Derrotado el "Huáscar" en el Combate Naval de Angamos del 8 de octubre de 1879, vino la difícil tarea de iniciar la campaña terrestre del Ejército hacia Tarapacá, desierto peruano que había sido convertido en un verdadero bastión militar de los aliados.
El Ministro de Guerra Rafael Sotomayor, por recomendación del Comandante Carlos Condell, héroe de Punta Gruesa, decidió que el desembarco se haría en la localidad de Pisagua, para cortar la comunicación aliada entre Iquique y Tacna. Con ese objeto se despacharon 9.500 hombres en nueve naves, el día 28 de octubre de 1879, al mando del Almirante Latorre a bordo del "Cochrane". Sólo en medio del viaje se supo de cuál era el propósito de esa misión, comunicada en Consejo de Guerra por el Jefe de Estado Mayor, Coronel Emilio Sotomayor (hermano del Ministro) y por el General Erasmo Escala: se desembarcarían 4.890 hombres en Pisagua y 2.175 en Junín, poco más al Sur; el resto del contingente quedaría en la reserva de la flota.
Llegaron a Pisagua la mañana del 2 de noviembre, siendo inmediatamente vistos por el enemigo. El General peruano Juan Buendía ordenó disparar sus baterías de tierra contra la flota, pero no tardaron mucho en responder la "Covadonga" al mando de Orella, el "Cochrane", al mando de Latorre y la "O'Higgins" al mando de Julio Montt, que en pocos minutos destruyeron la artillería enemiga. Los peruanos se replegaron un tanto evitando los proyectiles, pero los bolivianos escaparon en una verdadera estampida, pues muchos de ellos jamás habían visto en acción ese tipo de armas ni habían experimentado de cerca un poder de destrucción similar. Sin embargo, las demoras y los errores chilenos retrasaron el desembarco permitiendo la reubicación de la mayor parte de los hombres de Buendía, lo que obligó a descargar nuevos tiros, desembarcando sólo 400 hombres de una compañía de Zapadores y dos del Batallón Atacama, aproximadamente a la 10 horas. Varios cayeron sin haber bajado de sus lanchas siquiera, alcanzados por los fusiles aliados.
El Teniente de la Armada José Barrientos fue el primero en poner pie en la playa, avanzando -bandera en mano- con un pequeño grupo de oficiales del Atacama hasta una loma costera, donde se encontraba la primera línea de trincheras, cuyos soldados aliados fueron abatidos a bayoneta. Les siguieron el Capitán Fraga y el Subteniente Rafael Torreblanca quienes, a la cabeza del resto de los chilenos, avanzaron hacia el cerro mientras las lanchas regresaban por más hombres. Un contraataque de Buendía comenzó a rodearlos, obligándoles a guarecerse en un terraplén sin parar el fuego. Intentando socorrer a estos chilenos mientras llegaban las demás fuerzas, los cañones de la flota comenzaron a disparar contra los aliados, escasos metros más adelante, donde se encontraban parapetados los chilenos.
Afortunadamente, los aliados retrocedieron cerro arriba y el segundo desembarco chileno pudo concretarse con éxito, llevando cerca de 100 hombres del Atacama, del Zapadores, del 2º de Línea y del Buin, quienes se incorporaron al grupo de Torreblanca y salieron persiguiendo velozmente a los aliados hacia la cumbre, logrando fugarse la mayor parte de ellos en el más completo y espantoso desorden. Al llegar el tercer desembarco chileno, el conflicto había terminado. A las 3 de la tarde, Torreblanca ordenaba izar la bandera chilena muy vistosamente sobre el acantilado y declaraba así el éxito de la toma de Pisagua, a pesar de la pérdida de 58 hombres. Este tipo de desembarco, desde muchos puntos de vista, tiene características absolutamente novedosas y nunca antes vistas para la historia militar hasta la época.
Los hombres que avanzaron a Junín no encontraron resistencia, pero sí se enfrentaron a las inclemencias propinadas por la hostilidad del clima desértico: camanchacas de neblina en las que no se veía nada frente a la propia nariz y el calor sofocante que, a pocas horas del desembarco, ya tenía a los chilenos peligrosamente deshidratados, por lo que el Ministro Sotomayor ordenó al General Manuel Baquedano obtener agua con bombas y entregarla a los desesperados hombres. Después de estos trámites, encargaron al Coronel Víctor Petrot y al Ingeniero Teniente Coronel Federico Stuven poner en funcionamiento el ferrocarril hacia el interior y la locomotora del lugar, que los aliados habían dejado abandonada en su huida.
La noticia del desembarco y la victoria chilena en Pisagua llegó a oídos del Presidente Mariano Ignacio Prado el día 4 de noviembre siguiente, motivando un urgente Consejo de Guerra en Arica, al que también asistió el General Hilarión Daza, Presidente de Bolivia y cabeza del Batallón de los Colorados, Capitán General del Ejército de la Alianza. En la desesperada reunión, el caudillo boliviano concluyó en la necesidad de trasladar 3 mil hombres hasta Tana, un pueblo situado al Norte y al interior de Pisagua.
Prado dispuso de las fuerzas de Buendía que se reorganizaban al Sur, en Pozo Almonte, al interior de Iquique, sumando cerca de 9 mil hombres más. La idea era intentar golpear a los chilenos con esta masa de 12 mil efectivos aliados. Comenzó de inmediato, además, la marcha de la propaganda de especulaciones y narraciones aterradoras que la prensa limeña difundía por el país a través de los virulentos artículos del diario "El Comercio", que habían lanzado historias absolutamente falsas e infernales sobre el desembarco chileno en Pisagua, especialmente sobre el trato que recibieron las mujeres peruanas en el poblado, supuestamente violadas en masa por los chilenos. Estas infamias tendrían hoy un carácter meramente anecdótico, si no fuera porque tras las publicaciones se produjo una sangrienta masacres de mujeres chilenas residentes en Lima.
Las historietas de terror sobre Pisagua fueron categóricamente desmentidas por el padre peruano José Domingo Pérez, quien dirigía el servicio de ambulancia de Arequipa estando presente en Pisagua el día del desembarco. En carta dirigida a "El Mercurio" durante un paso por Valparaíso, el religioso declaró que el poblado había sido abandonado por sus habitantes mucho antes del desembarco de los chilenos, y que no había una sola mujer en el lugar en ese momento. Agregaba que los chilenos lo trataron correctamente y que los jefes militares evitaron en todo momento los abusos o los desórdenes. De vuelta en Perú, publicó en el diario "La Bolsa" de Misti una carta reconociendo lo mismo, y explicando que lo hacía porque "se decía que me habían quemado, que me habían degollado y que se habían cometidos otros excesos y crueldades en la toma de Pisagua".
Sin embargo, el deseo de creer estos relatos fue mayor y los abusos antichilenos disfrazados de venganzas cundieron por todo el territorio peruano no sometido y siendo repetidos hasta nuestros días por historiadores faltos de escrúpulos y de rigor investigativo.
Tras algunas exploraciones en el entorno, los chilenos decidieron verificar que no hubiesen fuerzas enemigas en aldeas o poblados cercanos, objetivo con el que se envió desde Pisagua una patrulla al mando del Teniente Coronel José Francisco Vergara, acompañado por los Capitanes Dardignac y Sarratea, y del Alférez Gonzalo Lara. Llegaron hasta el cantón salitrero San Roberto, sin novedades.
Dos días después, el Coronel salió con dos escuadrones del Cazadores al mando de los Capitanes Sofanor Parra y Manuel Barahona hacia el Este, tomando provisiones de agua y víveres en la estación Jazpampa, desde donde salieron nuevamente hasta llegar al cantón de Dolores, el día 5 de noviembre, en el que encontraron bombas de agua en funcionamiento y mandaron a pedir refuerzos desde Pisagua. Desde allí seguirían hacia el cantón de Agua Santa, atravesando la Pampa Germania en los actuales alrededores del Tamarugal, al día siguiente, con una columna de unos 175 jinetes que avanzaba adelantada y al mando del Alférez Lara, cerca de las 4 de la tarde. Pero a un kilómetro de allí se encontraron con el batallón peruano Húsares de Junín y los altiplánicos Húsares de Bolivia, que abrieron fuego contra los chilenos obligando a Lara a enviar al Sargento Tapia para pedir la llegada de los Cazadores, que habían quedado más atrás.
Valientemente, Parra partió por la derecha con su escuadrón y Barahona por la izquierda con los suyos, enfrentándose las caballerías chilenas con las aliadas de frente. La batalla fue feroz y los sables cortaron aire y cuerpos por igual. La embestida chilena fue, sin embargo, más ordenada y logró romper a los aliados, que tras 50 bajas, escaparon caóticamente en todas direcciones y permitieron que Parra capturara el estandarte de los Húsares de Junín. Los chilenos perdieron, sin embargo, a su Sargento Tapia, que murió heroicamente junto a otros dos compatriotas en este enfrentamiento que ha pasado a la historia como el Combate de Pampa Germania.
En horas de la tarde, Vergara y el resto de los valientes avanzaron hacia el Norte, de vuelta a Dolores, en los mismos momentos en que desde Pisagua salía un grupo formado por efectivos del Buin 1º de Línea, el 4º de Línea, los Batallones Atacama y Coquimbo y fuerzas de batería de montaña. Poco después, salía desde el mismo lugar pisándoles las huellas un grupo formado por el 3º de Línea, los batallones Navales y Valparaíso y una batería de artillería de campaña. En total, para el día 10 de noviembre, eran cerca de 6.000 efectivos los reunidos en Dolores.
Al día siguiente, Daza iba a salir de Arica en medio de grandes loas populares y avanzando hacia Camarones, donde llegaron el día 14. Pero el 17, el caudillo ordenó de súbito el regreso a Arica de la mayor parte de sus hombres, debido al cansancio y la mala preparación para esta aventura, continuando su viaje escoltado por los Colorados al mando del Coronel Camacho, para llegar en la noche de ese mismo día a Tana. Esta insólita acción, según creen algunos sugerida por el Presidente Prado y que muchos de sus posteriores simpatizantes han tratado de justificar con las más variadas y rebuscadas fórmulas, sería el error que sellaría su destino como líder y estadista ante sus propios hombres y ante el juicio histórico.
La noticia llegó hasta los chilenos de Pisagua y se envió al Comandante Vergara en un grupo de Granaderos, pero, por increíble descoordinación, desde Dolores se envió otro escuadrón de Cazadores al mano del Comandante Echeverría, luego de que el Coronel Emilio Sotomayor se enterara de similares movimientos de tropas aliadas en Tana, donde reposaba el presidente boliviano. Así fue como Vergara y los Granaderos llegaron hasta las inmediaciones durante la noche, enviando un acercamiento al Capitán Manuel Rodríguez, quien observó lo reducido del escuadrón boliviano, intentando convencer a Vergara de atacar. El Capitán Zubiria se opuso, pensando que podía tratarse de una trampa. Y, coincidentemente, en las sombras nocturnas de la lejanía, apareció el otro grupo de chilenos, siendo confundidos con una fuerza boliviana que planeaba alguna emboscada, ante lo cual los Granaderos se alejaron de vuelta. Y para empeorar el capricho del destino, los Cazadores también pensaron lo mismo de los hombres de Vergara al verlos en la distancia, retornando a Dolores.
Daza se había salvado, por esta enorme casualidad, de ser capturado por los chilenos.
En tanto, el período de operaciones en Tarapacá no se remitía sólo a sucesos en tierra firme. La Escuadra nacional seguía operando en mar abierto y el mismo día en que el grupo de Barahona era enviado hacia el Sur, el "Blanco Encalada" se encontraba navegando en dirección meridional desde isla Pacay, donde había estado patrullando sin novedades. Llegando a caleta Pacay, la tripulación, al mando del Comodoro Riveros, divisó lo que quedaba de la flota peruana: la "Unión", el "Chalaco" y la "Pilcomayo", las que se dispersaron de inmediato en distintas direcciones. Riveros optó por perseguir a la última, iniciándose una dramática carrera.
Los peruanos comenzaron a tronar cerca de once disparos de cañón que cayeron lejos del acorazado, aunque cada vez más cerca. Cuando la distancia se acortó lo suficiente, el "Blanco Encalada" disparó dos tiros sobre la goleta, produciendo daños y algunas bajas. Haciéndose evidente de que no tenían oportunidad ante ese monstruoso blindado, el Comandante Portal de la "Pilcomayo" decidió prender fuego y fijar los cañones dirigiéndoles las bocas hacia el suelo, de manera de poder hundir la nave. Ordenó que subiesen a las lanchas y se rindieran a pesar de que la goleta seguía con bandera peruana en alto mientras sus ingenieros abrían las válvulas.
Los chilenos la abordaron. 167 prisioneros consiguió tomar el Teniente Goñi, enviado por Riveros. Los chilenos alcanzaron a abordar la goleta apagando el incendio y cerrando las válvulas, por lo que el "Pilcomayo" quedó incorporado, desde ese momento, a la Escuadra chilena.
La epopeya de Dolores. El falso final de la campaña en 1879
Como los antes mencionados grupos de caballería regresaron a sus cuarteles reportando la presencia del inexistente escuadrón boliviano que habían creído ver en Tana, se enviaron desde Dolores hacia Jazpampa tropas del batallón Bulnes, del Coquimbo y del 3º de Línea, y otro escuadrón de Cazadores al mando de Barahona para explorar hacia el Sur, el 18 de noviembre de 1879. Todos ignoraban que, desde el Sur precisamente, avanzaban cerca de 11 mil soldados al mando del General Buendía para unirse a las de Daza. Por eso, cuando la expedición de Barahona descubrió la presencia de estos miles de hombres, sin perder tiempo partió de vuelta a Dolores para advertir la peligrosa movilización aliada.
Al llegar la noticia, se llamó al 3º de Línea y al Coquimbo, que volvía de Jazpampa, para unirse al 4º de Línea, Navales y Atacama, sumando cerca de 6 mil hombres. Se calculó la llegada de los aliados para el día 19 de noviembre y, por capricho del Coronel Sotomayor, se había impuesto la idea de interceptarlos en la llanura Santa Catalina, hacia el Sur, por lo que las tropas salieron cerca de la medianoche.
En preciso, en honor a la verdad, dejar en claro el tremendo conflicto que -a partir de este instante- se desató entre altos miembros del Ejército de Chile. Don José Francisco Vergara, que habíase desempeñado en Dolores como Jefe de Estado Mayor, creyó que la decisión de Sotomayor iba a ser un suicidio, por lo que partió a intentar convencerle de que trasladara el enfrentamiento al cerro Dolores. Los términos en que ambos se increparon durante el encuentro casi los llevó a desenfundar sus sables, pero la insistencia de Vergara logró doblegar al Coronel y devolver al grupo que ya había salido.
En la mañana del día 19, los chilenos al mando del Mayor Salvo habían alcanzado a trepar al cerro Dolores (o San Francisco) y al Tres Clavos, cuando divisaron la inmensa fuerza de tierra aliada que venían avanzando desde el Sur. Rápidamente, se instalaron los cañones y la infantería se conglomeró junto a la cumbre del cerro Dolores; en la falda que unía ambos cerros, se apilaron los Granaderos y Cazadores a la espera de la orden de ataque. Por su parte, los aliados ordenaron su artillería sobre un pequeño morro y la caballería se distribuyó en el entorno. Por largas horas, y revelando el grave cansancio que afectaba a ambos grupos, los hombres se dedicaron sólo a observarse. La batalla no comenzaría sino hasta las 3 de la tarde, cuando un puñado de aliados se acercó hasta el preciado el pozo de agua de Dolores, muy cerca de los chilenos, provocando un cañonazo de emergencia ordenado por el Teniente Argomedo, que fue instantáneamente respondido por miles de tiros de fusil aliado.
Al comenzar el combate, de este curioso modo, los aliados que estaban más cerca de los chilenos corrieron a las faldas del Dolores, poniéndose fuera del ángulo de alcance de los cañones y comenzaron a escalar. El Mayor Salvo se encontraba allí con muy pocos hombres, ordenándoles bloquear la subida a tiros de carabina. Como comenzaron a agotarse las municiones, los aliados aprovecharon de incorporar rápidamente a dos batallones bolivianos guiados por el Comandante Espinar, que se lanzaron valerosamente contra el grupo chileno, muriendo casi la mitad de ellos. Cuando sólo quedaban 30 chilenos en esta posición, Salvo ordenó arremeter a culatazos contra los atacantes, pues se habían acabado las balas y no tenían bayonetas.
Sólo un milagro podría haberlos salvado ante la superioridad numérica del enemigo, y se produjo: en el momento preciso en que eran rodeados, las dos compañías del Atacama alcanzan la posición y cargan con bayoneta y sables contra los aliados, obligándoles a retroceder.
Abajo, los aliados volvieron a engrosarse con otro batallón boliviano e intentaron escalar la ladera nuevamente, en número de 1.300. Los chilenos, que sólo eran 250, recibieron ayuda oportuna del resto del Atacama y del Coquimbo, al mando del Comandante Juan Martínez. La violencia con que se lanzaron estos pocos fue de tal magnitud que aplastó a los aliados y obligó su retirada. El resto del ejército aliado dio por perdido el combate y escapó desobedeciendo las órdenes de sus mandos, mientras la artillería seguía arremetiéndoles tiros de cañón.
A las cinco de la tarde, los soldados chilenos declaraban la victoria. A pesar del triunfo, el Coronel Sotomayor se sintió acosado por los desencuentros que hemos descrito y que motivaron incluso protestas de Vergara a su hermano el Ministro Sotomayor, por lo que presentó su renuncia al Estado Mayor el 22 de noviembre de 1879, en carta dirigida a Escala, siendo reemplazado por el Coronel Luis Arteaga.
Con lo ocurrido en Dolores, se creyó erradamente que la campaña de Tarapacá había llegado a su fin. Las tropas aliadas escaparon desordenadamente, en varios grupos y durante todo el día hacia la quebrada de Tarapacá, al interior de Pozo Almonte, dejando en el camino, en el cantón de Porvenir, a sus muchos heridos y algunas piezas de artillería. Pero allá en Tarapacá, el General Buendía llamó a los peruanos de la División Ríos, destacados en Iquique, a reunirse con sus hombres para partir de vuelta a Arica.
El día 22 de noviembre desembarcaban en Iquique 115 marinos al mando del Capitán Miguel Gaona. Los cónsules extranjeros, a bordo del "Cochrane", habían solicitado formalmente al Comandante Latorre que ocupara la ciudad para reestablecer el orden. A la sazón, Latorre continuaba con el bloqueo del puerto. En "Sketches of Chili", R. Nelson Byrd declara que la explosiva reacción de alegría de parte de la población chilena en Iquique hizo que, tras la llegada de la escuadra, se sintieran "más en su hogar bajo esa bandera que bajo la del Perú". El General Ríos había salido a las 10 de la mañana del mismo día, entregándole a los cónsules los sobrevivientes de la "Esmeralda", salvo los oficiales que habían sido enviados a Tarma. Fueron recibidos como héroes.
El Ministro Sotomayor llegó al día siguiente junto al Batallón 1º del Esmeralda. Se realizó, por la tarde, un emotivo homenaje en las tumbas de Prat, Aldea y Serrano, y nombró al Capitán Patricio Lynch como Comandante General de Armas en el puerto, lo que incomodó en parte a Escala quien, cumpliendo con una petición de Vergara, había enviado a la quebrada de Tarapacá un grupo chileno conformado por 260 Zapadores al mando del Comandante Santa Cruz, 116 Granaderos al mando del Capitán Roberto Villagrán y 22 Artilleros con dos cañones. Eran sólo 398 almas.
Desastre de Tarapacá: Heroísmo de Eleuterio Ramírez y del 2º de Línea
Mientras, el Coronel Sotomayor, junto a un grupo del Regimiento Cazadores, se estableció en Pozo Almonte enterándose de que 4.000 aliados se reunieron en Tarapacá, por lo que envió noticia de inmediato a su hermano en Iquique. La noticia no sólo derrumbó el optimismo de quienes creían terminados los combates de Tarapacá, sino que anticipó la tragedia de los hombres que habían salido sin más agua ni municiones que para un sólo día, inconscientes de ir marchando hacia su propia inmolación. Vergara sólo había sido informado de 1.500 aliados en Tarapacá, por lo que, inocentemente, solicitó un refuerzo de sólo 500 hombres para su grupo, que provendrían del 2º de Línea, batallón Artillería de Marina, y los regimientos Chacabuco y Cazadores, puestos bajo el mando del Coronel Arteaga. Esta segunda división salió desde Santa Catalina el 25 de noviembre de 1879, con el 2º de Línea a la cabeza, al mando del Teniente Coronel Eleuterio Ramírez.
La mañana del 26 de noviembre, los chilenos llegaron a Dibujo, extenuados por el cansancio, la sed y el andar que había durado toda la noche. Pero no había ni rastros de la expedición de Vergara, que se habíase adelantado hasta un costado de la quebrada tarapaqueña, divisando una columna de 800 aliados que provenían desde Iquique pero que fueron creídos erróneamente como rezagados del combate de Dolores. Poco después, sin embargo, el Capitán Andrés Layseca intentó convencer a Vergara de que en realidad habían 5.500 hombres aliados en la quebrada y no eran rezagados como se supuso, pero no le creyó.
Sólo a la medianoche del día 26 las fuerzas de Arteaga se reunieron con las de Vergara. No tenían agua, ni forraje para caballos; ni siquiera alimentos para los 2.300 efectivos. El mando lo tomó Arteaga, quien dividió la fuerza en tres grupos: uno de ellos atacarían por las puntas de la quebradas de Guaraciña (por el 2º de Línea, 500 hombres) y Quillahuasa (por Zapadores, 950 hombres). El primero, al mando del Comandante Santa Cruz, salió a las 3:30 horas, y el segundo, comandado por Eleuterio Ramírez, salió a las 4 de la mañana. El tercero (el Chacabuco y la Artillería de Marina, 850 hombres), atacaría por encima en Tarapacá. Éste salió al mando del Coronel Arteaga, a las 4:30 horas.
Lo que ignoraban, desgraciadamente, era que hacia Pachica, al extremo oriental de la quebrada y muy cerca de Quillahuasa, se dirigían 2 mil efectivos aliados, permaneciendo el resto de los 5.500 enemigos en el fondo de la quebrada. Hasta aquel momento, la Guerra del Pacífico había sido llevada con relativa caballerosidad e hidalguía. Sin embargo, lo que estaba por ocurrir cambió para siempre el destino de la guerra e introdujo el concepto de la brutalidad y del crimen de guerra como una constante y no de parte de los chilenos, como frecuentemente acusan con injusticia tendenciosa peruanos y bolivianos.
El grupo de Santa Cruz llegó temprano, el 27 de noviembre de 1879, a los alrededores de Tarapacá, tras una noche de camanchaca. Unos arrieros peruanos los vieron, escapando despavoridos hacia el pueblo para avisar a las tropas aliadas. Increíblemente, y desconociendo las advertencias del Capitán de Artillería Exequiel Fuentes, el Comandante Santa Cruz siguió su marcha y sin proteger la retaguardia, por lo que una enorme división peruana al mando de los coroneles Cáceres y Bedoya, de 1.500 efectivos, pudieron aparecer y atacar desde sus espaldas al grupo chileno.
Este sangriento combate dejó el campo lleno de muertos chilenos y toda la artillería abandonada, debiendo retirarse los que, a duras penas, sobrevivieron. Pero, de improviso, apareció la columna del Coronel Arteaga, la que arremetió una feroz embestida contra las filas de fusileros peruanos, que fueron reforzados con la División Ríos y el batallón Arequipa. Cientos de chilenos cayeron en esta brutal carnicería de fuego y espada, luego de que se ordenara la retirada.
Al aparecer el otro grupo, de Eleuterio Ramírez y el 2º de Línea, se introdujo de inmediato en batalla con las fuerzas del General Buendía en el pueblo de Tarapacá, bajo la quebrada y a la altura de Visagra. En la sangrienta entrada, los chilenos llegaron a la plaza central del pueblo a pesar de estar rodeados por el enemigo. El Coronel Bolognesi, del Perú, ordenó a su división parapetarse en el borde de la quebrada y disparar desde la altura contra los chilenos, convirtiendo la batalla en otra carnicería de proporciones. Ante esta situación, Ramírez ordenó al Mayor Echávez subir y dar fuego a los peruanos con dos compañías.
Tres horas de combate cumplían los chilenos en este escalofriante escenario, cuando se decidió dar una carga de bayoneta para poder romper la columna enemiga y avanzar hacia Guaraciña. La embestida fue heroica, pero con costos enormes. Cayó, entre muchos otros, el Segundo Comandante del 2º de Línea, Bartolomé Vivar. Eleuterio Ramírez, en tanto, perdió su caballo y corrió vigorosamente al frente del grupo que rompió las filas peruanas. Indignados con este escape, los peruanos arremetieron contra una construcción que había sido ocupada con los chilenos y atacaron a todos los heridos en el campo de batalla, rematándolos a bayoneta o culatazos, en un espectáculo de violencia que no tenía precedentes en esta guerra.
Poco después, en la cumbre, reaparecían los Granaderos imponiendo una agresiva carga al mando del Capitán Villagrán y del Mayor Jorge Wood. Fue tan potente que consiguió destruir la línea peruana y sus soldados salieron corriendo en retirada. Creyendo que ésta era definitiva, los chilenos corrieron hasta donde se encontraban las tropas del 2º de Línea, arrojándose coléricamente sobre las aguas del estero en Guaraciña, junto a San Lorenzo, bebiéndolas con desesperación. Lamentablemente para ellos, las tropas peruanas comenzaron a avanzar por ambos lados de la quebrada en lo alto hacia donde estaban los chilenos, interceptándolos sorpresivamente a las 2 de la tarde y comenzando de nuevo el ataque; cortaron la unión entre los hombres de Ramírez y los de Arteaga. Los segundos lograron ascender la quebrada y salir de ese infierno, pero los del 2º de Línea quedaron atrapados sin poder subir.
El Subteniente Telésforo Barahona, hermano de Manuel Barahona, sostuvo valientemente el estandarte del batallón chileno hasta caer. Debieron arrebatarle la bandera de sus dedos muertos y empapada de sangre para volver a enarbolarla antes de que, finalmente, fuera tomada como trofeo por soldados peruanos,. junto a varias otros emblemas y pertrechos chilenos. Y Eleuterio Ramírez, gallardo, valiente y feroz, a pesar de estar herido, se puso frente a la enfermería disparando contra el enemigo. Cayó como todo un héroe, intentando defender a los heridos y a las mujeres cantineras Juana Soto, María "La Chica" y Leonor González. Los chilenos no se rindieron.
Los peruanos continuaron con el violento repaso de heridos y prendieron fuego a la construcción donde estaban los heridos, quemándolos vivos sin compasión. Doña Leonor González permaneció valerosamente dentro, muriendo calcinada. Otra cantinera, Susana Montenegro, fue violada reiteradas veces y finalmente la asesinaron sentándola sobre un sable, al estilo de un empalamiento.
Este episodio histórico le valió al valiente Eleuterio Ramírez el apodo de "León de Tarapacá", por su extraordinario valor y resistencia. Y, como hemos propuesto revisar muchos de los mitos y tergiversaciones que han aparecido en esta guerra incluyendo los de autores chilenos, es pertinente recordar que, injustamente, un Presidente de la República de Chile, don Arturo Alessadri Palma, se apropió maliciosamente de este título años más tarde y haciéndose representar con el apodo de "León de Tarapacá" a raíz de una dudosa historia sobre su enfrentamiento con grupos sindicales del Norte de Chile, que parece más bien invención de la prensa derechista y liberal de la época; otra de las muchas que se tejieron en torno a su persona. Años más tarde, en 2005, el Diputado Independiente pro Concertación por Iquique, Fulvio Rossi, postuló a la reelección presentándose como el "Léon de Tarapacá" en su campaña, en otra grosera impostura de este apodo para el héroe Eleuterio Ramírez, único que en realidad se ha ganado ante la historia de Chile este nombre, por lo que parece apropiado recuperarlo para él sin dejarse distraer por historietas politiqueras y electoralistas.
El cadáver de Eleuterio Ramírez fue encontrado recién el 22 de enero de de 1880 por el Capitán José R. Vidaurre, siendo reconocido por el Subteniente Medina. Vidaurre halló en los bolsillos del fallecido cinco fichas de salitreras que él mismo le había regalado como recuerdo, además de dos colleras de oro para puños que solía usar el héroe y que permitieron identificarlo. Dos tercios de los hombres del 2º de Línea habían caído en esa trágica jornada; los sobrevivientes volvieron a duras penas hacia el Norte, y el General Buendía se retiró con sus soldados hacia Tacna por una ruta precordillerana. Sólo entonces terminó la Campaña de Tarapacá, provocando profunda conmoción entre los chilenos y en el propio Ministro Sotomayor, cuya salud había empeorado progresivamente producto de los sacrificios y las tensiones de la guerra. A pesar de todo, tuvo la decisión de solicitar a Vergara su retiro, pues la mayoría de las culpas recaían señaladas en él. El Coronel aceptó y zarpó rumbo a Santiago.
Entre los hombres que habían luchado por el Perú en Tarapacá se encontraba el argentino y futuro presidente, Roque Sáenz Peña, quien llegó a relevar a uno de los jefes de batallones, muerto durante la batalla. Había llegado autoexiliado a Lima a principios de año, luego de romper con sus filas políticas y por sus rencillas con el gobierno de Avellaneda. Allá, los peruanos le ofrecieron el grado de Teniente Coronel para incorporarse a su Ejército, cargo que aceptó con gusto renunciando a su ciudadanía argentina. Al saberse de su participación en los combates, sin embargo, sus compatriotas originales obviaron esta renuncia y lo comenzarían a elevar en la categoría de verdadero héroe, representando en él su deseo de solidarizar con la Alianza.
Entre los militares chilenos, en cambio, los mineros y "rotos" que, empuñando el cuchillo corvo, aún recordaban con ira sus calvarios en Antofagasta, Caracoles y Mejillones en manos a abusadores agentes peruanos y bolivianos, la bestialidad y el trato ofrecido por el enemigo contra los chilenos los llenó de un peligrosísimo odio y una sed fervorosa de venganza, especialmente por lo sucedido a los heridos y los moribundos, que fueron repasados y quemados sin piedad.
Lo curioso es que el desastre había cerrado, sin embargo, una victoria chilena en Tarapacá, a pesar de lo inconveniente y las ventajas claramente pobres que, estratégicamente hablando, significaba a Chile esta osada y poco astuta aventura. Los ejércitos peruanos no suspendieron con lo ocurrido en la quebrada, su plan de marcha a Arica y la noticia de la retirada golpeó fuertemente al Perú, cuyo pueblo, ignorante de los pormenores de las batallas y deseosos de señalar un responsable, arremetieron contra el propio Presidente Mariano Ignacio Prado, obligándole a marcharse hacia Europa, y asumiendo el mando el Almirante Lizardo Montero.
Prado había tenido en sus manos evitar toda esta situación a principios de año, cuando se vio forzado a cumplir con la alianza precisamente por culpa de las mismas voces y personajes belicistas que ahora asumían el gobierno de Lima, en un desesperado intento por revertir los duros e inesperados golpes que Chile había propinado sobre la Alianza del Pacífico.
Para bajar aún más la moral, llegó la noticia de que el 12 de diciembre de 1879 los chilenos habían llegado a San Pedro de Atacama, ocupando el pueblo natal del Teniente Abaroa y puerta de entrada al Salar y la Puna de Atacama, majestuosa meseta altiplánica que comenzó a ser ocupada militarmente. Bolivia podría compartir, desde ese momento, la misma angustia y desesperación de su aliado peruano, pues la noticia no hizo menos que empeorar la situación del Presidente Daza luego del vergonzoso y poco elegante retiro de sus soldados en Camarones, antes de haber disparado un tiro siquiera y regresando a la seguridad de Arica. Con esto, sus días estaban contados en el gobierno.
Los ejércitos derrotados de la Alianza llegaron a Arica el 18 de diciembre. Ante el desplome de la moral popular ávida de hacer rodar cabezas, el General Buendía fue deshonrado y apresado por desacato a la orden de combatir. En realidad, se le castigaba injustamente por no haber vencido, problema en el que jugaba no sólo su voluntad, sino un crisol estratégicamente errado y el apoyo boliviano que nunca llegó.
¿Por qué Chile no tomó Lima en 1879? Sotomayor prevé las "montoneras"
Culminada la batalla de Tarapacá, el Ministro Sotomayor insistió en la conveniencia de tomar Lima para forzar la rendición del Perú y con ello la destrucción de la Alianza. Puede ser que el Presidente Pinto fuera partidario o la menos complaciente con esta idea, pero el Canciller Domingo Santa María se negó por completo, declarándola inviable y fantasiosa. En su lugar, propuso al Gabinete una entrada a Tacna, pues estaba cegado con su intención de conseguir lo que más tarde se ha llamado la "política boliviana", es decir, lograr que Bolivia se aliara a Chile o al menos rompiera su Alianza con el Perú.
La propuesta de Santa María era a todas luces un disparate, y no consideraba los informes que, en mayo de 1879, había entregado el fallecido Capitán Arturo Prat, héroe de Iquique, advirtiendo que Prado había concentrado todo su poderío en Tacna y Arica dejando prácticamente desprotegida la capital de Lima, donde sólo los ya perdidos navíos de guerra hubiesen sido capaces de contener un ataque chileno. En pocas palabras, Lima estaba regalada a Chile.
Además, el día 26 de diciembre, Sotomayor se enteró que la "Unión" llevaba cargamentos de armas a Mollendo, en Tacna, y había ordenado una expedición hacia Ilo para interceptarla.
Pero el Ministro de Relaciones Exteriores, proveniente del irrealista americanismo compulsivo y de la política nefasta de los "acuerdos" entre pueblos, seguía obsesionado con la idea de convencer a Bolivia de abandonar voluntariamente la Alianza, a cambio de una salida al mar en ese territorio, especialmente en Moquehua.
"Por desgracia -escribe Encina-, el plan de Santa María no pasaba de ser una fantasía de la razón razonante. El gobierno y la gran mayoría del elemento dirigente de Bolivia no querían oír hablar de alianza con Chile y menos aún recibir el obsequio de Tacna y Arica. Bastaba allegar el oído al sentimiento boliviano, para percibir esa decisión. Pero, entre tanto, quedaba acordada la expedición sobre Tacna y los ojos del gobierno chileno desviados de los preparativos militares de Piérola en Lima".
"...lamentable e irresponsable, porque, dada la naturaleza de nuestra vida política, caracterizada por instituciones débiles, la presencia física del mandatario era vital para mantener la estabilidad política".
Daza correría similar mala suerte que Prado, el día 27 de diciembre, siendo derrocado por el Coronel Eliodoro Camacho. Asumiría el mando de La Paz el General Narciso Campero y el ex caudillo símbolo de los Colorados fue embarcado desde Tacna también hacia Europa, en medio de una gran humillación para su soberbio orgullo. El ascenso de este nuevo gobierno alimentó más aún las ilusiones de Santa María de poder llevar a éxito su "política boliviana".
Por otro lado, terminada la campaña de Tarapacá, Chile había quedado en posesión de todo el territorio de este desierto. Contrariamente a lo que afirman en nuestros días los ex aliados, nunca existieron pretensiones oficiales sobre esta enorme extensión de parte de Chile y, en consecuencia, aparecieron dos corrientes antagónicas entre los políticos chilenos sobre el destino que debía tener. Mientras Santa María era partidario -al menos inicialmente- de mantenerlo como garantía de indemnización de parte del Perú una vez terminada la guerra, otros personajes como el entonces Diputado José Manuel Balmaceda eran partidarios de incorporarlo desde ya al territorio y así lo exigieron con insistencia desde el Congreso Nacional.
La fiera resistencia del Perú a rendirse y la aparición de Piérola en el gobierno limeño, permitió el triunfo de la segunda opción, para lo cual era necesario aplastar todos los focos de rebeldía peruanos y forzar la rendición. Esto motivó la reorganización del Ejército y una nueva y complicada etapa de campañas estaba comenzando con el nuevo año de 1880.
"Documentos oficiales emanados de las autoridades peruanas y noticias que reputo dignas de fe, me hacen creer que el enemigo propone hacernos en el departamento de Tarapacá la guerra de montoneros":"Hasta hoy nuestras hostilidades se han distinguido por una lenidad tal vez excesiva. Hemos tratado al enemigo como lo exigen las leyes de la civilización y la humanidad, procurando de ese modo atenuar en lo posible los males de la guerra. Hemos sido humanos con los prisioneros y generosos con los vencidos"."No creo que el país tenga que arrepentirse nunca de esta noble conducta de su ejército. Sin embargo, la lenidad tiene sus límites y se encarga de trazarlos la conducta misma del enemigo. Si éste sale de las vías autorizadas por el derecho de la guerra, para hostilizarnos, resucitando los odiosos procedimientos de tiempos más atrasados, debemos por nuestra parte y como legítima represalia, hacerle sentir la dureza y la crueldad de la guerra en su mayor amplitud".
"Así, pues, si es cierto que va a hacernos la guerra cobarde e irregular de montoneros y encrucijadas donde nuestros soldados pueden perecer indefensos, será necesario notificarle que estamos dispuestos a reprimir esos excesos con la mayor severidad posible; que el paisano a quien se sorprenda con las armas en la mano será inmediatamente pasado por las armas y que igual suerte correrán los individuos enrolados en cuerpos irregulares no sometidos en todo a la disciplina militar".
Combate Naval de Arica y muerte del Comandante Thompson. Incidentes de Mollendo
Tiembla el bastión aliado. La postración moral en el Ejército peruano
"Mi ilustre Jefe y digno Señor y amigo:Hacen 4 días que la 4ª División, compuesta de los Batallones "Victoria" Nº 6 y "Huáscar" Nº 9, y la 5ª División, con los Batallones "Granaderos del Cuzco" y "Lima", aparte del Batallón "Arequipa" Nº 13, nos encontramos en esta ciudad, y supongo, como los demás, como una medida política; pues hay fundadas sospechas de que el enemigo emprenderá siempre un desembarco en el Morro de Sama o Ite, con un grueso Ejército, con el fin de tomar Tacna; y que la Escuadra amenazará y tratará de llamar la atención por mar al puerto de Arica. Si tal cosa sucede, el General Montero tendrá que mandar cinco o seis mil hombres a esta ciudad, que unidos a los 3 mil bolivianos que no prestan mucha esperanza, resistirán un desigual combate y con probabilidades de no muy buen éxito, y con el resultado tristísimo tal vez de perder Arica. Para evitar cualquier emergencia, debiera Señor venir cuanto antes a ésta, toda la fuerza existente en Arequipa y la Gendarmería de Puno, de manera que Tacna conserve siempre 6 mil peruanos y otros 6 mil o más en el puerto de Arica; esta es mi humilde opinión y lo general.Sensible es Excelentísimo Señor, que tenga que participarle, que tengamos que luchar contra dos poderosos enemigos: el primero, los especuladores que no desprecian ocasión, sin tener en cuenta la honra de la Patria; y el enemigo chileno, que ya casi lo tenemos encima. Hace días que públicamente y por la prensa se dice: que no llegó un contingente de dineros en plata sellada, mientras tantos, al Ejército se paga y da socorros diarios en papel moneda y nickel, aquí sólo se recibe el billete de 1 Sol por 25 centavos plata, y el nickel por ningún valor. ¿Por qué el General Montero autoriza esta horrible especulación? ¿Por qué Excelentísimo Señor el Coronel Latorre, 1º Jefe del Batallón "Victoria" Nº 6, Comandante General de la $ª División y Jefe del Estado Mayor General del Ejército, investido de tres poderes, se desentiende o se hace el sordo? Preciso es decirlo Señor, porque son los primeros que lucran y sacan partidos de esta situación porque procuran desesperar a la tropa y oficiales; nada puede hacer el soldado con 50 centavos en billete de socorros diarios, quedando así reducidos a 10 Soles plata el de Subteniente, 12 Soles el de Teniente y así sucesivamente.Es necesario Señor, que su mano regeneradora se haga sentir hasta estos lugares, y precisamente aquí, en este Ejército, que es el de Vanguardia, y que pronto medirá sus armas con el enemigo. Es preciso, que los negociantes, cobardes y traidores a la Patria, salgan de los puestos que hoy ocupan y marchen a Lima; que se cumpla su deseo de la reforma de arriba para abajo; si no hay Jefes dignos para desempeñar los puestos, hay paisanos, hay subalternos Señor, una palabra que Ud. cambiará por completo la faz, de hombres oscuros, saldrán grandes capitanes y hombres conspicuos para los puestos Excelentísimo Señor. Como le he indicado en mis cartas anteriores, es urgente cambiar el personal, de los actuales Jefes, en general, de todos; primero porque es muy posible que traicionen tarde o temprano a V.E.; segundo, por cobardes, como lo han demostrado y probado en san Francisco, como públicamente lo pregonan los oficiales subalternos de los distintos cuerpos; y tercero, por ineptos y especuladores, pues según la calma y la tranquilidad más pasmosa que vemos, no podemos menos que creer que nos hallamos en plena paz, o que tienen algún plan inicuo.Hace un mes Excelentísimo Señor, que nada sabemos de Lima, ni de V.E.; y con razón, nos hallamos alarmados, pues la incertidumbre nos mata. A veces creemos que intencionalmente se interceptan nuestras comunicaciones. En Arica continúa el mismo indiferentismo, la paz octaviana..Oficiales y tropa nos hallamos descalzos y peor vestidos; el valor de una prenda, cuesta el sueldo íntegro del Subalterno; todo por la desentendencia de quienes pudieran remediarlo; y al Ejército boliviano se los paga y socorre en plata.Rogando a V.E., que penetrado de mi lealtad y decidida adhesión, por la honra y gloria de su Gobierno y principalmente de su persona, mande en el día, mande o nombre en un Jefe de Estado Mayor General y competente, 1º Jefe para los Batallones "Cazadores del Rímac" Nº 5, "Victoria" Nº 6, "Huáscar" Nº 9, "Arequipa" Nº 13 y "Ayacucho" y "Prado" Nº 12, y "Granaderos del Cuzco". Sus antecedentes y ninguna simpatía por el Gobierno de V.E. y la nota de cobardes, que famosamente tienen, y sus especulaciones en sus Batallones, los hacen indignos de permanecer en los puestos.
Si no hay Jefes para los 1º puestos, que se nombre a los segundos Comandantes, de primeros Jefes, que estoy seguro que sabrán corresponder a la confianza de V.E. y así sucesivamente.Rogándole se digne impartirme órdenes, para emprender mi marcha a Lima o poder permanecer aquí, me repito de V.E., atento y respetuoso Subalterno y amigo S.S.Agustín Aguirre"
Crisis del mando. El desembarco en Ite. Muerte de Sotomayor
Batalla de Tacna: destrucción del eje Perú-Bolivia en el Campo de la Alianza
"Hera por desirlo asi nuestro Padre i es tanta la falta que nos hace..." (sic)
"¡Viva Chile! ¡Tacna tomada! La resistencia tenaz puesta esta vez por los soldados aliados ha sido inútil contra nuestros bravos soldados. Enemigos fugitivos en todas direcciones. Nuestras bajas, aunque considerables, son muy inferiores a las del enemigo. El camino a Arica quedó abierto a nuestro Ejército en marcha. Gloria a nuestros valientes. Felicito a V.E. en nombre de nuestra patria".
Toma del Morro de Arica en 1880. Cae el bastión peruano
"La victoria de Arica es notable no sólo como hazaña militar, sino también por su importancia...""Es conveniente recordar que la guerra no fue buscada por Chile, sino que por fuerza tuvo que entrar en ella..."
"Las naciones civilizadas pueden regocijarse por las victorias de esa resuelta república, porque son los triunfos sustanciales de la causa del derecho y la justicia".
Mitos históricos y hechos ciertos sobre la toma del Morro
"...y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor comandante general que se suspendieran todos los fuegos... fue el señor coronel Ugarte personalmente a ordenarlo a los que disparaban sus armas al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto... los enemigos invadieron el recinto del Morro, haciendo descargas... de las que resultaron muertos el señor comandante general, coronel Francisco Bolognesi, señor capitán de navío Juan G. Moore...".
"...cuando el coronel Moore iba a repetir la misma voz, una descarga enemiga lleva una bala al medio de su noble pecho, que lo mata en el acto, y otra tumba al altivo coronel Bolognesi, que pocos momentos después fue ultimado como lo fue Ugarte...".
Intentando explicar la colérica reacción de los chilenos ascendiendo eufóricos a la cima, otra popular leyenda dice que habían bebido cantidades de la famosa "chupilca del Diablo", es decir, aguardiente mezclada con pólvora de municiones, antes de entrar en combate. Esto se debería en parte, aparentemente, al relato épico de Jorge Inostrosa. El aguardiente fue muy popular entre los chilenos durante la guerra y los peruanos llegaron a apodar al enemigo como los "endemoniados" o los "demonizados", pues creían realmente que actuaban en medio de una posesión diabólica al no temer a las balas enemigas y avanzar emitiendo guturales alaridos, atribuyendo erróneamente este talento a la ingesta del mítico trago, algo que ha quedado desmentido con el tiempo.
Pero, en el caso de Arica, a diferencia de la leyenda fomentada por el romanticismo, la verdad es que la euforia saltó no con esta bebida en particular, sino con la retirada peruana de las primeras posiciones y la ira desatada por la explosión del "Ciudadela" y los llamados "polvorazos", que eran considerados entonces métodos arteros de muerte. De hecho, aunque el aguardiente fue de uso corriente durante los episodios de la guerra, la escasa cantidad de municiones con que se contaban en aquella oportunidad, hace pensar que la presencia de este peculiar experimento de coctelería con pólvora en Arica, ha sido idealizada. Lamentablemente, en nuestros días, muchos reclutas han querido experimentar las propiedades de este peligroso brebaje y han terminado gravemente intoxicados (e incluso muertos) tentados con sus pretendidos poderes e ignorantes, además, de que la pólvora negra de las municiones lleva largo tiempo ya sustituida por el aún más tóxico explosivo de nitrocelulosa.
Otra leyenda histórica compromete también a Argentina en estos hechos. Se trata de la elevación casi religiosa de la figura del ex diputado Roque Sáenz Peña, que había participado militarmente en Arica, como embajador del sentimiento argentino para con sus "hermanos" de la Alianza Perú-Boliviana, además de haber actuado en Tarapacá. Allí fue capturado y enviado preso al Cuartel Central, donde oscuros movimientos de amigos y diplomáticos argentinos lo salvaron de ser sometido al Consejo de Guerra por su intromisión en estado de guerra, gesto que fue agradecido a Chile por su padre, un influyente político bonaerense de la época.
La verdad es que Sáenz Peña nunca partió en nombre de la Argentina al conflicto, sino a título personal, tras abandonar su país por graves disputas políticas con sus camaradas y con el Gobierno, en 1878. Como hemos dicho, allá en Perú, en autoexilio, las autoridades limeñas le ofrecieron el cargo de Teniente Coronel si se incorporaba al Ejército, aceptando y, de hecho, dispuesto a renunciar a la nacionalidad argentina. Sin embargo, al regresar a Buenos Aires de su cautiverio, unos meses después, se le recibió con honores, como verdadero héroe de una guerra nacional, se le devolvió la nacionalidad y llegó a ser Presidente de la República, hacia 1910. Sus relatos y testimonios fueron una gran contribución a la formación de los mitos sobre los "abusos chilenos" contra el Perú durante la Guerra del Pacífico, que ayudó a fomentar sin escrúpulos motivado por la furia ciega que siempre mantuvo contra Chile y por la vergonzosa situación en que se vio tras la toma del Morro, debiendo rogar por su vida al tan odiado y vilipendiado enemigo "mapochino".
La guerra y el odio: el atentado contra el vapor chileno "Loa"Hemos visto que, desde la campaña en Tarapacá y el fracaso de las expediciones militares en el desierto, Perú dio rienda suelta al antichilenismo, cargando las culpas contra el Presidente Prado y colocando al caudillo Piérola en la presidencia, como su última e ilusoria opción de triunfo. Pero, a partir de la toma del Morro de Arica y en vista de la prolongada continuidad del bloqueo del Callao, desde abril, la odiosidad peruana alcanzó su punto de ebullición y comenzaron fervorosas campañas, sazonadas del triunfalismo desbocado al que los peruanos se habían resistido a renunciar, a pesar de todos los amargos resultados de su aventura en la guerra, que ya iba camino a su segundo cumpleaños.
Un hecho inesperado vino a acentuar esta mutua odiosidad de los países en guerra. El día 3 de julio, y luego de haber entregado humanitariamente en el Callao a más de 500 peruanos heridos capturados en Tacna y Arica, en el vapor chileno "Loa", al mando del Capitán de Corbeta Juan Guillermo Peña Urízar, se encontró con una lancha tipo balandra, cargada de víveres, que los marinos creyeron ingenuamente un gesto de agradecimiento de parte del Perú por su acción generosa, tras lo cual intentaron descargar al navío. Pero la lancha era una trampa poderosamente explosiva, dejada por los peruanos, que estalló hundiendo al "Loa" y matando a 120 chilenos. Sólo 63 marinos se salvaron, gracias a la asistencia de naves internacionales que se encontraban en la zona.
Peña, herido y atormentado por lo que consideraba su responsabilidad, ofrendó su existencia en el lugar negándose a abandonar la nave náufraga a pesar de las insistencias de quienes intentaron convencerlo de salvar su vida. En el parte de guerra del Teniente Primero Leoncio Señoret, por ejemplo, comenta este testigo privilegiado de los hechos:
"El comandante Peña, tomado de lleno por la explosión del brulote, quedó privado de parte de sus ropas, quemado en un costado y muy mal herido en la cara, lo que no le impidió dirigirse al puente a dictar algunas medidas propias del momento..."Esta sucia acción cayó como una antorcha sobre un reguero de pólvora en la opinión pública y en el mismo ánimo de los guerreros chilenos.
"...y cuando vi que ya solo quedaba en el puente el comandante Peña, fui a su lado y le insté a abandonar el buque antes que se sumergiera. Se negó a ello terminantemente; y viendo la inutilidad de mis esfuerzos, abandoné el buque segundos antes de que éste se perdiera por completo..."
Para entonces, sin embargo, los planes de Piérola detrás de tanto odio y vesanía, tenían poco asidero en la realidad y sólo constituían medidas desesperadas que extendieron innecesariamente la agonía peruana. Por ejemplo, consideraba la reorganización de la Alianza con Bolivia, que en realidad se encontraba prácticamente abierta y, por alguna razón de prioridades, no fue ocupada por Chile a pesar de las tremendas ventajas que ofrecía. Además, calculó en más de 240 mil el número de efectivos que sería capaz de reclutar, cuando en realidad apenas logró adicionar menos de 19 mil nuevos conscriptos, todos ellos indígenas con poca o nula experiencia en el manejo de armas.
Mayor fue la desazón limeña cuando se supo que el Capellán Marchant Pereira y el Capitán Enrique Munizaga habían encontrado en la iglesia de San Ramón de Tacna el 15 de junio, el estandarte que los peruanos habían capturado del 2º de Línea en la batalla de Tarapacá, noticia que puso eufóricos de alegría a los chilenos. Se cuenta que 25 mil soldados recibieron este emblema en gloriosa ceremonia, más tarde.
Tras la toma del Morro, Piérola declaró públicamente que el Perú seguía en combate y dio su llamado a continuar la lucha, llamado que tuvo el más completo respaldo popular, alimentado por la propaganda que clamaba venganza contra los "mapochinos". El Ejército se reorganizó en Lima, previendo que se intentaría un avance a la capital, y se mandaron fabricar nuevas piezas de artillería. El atentado contra el "Loa" vino a convertir en algo mutuo estos sentimientos, al desatar la ira antiperuana entre los chilenos.
Esta disposición se reflejó claramente en los medios de prensa que circulaban el Lima durante la época.Ya el 9 de junio de 1880, y luego de caer Tacna y Arica, el diario "La Patria" declaraba con fervoroso optimismo:
"Aún no están agotados los elementos para llegar a la victoria"."Tenemos más elementos que ayer y con ellos llegaremos al fin a triunfar, como debemos triunfar. Chile no puede soportar la prolongación de la guerra, si no le faltan recursos, le faltan hombres; y hombres y recursos le sobran al Perú para llevar la guerra hasta el triunfo definitivo..."
"Es preciso en el día, organizar las montoneras y no dejar en tranquilidad a las huestes enemigas. Nuestra misión, nuestro fin único no debe ser otro que acabar con los chilenos..."
"Que la bala, la lanza, el puñal, la piedra, el palo, el fuego, en fin, cuanto pueda crear nuestro odio, nuestra venganza, sirvan para extirpar a la raza maldita de América."
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