendo con las instrucciones y mandatos que traía.
Ocurrió el embarazo de hallarse enfermo el doctor Vera, uno de los tres sindicados, y comprobada su enfermedad con certificación de médico, se procedió al embarque de los dos restantes, don Juan Antonio Ovalle y don José Antonio Rojas, los cuales interín se disponía su equipaje escribieron y despacharon cada uno por su parte un propio a esta ciudad, participando brevemente su viaje y expatriación.
A las seis de la mañana del día siguiente llegaron los dos propios a esta capital; y extendiéndose rápidamente la noticia de un procedimiento tan inesperado como sensible, sorprendidos y resentidos los ánimos, empiezan a reunirse en varios puntos y corrillos, en los que se ventila y trata de tomar satisfacción de los engaños y ultrajes que el jefe acaba de inferir a toda la ciudad.
14. Cabildo Abierto.
Con este ánimo y acaloramiento piden a los individuos del ayuntamiento que se junte, el cabildo en su sala capitular, y organizado este cuerpo, a las nueve de la mañana, se presentaron en él más de trescientos vecinos de lo principal de la ciudad, suplicando se les conceda un cabildo abierto.
Concedido éste, empezaron a proponer los sentimientos y quejas que todo el vecindario manifestaba por el extraño y falaz proceder del jefe y que para poner remedio a tales atropellamientos, al mismo tiempo que para cerciorarse de los motivos o causas que pudo tener, era necesario dirigirle una diputación en nombre del cabildo y del pueblo reunido para que se personase en la sala capitular en donde inmediatamente todos lo esperaban.
En efecto, fueron diputados el Alcalde de primer voto don Agustín Eyzaguirre y el Procurador de ciudad don José Gregorio Argomedo, quienes después de referir al jefe todo lo sucedido, le expusieron la solicitud del cabildo y el fin de su comisión.
Con desprecio y poco miramiento contestó el Presidente a los diputados, diciéndoles que se retirasen, y que intimado el pueblo de su parte, hiciesen lo mismo, retirándose todos y cada uno a sus respectivas casas.
Regresaron los comisionados al cabildo y expuesta a presencia de todos la repulsa del Gobernador, irritados con el nuevo desaire, se encaminaron todos precedidos del cabildo a la sala de la Real Audiencia, y entrando casi tumultuariamente, levantaron una confusa gritería que no costó poco trabajo para silenciarla.
Conseguido un breve intervalo de sosiego, tomaron la voz los dos alcaldes, y haciendo una sucinta relación de todo lo sucedido y de los motivos que había reunido al pueblo, concluyeron instando a nombre de todo el cabildo y vecindario, que se obligase a comparecer al jefe, para que después de oir los cargos y querellas de todos, diese la debida satisfacción.
El Real Acuerdo conoció la necesidad de condescender a esta súplica y comisionó en el instante al señor Oidor don Manuel de Irigoyen, para que acompañado con el escribano de cámara, hicieran presente al Gobernador la decidida voluntad del pueblo.
Acompañados del Presidente volvieron luego los comisionados al Real Acuerdo, a cuya vista excitado de nuevo el confuso clamor del pueblo, cuyo número se aumentaba por instantes, daba a conocer el general resentimiento con próximo peligro de mayores demostraciones, hasta que dando un corto intervalo de tiempo, pudo ser atendido el procurador Argomedo, que a nombre del cabildo y del pueblo empezó a perorar, dando principio por los impropios y falaces procedimientos con que había engañado y desairado al cabildo y a todo el pueblo a quien éste representaba, faltando a las promesas que a todos había hecho en orden a la causa de los nobles vecinos que inicuamente había desterrado; que por éste y otros muchos sucesos de su mal gobierno, era sumo el descontento en todo el reino; y, por último, que la decidida y resuelta voluntad de todos era, que inmediatamente decretase la restitución y libertad de dichos compatriotas, y en caso de haber marchado la embarcación, se dirigiese oficio al señor Virrey de Lima, para que al punto los reembarcase y restituyese a este reino, cuyos oficios y despachos los debía extender allí a presencia y satisfacción del pueblo y entregárselos en propia mano, bajo la protesta de que nadie desampararía la sala antes del verificativo de sus propuestas.
Luego prosiguió el procurador pidiendo a nombre del pueblo la deposición y privación de empleos del Secretario de Gobierno don Judas Tadeo Reyes, del Asesor interino don Juan José del Campo, del Escribano sustituto de Cámara doctor don Juan Francisco Meneses, a cuyos consejos atribuían el mal proceder del Gobierno.
Para resolver con algún sosiego y reflexión lo conveniente en tan críticas circunstancias, se retiró el Real Acuerdo con el Presidente a una pieza interior de la Audiencia, y consultando allí los medios de seguridad en los peligros de que se hallaban rodeados, se acordó condescender con todo lo pedido por el procurador; pues aunque el jefe, confiado en la poca tropa había dado órdenes para que ésta viniese a sostenerle y defenderle, los señores oidores le advirtieron que los oficiales y comandantes estaban allí presentes, mezclados con los demás vecinos apoyando las solicitudes populares, en cuya inteligencia se convino a lo acordado y se extendieron las providencias en la forma y modo que el pueblo había pretendido.
Además de conceder todo lo pedido por el pueblo, reflexionando la Real Audiencia el desamparo y orfandad en que quedaba el jefe, imposibilitado para su despacho por la privación y despojo de los tres empleados, asesor, secretario y escribano, acordó agregar al decreto el nombramiento de asesor interino, con la condición de a no poder despacharse providencia alguna sin su intervención, en el Oidor decano don José Santiago Concha, sujeto acreditado, patricio, y que goza de la aceptación del pueblo por sus distinguidas prendas de modestia, prudencia y moderación.
Efectivamente, como a la una y media del día se despachó y publicó el Real Acuerdo concediendo al pueblo todas sus peticiones y añadiendo la providencia del nuevo Asesor señor Concha, que fue recibido con aplausos y gusto general, con lo que se aquietó la multitud y entre vivas y aclamaciones de contento se disolvió el congreso retirándose todos a sus casas.
15. Verdadero Concepto del Estado de la Ciudad de Santiago.
Es preciso advertir, para formar verdadero concepto del estado de la ciudad, que interín el congreso o reunión popular presidida del cabildo se hallaba ventilando con el Gobierno sus pretensiones, era tal la multitud de toda especie de gentes que se iba reuniendo en la plaza mayor, en donde estaba la Real Audiencia, que parecía un enjambre en el murmullo y número desmedido, acudiendo especialmente toda la juventud, no sin prevención de armas cortas, tanto de fuego como blancas, resueltos a sostener y amparar las miras del pueblo contra el Gobierno, y los más persuadidos de que en el día se depondría al Presidente y se instalaba Junta; propuestas que por muchos jóvenes se proferían y gritaban; pero observando que el cabildo y principal vecindario se daban por satisfechos con lo actuado, se contuvieron por entonces y se retiraron gozosos de su primer triunfo.
A las dos de la tarde, salió para Valparaíso el Regidor y Alférez Real don Diego Larraín, diputado por el cabildo para poner en libertad y traer a esta ciudad a los tres reos Ovalle, Rojas y Vera, acompañados de diez o doce vecinos principales, parientes y amigos de los expresados; bien que desde las diez y media de la mañana habían ya anticipado un emisario con orden de detener el buque, caso que no hubiese salido; pero todas estas diligencias se frustran, pues la Miantinomo navegó desde las cuatro de la tarde anterior, sin quedar embarcación alguna en el puerto con que poder darle alcance y remitir los pliegos para Lima.
16. Conducta Incivil e Importuna del Presidente.
Para dar testimonio a la imparcialidad y verdad, no se debe omitir una prueba evidente de la conducta impolítica e ignorancia del señor García Carrasco, que en esa misma noche del día once en el que había sido degradado de su autoridad con tan manifiestos desaires y ultrajes, queriendo dar a entender su incivilidad o estupidez, dispuso en su palacio un concierto de música como celebrando su deshonra y excitando con esta burla la cólera del pueblo que no necesitaba de estos impulsos para proseguir la principiada obra de su total deposición y ruina. Así lo verificó con admiración de los sensatos, no hallando razón ni título con que poder cohonestar tan extraña conducta en ocasión tan propia para cubrirse de luto y tristeza por ver ya atropellada y hollada la obediencia y subordinación a su Gobierno.
17. Rumores Peligrosos y Agitación del Vecindario.
Pareció a muchos que no pasaría adelante el rompimiento, satisfecho el público con la reforma del día once, pero dado el primer paso en el precipicio, no es fácil contener el progreso, pues la misma gravedad natural del cuerpo, impele y lleva hasta lo profundo.
Así se experimenta en tales casos, y a pesar de la aparente quietud y sosiego se empezó a divulgar, a los dos días, que el Jefe en venganza de sus agravios disponía sorprender y castigar con el último suplicio a los dos Alcaldes Eyzaguirre y Cerda, al Procurador de ciudad Argomedo con otros varios personajes principales, por haberse distinguido en la libertad e intrepidez con que hablaron en el Real Acuerdo, acaudillando y patrocinando al concurso tumultuario.
A las primeras horas de la noche del 13 de julio, se veían ya frecuentar las calles varias tropillas de gentes del pueblo, dirigiéndose todos a la plaza mayor, a donde concurriendo también la principal nobleza, se compuso un concurso como de mil hombres, que todos o los más venían prevenidos con toda especie de armas, unos a pie y muchos a caballo.
Desde este punto se distribuyeron varios destacamentos a custodiar las casas de los sujetos que creían amenazados y también a los dos cuarteles para observar si las tropas se movían.
Lo restante de los tumultuantes se repartieron en diferentes cuadrillas o patrullas por varios puntos de la ciudad, precedidos y comandados todos los dichos destacamentos por los dos alcaldes y por otros sujetos de su posición.
En esta vigilante diligencia sufrieron toda la noche que fue de las más rigurosas de aquel invierno, sin ocurrir la menor novedad ni desorden; pero no cesando de aumentarse los rumores, se repitió la noche siguiente la misma comedia hasta que, considerando la Real Audiencia el riesgo tan inminente que amenazaba al Estado, se juntó en Real acuerdo el día 15 en casa del señor Regente, para meditar los medios más oportunos a la seguridad del reino.
En este acuerdo se propuso que constando con certidumbre que la fermentación y descontento del público, no se dirigía a otro objeto que a deponer del mando al Capitán General, y que los inquietos tenían determinado ejecutarlo el día 17, a las nueve de la mañana, teniendo ya convocados de las campañas y lugares inmediatos dos mil quinientos hombres armados, para que unidos con el vecindario de esta ciudad, ayudaran al proyecto, era preciso acordar lo conveniente antes de aquel término.
Convocaron al Real Acuerdo a los dos alcaldes y al procurador general, quienes después de confirmar la grande agitación en que el pueblo se hallaba, aseguraron que era cierta y decidida la resolución de deponer con la fuerza al Capitán General, caso que éste no renunciara voluntariamente.
18. Se Pide la Abdicación del Presidente.
En esta inteligencia convinieron acordes en exhortar al Presidente a la abdicación del mando, como único remedio de los grandes males que amenazaban, y para este fin les ocurrió el arbitrio de llamar al Reverendo Padre Cano, confesor del jefe, para que con suavidad persuasiva lo redujera a la renuncia voluntaria, exponiéndole las razones más convincentes al caso.
Dicho religioso desempeñó en cuanto pudo su comisión, pero no pudiendo persuadirlo plenamente, se retiró a su convento tarde de la noche.
Al día siguiente 16, considerando la Real Audiencia que el mal crecía, pues también aquella noche veló todo el vecindario sobre las armas, determinó pasar en cuerpo al palacio del jefe (en medio de ser día feriado), y después de proponerle con sagacidad y blandura la necesidad de abdicar el mando y subrogarlo en el sujeto a quien correspondía por la ley, costó mucho trabajo para reducirle, eludiendo las muchas reflexiones que se le hacían con varios pretextos insubsistentes, hasta que convencido enteramente vino a resolverse en la abdicación.
Vencida esta grande dificultad, inmediatamente fueron convocados a Junta de Guerra todos los oficiales a quienes corresponde, y asimismo se citó al cabildo, los cuales cuerpos reunidos a la Real Audiencia y presididos del jefe acordaron y aprobaron la resolución que luego explicará la [el] acta de renuncia.
El Presidente consultó y preguntó primeramente a todo el congreso antes de declarar su abdicación, le informasen si este hecho se oponía a las leyes así civiles como militares, o si de ello resultaría algún mal servicio al rey o al Estado que lo hiciese responsable.
Se le respondió con uniformidad de pareceres que no hallaban inconveniente ni embarazo alguno en esta resolución que se opusiera a las Reales Ordenanzas, y antes bien juzgaban era ajustada al tiempo y a la razón.
En segundo lugar, preguntó en quién debería subrogar sus empleos respecto de hallarse dos señores brigadieres en el reino; a saber el señor Conde de la Conquista don Mateo de Toro, y el señor don Luis de Álava, Intendente de Concepción.
Fuele respondido con mayoría de votos, que en el primero, por la razón de antigüedad en que precedía al otro, y en esta virtud hizo la renuncia y entregó el bastón al señor Conde de la Conquista.
Como a la una y media de la tarde se dio noticia al público de todo lo actuado en el Real acuerdo y se publicó la [el] acta en que por extenso se contiene del tenor siguiente:
En la ciudad de Santiago de Chile, a diez y seis días del mes de julio de mil ochocientos diez, el muy ilustre señor Presidente don Francisco Antonio García Carrasco; habiendo llamado a su palacio a los señores regente y oidores de esta Real Audiencia, y concurrido todos inmediatamente en la mañana de este día, les hizo su señoría presente el estado de su quebrantada salud, y asimismo, que las ocurrencias de los presentes tiempos lo tenían en continua agitación; por lo cual había meditado hacer renuncia de los cargos de Gobernador y Capitán General del reino para que recayesen en la persona que por últimas reales disposiciones correspondiese; y habiendo oído su señoría los dictámenes de los referidos señores que fueron todos conformes en el verificativo de la expresada renuncia, allanándose a ella su señoría, y exponiendo que antes de efectuarla quería consultarla a los comandantes militares y señores coroneles, a quienes ya había mandado citar; venidos éstos, y explicándoles su Señoría el pensamiento de su renuncia, y la conformidad del Real Acuerdo, contestaron uno por uno, no les ocurría impedimento alguno en atención a su voluntaria abdicación, y no se oponía a las ordenanzas militares ni al real servicio, añadiendo que en conformidad de lo dispuesto por su majestad en la Real Orden fecha en San Lorenzo a veinte y tres de octubre de mil ochocientos seis, le correspondía el mando político y militar al señor Brigadier de los Reales Ejércitos, según el título despachado en trece de septiembre de mil ochocientos nueve, Conde de la Conquista don Mateo Toro, Caballero del Orden de Santiago, en lo cual convenidos los señores del Real Acuerdo, coroneles, comandantes militares, y el cabildo, justicia y regimiento que fue llamado por su señoría, y aceptando el mencionado señor Brigadier que se hallaba presente, quedó concluida la enunciada renuncia, disponiéndose de acuerdo con todos los señores se le conservasen al señor don Francisco Antonio García Carrasco sus honores y preeminencias, igualmente que el sueldo hasta la llegada del sucesor propietario, como también la habitación en el palacio, siempre, que fuera del agrado de su señoría.
Que se proceda a la mayor brevedad al reconocimiento público del señor Conde de la Conquista en la forma acostumbrada, y que se tome razón de este Auto donde corresponda, circulándose para su cumplimiento a los señores intendentes, gobernadores y justicias de la dependencia de este reino, y que se firme por todos los concurrentes que se han mencionado arriba, dándose de todo cuenta a su majestad, de que doy fe.
Francisco Antonio García Carrasco.‑ Juan Rodríguez Ballesteros.- José de Santiago Concha.
José Santiago Aldunate.‑ Manuel de Yrigoyen.‑ Félix Francisco Baso y Berri.
El Conde de la Conquista.‑ Manuel Olaguer Feliú.‑ El Marqués de Monte Pío.-
Pedro José de Prado Jaraquemada.‑ José María Botarro.- Juan de Dios Vial.‑ Juan Bautista Aeta.‑
Manuel Pérez Cotapos.‑ Tomas O'Higgins.‑ Joaquín de Aguirre.‑ Juan Manuel de Ugarte.‑
José Nicolás de la Cerda.- Agustín de Eyzaguirre.‑ Marcelino Cañas y Aldunate.‑ Ignacio Valdés.‑ Francisco Ramírez.‑ José Gregorio de Argomedo.‑ Fernando Errázuriz.‑ Ignacio José de Aránguiz.
Ante mí, Agustín Díaz, Escribano de S. M. e interino de Cámara.
El 7 de agosto de 1810, el cabildo de Santiago formuló contra el Presidente García Carrasco la puntualización de varios hechos que comprobaban la arbitrariedad y despotismo que usó en el discurso de su mando, y estos se encuentran en el documento siguiente:
En la ciudad de Santiago de Chile en 7 de agosto de mil ochocientos diez; estando los S. S. de este ilustre ayuntamiento, justicia y regimiento de esta capital en cabildo pleno y ordinario dijeron: que por cuanto tenían informado a S. M. los justos y graves motivos que influyeron en la turbación y zozobra que experimentó este pueblo en los días precedentes a la abdicación que hizo del Gobierno el ex presidente el señor don Francisco Antonio García Carrasco, pero que no habiéndose acompañado por la angustia del tiempo los correspondientes comprobantes, protestando hacerlo después; debían al efecto acordar, y acordaron se extendiese la presente acta, dirigida a puntualizar los varios hechos que comprueban la arbitrariedad y despotismo de que usó dicho señor en el discurso de su mando, y últimamente las miras hostiles y de violencia que proyectaba contra este pueblo, cuyos hechos referidos clara y sucintamente son como siguen:
1º Apenas tomó este jefe posesión del gobierno, quiso contra las leyes, hacer rector de la Real Universidad al doctor don Juan José del Campo, y porque el Real Claustro le hizo la más honrosa y sumisa representación, exponiéndole que le privaba del derecho de elegir que tenía por sus constituciones, guarneció de tropas lo exterior e interior de la Escuela, las avenidas de las boca‑calles y dio las disposiciones más alarmantes que podían exigirse para el momento de una invasión de enemigos y que jamás había visto esta capital. Es cierto que después revocó su providencia, pero fue a esfuerzos e instancias de varias personas sensatas que con anuncios de recursos a la corte que podrían desconceptuarlo, le hicieron desistir de su propósito.
2º A poco tiempo ocurrió la fragata Escorpión al mando de su Capitán Tristán Banker. Tuvo las mejores proporciones para decomisarla de cuenta de S. M. Como se reconocerá del expediente que debe existir en la secretaría del superior Gobierno y de otros documentos que hasta ahora no ha contradicho el nominado señor ex Presidente, y, sin embargo, comisionó a varios particulares que se hiciesen dueños de este cargamento, lo que ejecutaron asesinando y robando impíamente a sus dueños, después de haberlos atraído donde ellos estaban protestándoles con afectada sinceridad la seguridad de sus individuos, y suponiéndose marqueses, para con esta recomendación lograr mejor su engaño, y si hemos de asistir a la voz general, tuvo dicho señor parte de la presa en un cuantioso regalo que recibió.
3º Este cruel atentado, se cometió cuando ya en todo el reino se sabía la alianza de la Gran Bretaña con nuestra España y la generosidad con que le auxiliaba para sostener la guerra contra la Francia. Por este motivo y el de precaver la defraudación de la Real Hacienda, ofició inmediatamente la administración general de la Real aduana al señor Presidente para que se consignase aquel cargamento hasta dar cuenta al rey y saber su soberana resolución. Lo mismo exigieron verbalmente el Teniente Coronel don José Santiago Luco, pero todas estas prevenciones se despreciaron por el señor Presidente e hizo ejecutar prontamente el reparto de aquella presa.
4º Desde entonces seis o siete individuos, los Agentes e interesados en este negocio aborrecidos de este honroso pueblo por la cruel muerte que dieron a su capitán y despojo de la Real Hacienda, han formado su corte, han llenado su confianza, y con el mayor orgullo han hecho frente a este pueblo, distinguiéndose con el nombre de Escorpionistas.
5º Acaeció después el fallecimiento del señor fiscal, y debiendo sucederle el señor oidor menos antiguo por ministerio de la ley, y exigiendo sobre esto la Real Audiencia quiso que los agentes fiscales (el uno de ellos lo era el nominado Doctor Campos) continuase este ministerio; y así se ejecutó.
6º Por este mismo tiempo nombró de asesor suyo (despojando del empleo al Licenciado don Pedro Díaz Valdés nombrado por el Rey) al mismo doctor Campos que por una miserable vanidad se empeñó en que este individuo (a quien en todo quería distinguir) debía presidir al cabildo y a pesar de la oposición y firme representaciones que se le hicieron sobre el caso, tomó el violento partido de doblar la guarnición del palacio, convocar a su sala el cabildo y hacer que a viva fuerza se recibiese allí al doctor Campos.
7º Imploró este cuerpo la protección de la Real Audiencia contra la fuerza, y aunque este superior Tribunal conoció que la hacía, como lo expuso en su oficio de contestación, tuvo a bien, por precaver el desastre de su superior autoridad, instigar al cabildo a que hiciese este nuevo sacrificio por la quietud y tranquilidad de la patria, no obstante que se vulneraban sus fueros y prerrogativas.
8º En esta misma época recibió el señor ex presidente y algunos individuos del palacio y otros varios, cartas de la princesa del Brasil la señora doña Carlota, que alarmaron sumamente al público, creyéndose por opinión general que se pensaba en que este reino fuese entregado al dominio de los portugueses, cuyo designio conocían todos era opuesto a las leyes.
9º Coincidía para más afianzarse en este concepto en que estando un día de visita en su palacio varios sujetos de lo principal del pueblo, les dijo que su secretario don Judas Tadeo Reyes era del partido Carlotino, y con todo le mantuvo siempre a su lado, como uno de los de su mayor confianza.
10. Lo cierto es, que el señor ex presidente, sin consulta del Cabildo ni de alguna autoridad, repentinamente sacó las lanzas (única armadura de la gente de a caballo del reino) y las remitió al puerto de Valparaíso para despacharlas a Lima, y de allí a España como socorro de la metrópoli, auxilio inverosímil, no sólo por la calidad de la arma, sino principalmente porque siendo allí mucho más barato el fierro, estaba mejor mandar en dinero su valor. En efecto el Procurador general de ciudad don Juan Antonio Ovalle se presentó manifestando la indefensión en que quedaba el reino y el partido que debía tomar, oblando la ciudad mucho más en dinero del importe de aquel donativo.
11. A estos datos inductivos de más vehemente sospecha contra el jefe se agrega el que habiendo mandado su antecesor construir un campamento militar, cuyo costo ascendió a más de diez mil pesos, dio orden para que se deshiciese, vendiendo las maderas que lo formaban en un ridículo precio; asimismo los regimientos de infantería y caballería que en el anterior Gobierno se mantenían en asidua disciplina, no tuvieron alguna en su tiempo; sin embargo, de ser más los enemigos contra quienes debíamos en esta época guardarnos.
12. A todo esto siguió el último atentado de aquel señor y la desolación del reino. El nominado Procurador de ciudad don Juan Antonio Ovalle, el Maestre de Campo don José Antonio Rojas y el doctor Bernardo Vera fueron sorprendidos en una noche rigidísima de invierno consignados en el cuartel de San Pablo, representándose al acuerdo una sumaria formada por el señor ex presidente de enemigos de aquellos tres preciosos ciudadanos y de la gente más despreciable del pueblo a que se añadieron los informes verbales que dio el mismo jefe al Acuerdo de una conjuración premeditada y el inminente peligro de su vida y la del señor Regente, se despachó a estos hombres en caballos de prorrata a las doce y media de la noche, sin permitirles la menor comodidad ni abrigo treinta leguas de esta capital para embarcarlos en la fragata Astrea que iba a darse a la vela para Lima. Precisamente eran estos tres ciudadanos por su literatura, nacimiento, empleos y conducta de los más bien reputados.
13. En efecto, penetrado el cabildo y la nobleza de su inocencia y desgracia propusieron al señor ex presidente las garantías más solemnes por la seguridad pública y particular de los reos. Y en su virtud, después de varios activos movimientos de la expresión de la voluntad general para castigar estos reos si fuesen delincuentes, se consiguió con acuerdo de la Real Audiencia se retuviesen en los castillos.
14. Ya todo permanecía cuasi tranquilo; las partes hacían sus gestiones, un ministro de la Real Audiencia pasó a Valparaíso a tomar sus confesiones, y no resultando de ellas gravedad, los destinó a las casas que ellos quisieron elegir, ínterin esperaban su restitución.
15. Insistió de nuevo el cabildo en que se condujesen a la capital, corrió segura la opinión pública, que no contradecía el ministro comisionado, de que aquella sumaria no contenía cosa de momento y todos estaban ciertos de que inmediatamente se manifestaría la absoluta inocencia, pues los testigos se convidaban a desdecirse y manifestar su sorpresa e instigaciones con que fueron provocados a declarar. El cabildo aguardaba la contestación de sus súplicas y todo el pueblo contaba segura la restitución, cuando el día seis del presente mes salió el Teniente don Manuel Bulnes, haciendo creer la voz pública de que iba a traer a los reos, según lo pedido por todo el vecindario. Fueron generales las enhorabuenas y regocijos domésticos. Pero el día once a las seis de la mañana apareció un precipitado correo particular que avisaba que los reos quedaban embarcados, para hacerse en el momento a la vela y que un soez marinero cómplice y participante de la presa Escorpióngobernaba cien hombres apostados por el señor ex presidente, y de quien se había valido Bulnes porque el Gobernador de aquella plaza pedía fuese suscrita por el Real Acuerdo.
16. Inmediatamente pasó a ver al señor ex presidente el padre político del doctor Vera, relacionándole estas noticias, a quien aseguró con el mayor cariño dicho señor que no creyese en voces y que consolase a su tierna y recién embarazada esposa porque luego lo vería en esta capital. Pasó también la esposa de don José Antonio Rojas a quien recibió con las más afectuosas demostraciones, asegurándole también que eran falsas las noticias que habían recibido.
17. Pero cierto todo el pueblo de la realidad del hecho se congregó espontáneamente en las puertas del cabildo donde junto éste les propuso que se aquietasen, que permitiesen que sólo el cabildo hablase al Sr. Presidente y le hiciese sus súplicas, para lo cual pasaría el alcalde de primer voto con el procurador general de la ciudad a pedirle esta licencia; pasaron en efecto; y la contestación del señor Presidente fue decirles primero, que viniesen, y después prevenir a la misma diputación que se fuesen a sus casas.
18. Una respuesta tan melancólica y desesperada, fue la que oyeron, sin embargo con una quietud que hará honor a los chilenos, y en medio de la mayor agitación de espíritu, se condujeron con la última moderación, y unánimes hicieron lo que previenen las leyes. Elevaron su recurso al Tribunal de Apelación el que debe proteger al súbdito contra la opresión del que manda. Se presentan a la Real Audiencia; le exponen su queja por boca del procurador de ciudad; se destaca un oidor a llamar al Presidente; después de un rato vuelve con él, donde siendo reconvenido por este hecho, negó constantemente su orden y el embarque, manifestando una carta del comisionado Bulnes, en que le hablaba de otros negocios.
19. Allí fue donde el pueblo se quejó del coronel e inspector don Manuel Feliú, porque había anunciado la orden que dio el señor Presidente, para que se restituyesen estos reos, siendo al contrario para su embarque y a presencia, de toda la nobleza y concurrentes contestó Feliú: Señores, yo no he faltado; si ha sido engaño, este señor Presidente me engañó a mí.
20. Allí donde el señor ex presidente por toda satisfacción trató de sedicioso y tumultuario al pueblo hasta decirles en un tono insultante, que mirasen si se tenían seguridad de salir de allí; todo esto, oyó y sufrió el pueblo, dando una prueba de su singular moderación.
21. Y en verdad no debe creerse que su ánimo estaba distante de cometer una violencia, pues ya de antemano había hecho venir cien soldados al patio de su palacio y dado repetidas órdenes al comandante de artillería para que hiciese conducir a la plaza dicha artillería que estaba parte de ella cargada con metralla, cuyas órdenes se resistió a cumplir el comandante, porque comprendía muy bien la temeridad y arrojo de sus determinaciones.
22. Hubiera sido en este caso inevitable el estrago en aquella nobleza y pueblo que se hallaba absolutamente aún sin las armas de sus empleos, aunque con aquel fuego que inspira la justicia y horror de la falsedad.
23. Ni había para qué usar de esta prevención, pues el ánimo de este pacífico pueblo no fue otro que personarse a fin de alcanzar con súplicas verbales, lo que no había podido conseguir por medio de las más sumisas legales representaciones. En efecto, se pidió nuevamente la restitución de los expatriados, se inculcó sobre la garantía del cabildo y nobleza; se representó el desorden que resultaría al país de una nota que abultaría el tiempo y la distancia; se pidió la remoción del asesor doctor don Juan José del Campo, [del] secretario don Judas Tadeo Reyes y [del] escribano don Juan Francisco Meneses, porque eran odiosos y sospechosos a todo el pueblo.
24. Entonces retirado el Acuerdo a otra sala, tuvo que usar de toda su sabiduría para hacer que el señor Presidente se conformase con el dictamen que accedía a la solicitud del pueblo. Allí mismo proponía medidas de sangre que habrían producido la nota y descrédito de todo el pueblo. Se nombró con general y sincero aplauso por asesor al señor Decano don José Santiago Concha con cuyo acuerdo se debía elegir secretario y escribano, y se expidió la orden para que los tres reos se entregasen al Alférez Real.
25. Este partió como un rayo acompañado de muchos jóvenes de la primera distinción que cifraban en su diligencia el éxito de la más noble voluntad, corrieron incesantemente treinta leguas y el generoso empeño acreedor a la dulce recompensa de verse coronado del más feliz suceso sirvió para anticiparse al dolor de hallarlo frustrado por la salida del buque. Tratan de hacerlo alcanzar por una barca que, falta de aperos, exigió tiempo y gastos que inutilizó la inevitable tardanza.
26. Parecía que en estas tristes circunstancias se consternaría el ánimo de este jefe, pero se le notó todo lo contrario. En la misma noche del día en que el pueblo elevó sus clamores al Tribunal, hizo venir a su palacio a un mulato con sus hijos que le mantuvieron una música lúbrica para irritar más al pueblo con esta insultante tranquilidad que se empeñaba en manifestar.
27. Y desde luego hacía conocer que sería capaz de realizar las ideas de crueldad con que en su tertulia amenazó a los concurrentes expresándoles que, se había de volver otro Robespierre.
28. En efecto, llegó el punto en que cada uno veía su vida en el mayor peligro, no sólo por el violento ejemplar de los tres ciudadanos expatriados, sino por las funestas noticias que cada día se propagaban.
29. Era cierto que parte de la artillería estaba cargada a metralla y repartida en el cuartel de San Pablo y en el mismo palacio; que el comandante que resistió pasar a la plaza se le mandó entregarla a otro oficial, que los cuarteles dormían sobre las armas; que seguían las juntas de oficiales, que se había pedido tropas a la frontera.
30. Un vil mulato salió proponiendo libertad a los esclavos, como sostuviesen al presidente; cada noche se difundía una gran novedad; ya que se armaba la plebe para que saqueasen a la capital; ya que aparecían escuadrones de gente de las campañas. Lo cierto es, que las órdenes y misterios del señor Presidente tuvieron a toda la gente honrada temerosa de la más inicua agresión.
31. En esta angustia se oyó al fin la voz de que el día trece en la noche iban a ser sorprendidas veinte personas para quitarles violentamente las vidas; todos por propio movimiento procuran su conservación armándose, y juntándose alrededor de los alcaldes. Los que estaban montados les acompañaban hasta el amanecer; otros guardan el parque y todos estaban poseídos de la mayor zozobra. Esta se instigó hasta la noche del quince en que se anunció la venida de gentes armadas y muchas disposiciones para una ejecución. Se repiten las precauciones y crece el descontento extendido hasta muchas leguas del contorno venían ya multitud de hombres a la defensa de una población que veían angustiada y habrían precisado a una resolución escandalosa sin la que acordó la Audiencia.
32. Esta pasó a casa del señor Presidente y realizó lo mismo que repetidas veces había pedido al rey. Hizo ver a aquél la imperiosa necesidad en que le había puesto su conducta de hacer dimisión del mando. Pretextos frívolos, y la resolución de morir matando eran las razones en que se sostenía hasta que propuso que se oyesen los oficiales de ejército y milicias. Vinieron al instante y, sin discrepancia convinieron en la precisión de renunciar. Voto conforme al que pocos momentos antes le había dado un religioso respetable a quien había encargado indagase la voluntad pública.
33. Sucedióle (según lo prevenido en la misma real orden que le colocó en la presidencia) el señor brigadier, Conde de la Conquista. Desde este momento empezó la tranquilidad del pueblo, y todos miraban ya seguras sus vidas y sus fortunas de lo que se congratulaban a porfía; pero lo más plausible ha sido la generalidad con que todo este pueblo depuso el enojo contra su ofensor, cuando vio remediada la violencia y le prestó toda la consideración que había desmerecido por sus hechos, y tanto que ha preferido esta atención a los medios de justificarse que le habría sin duda proporcionado con la indagación de sus papeles reservados; y lo que es más, se le deja en su mismo palacio, la renta íntegra de Presidente, porque su sucesor por ministerio de la ley no quiso admitir designación alguna. En vista de estos hechos que, son los que por ahora deben justificarse, reservándose poner los demás, que aun no están perfectamente esclarecidos, acordaron asimismo dichos señores se pasase a manos del M.I.S.P. esta acta con el correspondiente oficio, para que se sirva mandar se ponga por cabeza de proceso y se admitan los justificativos que se ofrecen dar con testigos y documentos, teniendo por parte en este importante asunto en que nada menos se trata que de poner a cubierto el honor y fidelidad de este pueblo al señor procurador general de ciudad, para que, haciéndosele saber las providencias que se libren, lo agite y promueva con el celo y eficacia que exige su gravedad interponiendo las gestiones que convengan ante su señoría mismo o el juez que tuviere a bien comisionar para su más pronta y acertada resolución. Así lo acordaron dichos señores y firmaron conmigo: doy fe.
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